Opinión

Cambio climático: no hacer barbaridades, pero tampoco decir sandeces

La seriedad brilla por su ausencia cuando se presentan datos sobre el clima

Hace unas semanas se ha celebrado aquí la llamada Cumbre del clima o algo parecido. Según parece, el principal acuerdo a que se ha llegado, o al menos la conclusión más clara, ha sido la de que ha habido discrepancias entre quienes encabezaban la representación de las instituciones más relevantes que habían concurrido a la reunión.

Dejo al margen la considerable cantidad de emisiones nocivas que inevitablemente habrá provocado el desplazamiento desde los cuatro puntos cardinales de los numerosos de asistentes a la Cumbre. También, el triste papel que alguien le ha hecho jugar a Greta, esa aniñada adolescente, colocada como una especie de mascarón de proa. No hay que ser excesivamente mal pensado para suponer que sus padres le habrán sacado algún jugo crematístico al asunto, lo cual probablemente ha debido ser sólo una pequeña parte del lucro obtenido por quienes han montado esa especie de esperpento. Por cierto, cabe preguntar acerca de qué tipo de protección tenía el llamado "catamarán" –y, en su caso, que tipo de gases emitía- a menos de que a la pobre cría la hayan hecho atravesar el Atlántico remando y a merced de los tiburones.

Se debe evitar caer en planteamientos histéricos o que  den la espalda a la realidad

Tratando de hablar más seriamente, comprendo que puede entrañar una tremenda osadía que un lego absoluto en estas materias como soy yo se permita lanzar opiniones al respecto. No me cabe duda de que ha habido y sigue habiendo una gran despreocupación acerca de los efectos perjudiciales para el medio ambiente derivados de la tecnología que rige las actividades de producción e incluso del consumo y también de que eso se puede evitar en todo o en su mayor parte. Por tanto, está muy bien que quienes verdaderamente conozcan a fondo toda esta problemática se manifiesten intensa y extensivamente y llamen la atención a los gobernantes, a los productores, a los consumidores, y a la opinión pública en general, pero sin caer en planteamientos histéricos o que den la espalda a la realidad.

Entiendo –y vuelvo a excusarme por mi atrevimiento- que desde el mismo momento en que Eva arrancó las dos hojas de parra empezó a deteriorar el medio ambiente; que cuando los hombres construyeron chozas para albergarse fuera de las cavernas, acentuaron el proceso; más aún, cuando se vistieron con ropajes distintos de pieles de osos; y muchísimo más cuando, más recientemente, en vez de desplazarse en caballo y burro como D. Quijote y Sancho, las gentes utilizan automóviles, trenes y aviones.

Me permito traer a colación un par de artículos periodísticos que leí hace tiempo. El primero, suscrito por un ecologista en funciones, arremetía de modo furibundo contra los aviones a reacción y sus efectos, según él, terriblemente contaminantes. Días después, un auténtico experto en el tema de la aviación hizo referencia un tanto soslayada al artículo en cuestión, sin citar al autor ni mencionar el medio en el que había sido publicado, y explicó punto por punto, pero de modo fácilmente inteligible por cualquiera, que los reactores eran efectivamente contaminantes, aunque mucho menos que los aparatos que se utilizaban hasta la aparición de aquellos.

Terminaba diciendo que, en todo caso, suponía que, si alguien quisiera viajar por ejemplo a América, por razones de trabajo o como turista, por muy preocupado que estuviera por la ecología, lo haría a bordo de un avión moderno y no en una carabela como las que utilizó Colón en su viaje rumbo a las "Indias".

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