Medio mundo está pendiente de lo que suceda estos dÍas en Washington, donde Estados Unidos y China se reúnen de nuevo para tratar de encontrar una solución a la guerra arancelaria. Al igual que en anteriores ocasiones, se tiene cierto optimismo ante la posibilidad de que se pueda alcanzar algún tipo de acuerdo.
Es cierto que, esta vez, ambos han realizado gestos de buena voluntad; Estados Unidos posponiendo hasta el 15 de octubre la entrada en vigor del incremento de aranceles del 25 al 30 por ciento sobre bienes procedentes de China por valor de 250.000 millones, y China aumentando la compra de soja. Sin embargo, se puede afirmar sin miedo a equivocarse que la rivalidad entre ambas potencias está lejos de desaparecer.
El imparable ascenso económico de Pekín en las últimas décadas, sin duda alguna, no ha pasado desapercibido para el resto del mundo. La combinación de know-how extranjero, mano de obra local y el acceso a un mayor número de mercados que trajo consigo la adhesión de China a la OMC en 2001, ha superado con creces todas las expectativas. Progresivamente, el gigante asiático ha ido desbancando a economías desarrolladas hasta situarse en los primeros puestos de la economía mundial. Este despegue económico ha venido acompañado de un cambio en el carácter de su política exterior, pasando del tradicional "ascenso silencioso" a una postura mucho más asertiva. Desde hace años, China está tratando de asegurar su área de influencia fortaleciendo las relaciones económicas primero y políticas después.
La comunidad internacional y, en especial, Estados Unidos, ha asistido a este despegue económico tratando de que China se incorporase al orden multilateral vigente. No obstante, el vínculo entre ambos países se ha ido deteriorando a medida que Pekín iba ganando relevancia, comenzando con la estrategia de participación de Carter, pasando por la "Chinamerica" de Obama, hasta llegar a la confrontación que plantea Trump. Nos encontramos, pues, ante un nuevo paradigma en las relaciones entre Washington y Pekín que muchos han calificado de nueva Guerra Fría. Sin embargo, no olvidemos que la configuración económica del mundo actualmente dista mucho de parecerse a la de la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad, la elevada interconexión de todos los países y, especialmente, la que mantienen Estados Unidos y China, sumada a su relevancia en la economía mundial implica que una guerra comercial entre ambos suponga un auténtico terremoto a todos los niveles.
En la actualidad, el 68 por ciento de las importaciones que EEUU recibe de China y el 58 por ciento de las exportaciones que envía están sujetas a algún tipo de arancel y, si no consiguen llegar a un acuerdo, el 15 de diciembre aumentarán al 97 y 69 por ciento, respectivamente. Nos asomamos peligrosamente a una etapa inexplorada de la guerra comercial y nadie puede anticipar las posibles consecuencias. El Banco de España estimaba que las medidas proteccionistas recortarían un 0,25 por ciento del PIB mundial entre 2019 y 2021, un 0,26 por ciento al PIB estadounidense y un 0,38 por ciento al chino, solo considerando los canales directos. Pero ahí no queda la cosa, el área del euro dejará de crecer un 0,26 por ciento durante los próximos dos años como consecuencia de su elevada apertura comercial. Todo ello sin incluir en la estimación el efecto que el incremento de la incertidumbre y la pérdida de confianza que la escalada arancelaria está teniendo sobre las decisiones de inversión. Al contrario de lo que afirma el presidente Trump, las guerras comerciales no son fáciles de ganar, sino que ciertamente en las guerras comerciales perdemos todos.
EEUU no va a permitir que China gane la carrera por el liderazgo tecnológico
Cabe señalar, sin embargo, que la cruzada arancelaria está desviando la atención de un conflicto de mayor envergadura: la lucha por el liderazgo tecnológico. En los últimos años, el gigante asiático ha ido mejorando su posicionamiento en las cadenas de valor globales gracias a una clara apuesta de las autoridades chinas por el desarrollo tecnológico. Las estrategias "Plan de Medio y Largo Plazo para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología" lanzada en 2006 y el "Made in China 2025" se enmarcan en ese contexto. Ambas han sido piezas fundamentales para colocar a China a la vanguardia tecnológica. Pekín ya es el segundo país que más invierte en I+D+i (por detrás de EEUU); es el que más patentes solicita, y las empresas chinas ya son grandes actores en sectores como el de las renovables, pago electrónico o nuevas tecnologÍas como la Inteligencia Artificial o el 5G. Este despegue tecnológico está, además, respaldado por un enorme pulmón financiero y un mercado local de 1.400 millones de personas sin apenas competencia, lo que facilita la escalabilidad de los proyectos tecnológicos. Ventajas con las que Estados Unidos, hasta ahora líder indiscutible, no cuenta, y que podrían catapultar a China a la cima de la carrera tecnológica. Ver amenazada su supremacía en este ámbito, y en un mundo en el que el progreso tecnológico, el manejo de la información y el desarrollo de la Inteligencia Artificial constituyen el horizonte futuro de la economía, supone, en definitiva, dejarse desbancar por China; algo que, Washington, no está dispuesto a permitir.
En definitiva, la guerra comercial que estamos presenciando en estos momentos es solo el inicio de una nueva era en el orden global en la que la rivalidad entre las dos superpotencias adquirirá distintas formas y se desarrollará en distintos frentes. A lo largo del siglo XXI presenciaremos una sucesión de choques entre estos dos titanes que, esperemos, no trasciendan al plano militar. La disputa por la hegemonía mundial, la nueva arquitectura de la industria de los hidrocarburos y la imparable transición energética son solo algunos de los temas que se analizan en profundidad en la publicación de Panorama Internacional elaborada por la Unidad de Riesgo País de CESCE. Todos ellos, temas fundamentales para entender las relaciones internacionales en el futuro y que, sin duda alguna, dibujarán un escenario económico y político muy distinto al actual.