
La economía alemana se encuentra tocada en sus dos pilares. A la manifiesta debilidad de sus exportaciones en los últimos meses, afectadas por la guerra comercial entre EEUU y China, se suma la anemia de la industria germana.
Su actividad, según la mide el índice PMI, no sólo continuó en agosto por debajo de los 50 puntos (lo que implica una contracción), sino que se situó en su nivel más bajo de la última década (41,4 unidades). Quedan así aún más fundados los temores de que el PIB alemán entre en recesión, después del retroceso que sufrió en el segundo trimestre. Los problemas de la locomotora europea tienen que trasmitirse a toda la eurozona y las últimas previsiones le otorgan un crecimiento de tan sólo una décima de julio a septiembre.
Los problemas que experimenta Alemania afectan al resto de la eurozona y cada vez hay menos armas para combatirlos
Es, además, factible que la situación de la Unión Monetaria empeore, hasta el punto de que el presidente saliente del BCE, Mario Draghi, reconoció ayer la inexistencia de señales de un repunte del crecimiento. Ante ese horizonte las defensas disponibles son escasas. Draghi volvió a abrir la puerta a bajar los tipos, pero es el último cartucho de una política monetaria agotada. Tampoco puede esperarse demasiado de los nuevos estímulos para los bancos. La reciente subasta de liquidez del reactivado programa TLTRO quedó casi desierta . Resulta dudoso que el entusiasmo crezca en posteriores pujas dado el problema que las entidades tienen para encontrar una demanda solvente de crédito. Sólo quedaría, por tanto, la opción de que los Estados con superávit presupuestario activen sus propios estímulos fiscales. Alemania ya aprobó 40.000 millones en inversiones medioambientales, pero disipar las incertidumbres que sobrevuelan la eurozona requerirá de pasos más ambiciosos y coordinados.