
Universidades, agencias de viajes, inmobiliarias, restaurantes… La inmensa mayoría de sectores han tenido y tienen su transformación digital. Pero faltaba uno: las autoescuelas.
Sin llegar al nivel de regulación del sector del taxi, las autoescuelas se han visto protegidas durante años por un exceso de burocracia que ha frenado la libre competencia. Prueba de ello son los cursos de recuperación de puntos, cuya concesión fue sido anulada recientemente por la Audiencia Nacional, al considerar que su reparto no respondía al interés general.
Esta concesión, gestionada por la Confederación Nacional de Autoescuelas (CNAE), repartía los cursos a las autoescuelas según unos criterios que este organismo decretaba. No es la primera vez que sucede algo similar, ya que el 2016 la DGT investigó irregularidades en estos cursos a partir de unas denuncias de amaño que señalaban a CNAE.
La falta de innovación ahuyenta a los que demandan digitalización
El otro gran ejemplo de la desfasada regulación que afecta al sector de las autoescuelas es la titulación oficial de formador vial. Existe un incomprensible cuello de botella que impide la entrada de nuevos formadores, debido a que el proceso formativo queda restringido a las convocatorias oficiales de la DGT (SCT y Trafikoa, en el caso de Cataluña y País Vasco).
Si tomamos una foto de la composición del mercado entenderemos parte de este inmovilismo. En España hay más 8.000 autoescuelas, la mayoría de las cuales son pequeños negocios gestionados por un profesor o profesora que ha decidido emprender. Se trata pues de un mercado hiperatomatizado, de escasa concentración de recursos, en el que la innovación no ha sido una prioridad.
La figura del profesor-emprendedor predominante en el mercado español tiene que repartir su tiempo entre las clases prácticas, las clases en aula, la gestión diaria de la empresa, la tramitación -presencial- con DGT y la captación de alumnos. Demasiadas tareas para un modelo de negocio dependiente por completo de los ingresos generados con las clases prácticas.
Esta falta de recursos ha llevado a la mayoría de las autoescuelas a perder la estela de la digitalización. Prueba de ello son los datos ofrecidos por la misma DGT, que revelan un descenso del 40 por ciento el número de permisos de conducir en la última década.
Sin embargo este descenso contrasta con el crecimiento imparable de los nuevos servicios de movilidad que requieren de la obtención de un permiso de conducir. Las opciones de alquiler de vehículos (motos y coches) o las flotas de VTC, entre otros, son un claro ejemplo de estos nuevos hábitos de consumo.
Parece lógico afirmar que el modelo de autoescuela convencional ha tenido una incidencia directa en este descenso. La falta de innovación ha ahuyentado a los nuevos alumnos que demandaban soluciones digitales. Con la caída del número de alumnos, los ingresos se han resentido y muchas autoescuelas han entrado en modo supervivencia, relegando la innovación al fondo de las prioridades. Este círculo vicioso conduce al sector a una situación límite, acentuada todavía más por la huelga de examinadores que hubo en 2016.
Los grandes damnificados de todo han sido los profesores y profesoras que han visto como sus condiciones laborales iban empeorando en los últimos años. Los contratos por menos horas de las realizadas o los ajustes salariales arbitrarios (si no hay alumnos no cobran) han sido y siguen siendo algunos de los daños colaterales de todo esta crisis del sector.
Parece más que necesario un cambio, una nueva visión que añada valor a la formación, pues esta sigue siendo la razón de existir de las autoescuelas. Para ello urge mejorar sustancialmente las condiciones del profesorado, quienes son a fin de cuentas los grandes responsables de la formación vial de las nuevas generaciones de conductores y conductoras.
La tecnología debe ponerse al servicio del colectivo docente para amplificar su potencial y para que puedan dedicar su tiempo a lo que mejor saben hacer: educar.
El foco de los profesores debe estar en la formación, especialmente la formación práctica, y no en un sinfín de tareas improductivas como las que acaecen a las autoescuelas tradicionales. Esto permitiría crear un modelo económico sostenible, al destinar las horas efectivas del profesorado a la principal fuente de ingresos de este tipo de empresas: las clases prácticas.
Al volver a ser un modelo atractivo, los profesores y profesoras podrían recuperar el prestigio perdido, y con ello, volver a ser un sector atractivo laboralmente hablando. A mejores condiciones, mejores docentes y mejores conductores.
El cambio en el sector es imprescindible, no solo por la evolución necesaria de las autoescuelas, sino por la responsabilidad que tenemos como sociedad de educar a los ciudadanos en una movilidad compartida y sostenible.
El futuro de la educación vial es digital.