
Decía Jean Paul Sartre que "un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo…" Alfonso de Salas descubrió hace ya décadas lo que quería hacer y se convirtió en uno de los mejores editores de España. Dotado de un gran talento, era dueño de una extraordinaria visión, capaz de detectar el humo antes de que el fuego devorador de la tecnología arrasase los cimientos de la prensa tradicional.
Un gestor con un olfato periodístico envidiable. Siempre un paso por delante de los acontecimientos. Defensor de un tejido empresarial fuerte como motor de progreso en nuestro país, dedicó mucho tiempo y esfuerzo en convertir a elEconomista.es, la última niña de sus ojos, en un referente innovador y moderno del periodismo económico.
Los que tuvimos la suerte de conocerlo en esta última etapa profesional agradeceremos siempre su entrega, su sabiduría, su entusiasmo por los avances tecnológicos, su fidelidad al espíritu y la letra del periodismo, la pasión con la que defendía sus ideas y nos hacía apasionarnos a los demás. Su generosidad.
A sabiendas de que un periodista talentoso no es obligatoriamente un periodista agradecido, dejó que otros a quienes descubrió se arrogaran tantos que no les correspondían. No tenía tiempo para mortales miserias. Obvió afrentas y olvidó traiciones. Casi todas. Solo le asqueaba la cobardía.
Recordaremos sus interminables jornadas de despacho de puertas abiertas a última hora de la tarde para comentar, junto con Amador, su delfín, su amigo, los últimos acontecimientos del día, para reírse de las afrentas, alabar las buenas noticias y preparar las siguientes jugadas.
Hace un año intuyó, quizá por primera vez, que el tiempo era un ente finito y empezó a preparar su sucesión: buscó a Pablo, su alter ego tecnológico, y junto con Amador, preparó al equipo- "el mejor de la prensa económica"- como repetía a menudo, para ser más fuertes, para ir más lejos, en suma, para dejar en marcha un proyecto sólido y un equipo unido como una piña.
El lunes por la noche, sabedor de sus últimas horas, me hizo el regalo de una llamada de despedida. "Seguid juntos- me dijo- Lo estáis haciendo muy bien. Acuérdate de darle las gracias en mi nombre a todos los que nos han apoyado siempre. En esta vida hay que ser agradecidos".
Parafraseando a Paco Rosell, a quien apreciaba mucho, nosotros, los de ahora, tampoco olvidaremos a Alfonso. Ni permitiremos nunca un 20 aniversario sin su nombre. Hasta siempre, maestro.