
La presente teoría está construida para el caso, aún no garantizado y más bien dificultoso, de que Pedro Sánchez logre sacar adelante su investidura con los grupos parlamentarios a los que el PSOE está dirigiéndose para conseguirlo.
La jugada diseñada en las bambalinas de Moncloa comienza a circular por ambientes del socialismo territorial, como el catalán. Parece haber sido pensada por un Maquiavelo embriagado de poder, lo que para muchos de los analistas de la realidad política española está lindando con la realidad. Consiste en ganar la segunda votación de la investidura habiendo llevado a su terreno a los partidos que van a apoyarle y contando con las abstenciones inconfesables y sonrojantes de independentistas de ERC y Bildu. Sánchez formaría entonces el gobierno acordado hace dos semanas con Pablo Iglesias y tantas veces rechazado antes, una más de sus flagrantes contradicciones, nunca costosas para él en imagen o en votos.
Las semanas y los primeros meses transcurrirían con el gobierno partido en dos que todos adivinamos, con los ministros de Podemos defendiendo la autodeterminación de Cataluña y abriendo un incendio diario delante de la opinión pública, pero cómodamente sentados en sus despachos: Iglesias, Montero, Yolanda Díaz, tal vez Alberto Garzón, tal vez un podemita de Cataluña...
Los españoles verían entonces la verdadera cara del ejecutivo que Sánchez forjó en su etapa de presidente en funciones, utilizando para su beneficio incluso una convocatoria electoral, con el magro resultado que todos pudimos comprobar aunque sobre él se haya corrido la tupida cortina de humo del "primer gobierno progresista de coalición de la democracia española", con la carga ilusionante que eso conlleva para millones de ciudadanos. Cada mañana habrá jugosos asuntos con fuertes discrepancias internas en el gabinete para la distracción de todos.
Y llegará la aprobación de los presupuestos, y Sánchez seguirá con sus juegos florales junto a los independentistas y puede que hasta logre aprobarlos en el Congreso de los Diputados. Y será entonces cuando la estrategia del escorpión se active: el presidente justificará, con las cuentas ya aprobadas, una crisis de gobierno inmediata, alegando que la gobernabilidad no es posible con sus socios de Podemos y comunicando a la opinión pública que se ve obligado a prescindir de ellos pese al acuerdo del abrazo alcanzado 48 horas después de las elecciones forzadas para impedir un acuerdo similar.
En el nuevo gobierno no habrá ni rastro de Iglesias ni de sus compañeros y compañeras, que pasarán a la oposición engañados por el alquimista impaciente y con la miel en los labios de haber ocupado durante unos pocos meses los despachos del poder. El aguijón del escorpión, retorciéndose sobre sí mismo, habrá mutilado una parte de su propio cuerpo.
La prerrogativa de cambiar y decidir la composición del gobierno es exclusiva del presidente, y nada le impedirá hacer esta jugada, nada salvo su palabra... Es decir, nada.
Liberado de tan incómodo socio como él mismo lo calificó hasta la saciedad, el presidente pondrá velocidad de crucero hacia el fin de la legislatura a sabiendas de que nadie le desalojará del poder, ni con una moción de censura imposible ni con escándalo alguno, ya que éstos sólo tienen un coste para sus adversarios ideológicos y nunca para los socialistas: sentencias por casos de corrupción o plagios en tesis universitarias especialmente.
Sólo la marcha de la economía será entonces el juez de su mandato, que puede acabar como el de su antecesor socialista en el ejecutivo.