
Nada se puede dar por sentado en el Reino Unido en estos días, pero es muy probable que 2020 sea el año en que finalmente ocurra el Brexit. La mayoría de los ciudadanos británicos probablemente se sientan aliviados por el fin de esta aparentemente interminable agonía, mientras que la mayoría de los líderes europeos estarán agradecidos por no tener que discutir otro aplazamiento. Pero quedan preguntas.
A la pregunta de "¿Quién perdió a Reino Unido?", la respuesta debe ser, ante todo, el propio Reino Unido. Independientemente de los errores que puedan haber cometido los restantes 27 miembros de la Unión Europea, no se los puede responsabilizar por el extraordinario comportamiento de los tres gobiernos, igualmente chapuceros en los últimos cinco años.
La UE no es responsable del comportamiento chapucero del Gobierno británico
Sin embargo, hay lecciones más profundas que podemos extraer de lo ocurrido. La primera, como señaló Wolfgang Münchau en el Financial Times, es que la batalla por su pertenencia a la UE se perdió mucho antes de pelearla. Desde la década de 1990, los principales expertos y los medios de comunicación presentaron rutinariamente a la UE como una burocracia sofocante, obsesionada con ampliar su propio poder. Pocos políticos de alto rango se atrevieron a enfrentar esos prejuicios.
Desafortunadamente, en la actualidad se ven tendencias similares en otros de los países principales de la UE. En Francia, el 56 por ciento de los ciudadanos –igual número que en Reino Unido–tiende a "no confiar" en la UE. Los votantes de la clase trabajadora son particularmente negativos. La confianza en la UE es mayor en Alemania, pero las políticas del BCE son atacadas. Durante años circularon historias de terror sobre transferencias ocultas al sur. El periódico sensacionalista de mayor venta en Alemania,Bild, ahora afirma que los ahorradores alemanes perdieron 120.000 millones durante el período en que Mario Draghi (o "conde Dráguila", como lo llaman los editores) presidió el BCE. A muchos políticos, como a sus contrapartes británicas antes que ellos, les resulta más fácil condescender con esas percepciones que oponerse a ellas. Esto allana el camino a futuras reacciones negativas.
Al mismo tiempo, la UE no debe eximirse de autocrítica. Cuando el entonces primer ministro David Cameron intentó limitar temporalmente a los inmigrantes de Europa Central y del Este, Bruselas debió negociar con él. Y después de que la UE comenzó las negociaciones con la sucesora de Cameron, Theresa May, pudo ser inteligente atender su petición de un acuerdo "a medida". Desde el referendo de 2016, los EU27 se han mantenido sorprendentemente unidos, notablemente coherentes y asombrosamente carentes de estrategia. Su postura no estuvo motivada tanto por el deseo de limitar los daños mutuos, sino por el temor a que la moderación en las negociaciones pudiera conducir a una mayor fragmentación. Su aparente fortaleza ocultaba debilidades internas.
Lo pasado, pasado está. Las prioridades de la UE deben ser ahora mantener viva una cooperación beneficiosa y evitar el peligro de que Reino Unido busque una estrategia agresiva de competencia regulatoria.
Lo más probable es que las iniciativas de defensa conjuntas que involucran a Londres y sus socios continentales sobrevivan, la cooperación dentro del sistema multilateral casi seguramente continuará, y los proyectos ad hoc probablemente prosperen. Pero la gran víctima podría ser la integración económica con el mercado único europeo.
Un tornillo es un tornillo y un perno es un perno, pero Reino Unido no produce tornillos y pernos. Es un gran exportador de servicios profesionales y de banca, seguros, contabilidad y comunicaciones, la mitad de los cuales va a la UE. Además, la mayor parte de estos servicios están regulados.
El día después del Brexit, el régimen regulatorio británico será idéntico al de sus socios comerciales de la UE, porque la Ley de Derogación (Repeal Bill) británica sancionada en 2018 copió y pegó todas las leyes de la UE en la legislación local. Pero a medida que el Parlamento británico enmiende gradualmente estas leyes y la UE introduzca nuevas leyes propias, los dos sistemas legales comenzarán a divergir. La pregunta es: ¿cuánto pueden divergir sin poner en peligro las vinculaciones económicas y destruir la prosperidad?
Hay dos posibilidades. Una es que Londres adopte leyes diferentes a las de la UE, pero basadas en los mismos principios principales. Por ejemplo, puede haber diferentes maneras de garantizar que los contratos de seguros ofrezcan el mismo grado de protección a los consumidores, o de mantener los estándares bioéticos. En ese caso, las leyes nacionales de Reino Unido encarnarán diferentes enfoques regulatorios y, sin embargo, sólo crearán obstáculos limitados al comercio de servicios.
La segunda posibilidad, sin embargo, es que Londres trate de socavar la legislación de la UE. En este escenario —a menudo llamado "Singapur del Támesi"— Gran Bretaña impondría normas menos rígidas para la estabilidad financiera, sería más permisiva en cuanto a la protección de los datos o, tal vez, relajaría sus leyes laborales, con la esperanza de atraer más inversores y vender servicios más baratos. Una jugada de ese tipo podría ser considerada como contraria a la competencia por parte de los socios europeos y dar como resultado la restricción por la UE del acceso al mercado a los exportadores de servicios británicos (la mayoría de los cuales provee a sus clientes continentales directamente desde su base británica).
¿Qué camino seguirá Gran Bretaña? Idealmente, acordará con la UE principios comunes y se comprometerá creíblemente a mantenerlos. Pero, como algunos de los defensores más firmes del Brexit sueñan abiertamente con completar la revolución de Thatcher y convertir al país en un paraíso de la desregulación, la UE se muestra comprensiblemente cautelosa. Hay un grave riesgo de una espiral negativa de desregulación británica agresiva y restricciones enérgicas de la UE, con consecuencias perjudiciales para el comercio de servicios.
La UE no debiera pedir a Reino Unido que copie servilmente su legislación, pero debiera dejar en claro que una competencia regulatoria agresiva no es aceptable y presentar a Londres alternativas claras: acepta comprometerse con los principios comunes e implementa un autocontrol regulatorio para conservar un buen acceso al mercado europeo, o se niega y expone a las empresas británicas a graves restricciones generales para su capacidad de exportar a Europa.
Suponiendo que el Brexit ocurra, los historiadores del futuro probablemente recordarán 2020 como el año en que una Europa debilitada y vulnerable decidió ser más débil y vulnerable. La tarea actual para sus líderes es evitar empeorar las cosas.