Opinión

El estímulo fiscal necesario para la UE

El BCE no es suficiente para relanzar la economía europea

Al entrar en el último trimestre de 2019 (y de la década), los indicadores cíclicos apuntan a una ralentización de la economía mundial en medio de retos estructurales de gran envergadura. Hay un montón de temas que abordar, ya sea el cambio climático, el envejecimiento de la sociedad, la tensión de los sistemas de pensiones y de salud, los niveles de endeudamiento masivo y una guerra comercial en curso.

Pero como dice el viejo refrán, uno nunca debe dejar que una crisis se desperdicie. Entre los países que sienten los peores efectos de las tensiones comerciales mundiales se encuentra Alemania, donde los responsables de la formulación de políticas finalmente se están dando cuenta de la evidente necesidad de un estímulo fiscal basado en la inversión y destinado a aumentar la productividad. Del mismo modo, bajo todo el caos causado por Brexit, Reino Unido también estudia sus opciones de estímulo fiscal. También lo es China, que busca medidas para reducir su vulnerabilidad a la interrupción del comercio y de las cadenas de suministro.

Supone una mala política depender constantemente de los bancos centrales

Los responsables de la formulación de políticas de todo el mundo se están dando cuenta de que no es prudente ni factible depender constantemente de los bancos centrales para obtener apoyo en materia de política económica. En el entorno actual de tipos de interés bajos, y en algunos casos negativos, es más evidente la necesidad de trasladar la carga de la política monetaria a la fiscal.

A principios de este mes, el BCE decidió recortar los tipos de interés y llevar a cabo otra ronda de medidas de alivio cuantitativo (quantitative easing, QE), una medida que pareció acelerar la fuerte caída de los mercados mundiales de bonos. Sin embargo, al anunciar la decisión, el presidente del BCE, Mario Draghi, se hizo eco de un creciente grupo de expertos que ahora piden más medidas de política fiscal.

Hizo bien en hacerlo. Sin embargo, uno sólo puede preguntarse qué beneficio espera obtener de una mayor relajación, dado que los tipos de interés ultra-bajos no han logrado impulsar la inversión o el gasto de los consumidores. En cuanto a la expansión cuantitativa, la vuelta a las políticas monetarias no convencionales que se iniciaron después de la crisis de 2008 no hará más que agravar los problemas sociales y políticos que ya afligen a las democracias occidentales. Después de todo, es sabido que los beneficios de estas políticas recaen principalmente en los hogares ricos que ya cuentan con importantes activos financieros.

Desde un punto de vista estructural, la economía alemana es menos sólida de lo que parece

Mientras tanto, los datos mensuales de China ofrecen más pruebas de una desaceleración en ese país, con una disminución de las exportaciones que sugiere claramente que la guerra comercial con Estados Unidos se cobra su precio. Tal vez por esta razón, los responsables políticos chinos han relajado su política de desalentar el apalancamiento interno (la prioridad del año pasado), con el fin de centrarse en el apoyo al crecimiento.

La desaceleración en Alemania es igualmente evidente. Debido a su excesiva dependencia de las exportaciones, la economía alemana coquetea con la recesión a pesar de la firme demanda interna (según los bajos estándares alemanes).

Durante mucho tiempo he argumentado que la economía alemana no es tan sólida desde el punto de vista estructural como parece, y que hace tiempo que debería haberse producido un cambio en el enfoque de su política. Durante más de una década, Alemania se ha adherido a un marco fiscal rígido y se ha centrado constantemente en la reducción de la deuda pública. Pero ahora incluso los responsables políticos alemanes están reconociendo la necesidad de un cambio. El rendimiento de los bonos a diez años del país está muy por debajo de cero, su ratio deuda/PIB está por debajo del 60 por ciento, su superávit por cuenta corriente es obscenamente alto (cerca del 8 por ciento del PIB) y su infraestructura se deteriora.

Desde 2008, el déficit de la balanza por cuenta corriente de EEUU se ha reducido a la mitad, por debajo del 3 por ciento del PIB, y el de China se ha reducido del 10 por ciento del PIB a casi cero. Sin embargo, el desequilibrio exterior de Alemania ha seguido creciendo, amenazando la estabilidad de la zona euro en su conjunto. Una importante expansión fiscal alemana podría comenzar a invertir esta tendencia. También podría tener efectos multiplicadores positivos para la inversión y el consumo privados, creando así oportunidades de exportación para otros miembros de la eurozona en dificultades. Además, un cambio en el enfoque de la política fiscal de Alemania podría abrir la puerta a una flexibilización de las normas fiscales de la zona del euro. Los gobiernos europeos deben tener la opción de desempeñar un papel más activo en la economía, de modo que puedan invertir en las fuentes de crecimiento a largo plazo y liderar el proceso de descarbonización.

Volviendo a Reino Unido, dos cuestiones más allá de Brexit merecen atención. En primer lugar, Boris Johnson ya ha pronunciado discursos en el norte de Inglaterra, prometiendo inversiones. Sin duda, muchos ven el abrazo de Johnson al Norte como una estratagema cínica para reforzar su base electoral antes de las próximas elecciones. Pero seguramente Johnson y sus asesores no son tan tontos como para asumir que los votos se pueden comprar tan fácilmente. Además, resolver los retos estructurales a largo plazo del Norte y aumentar su productividad son aún más importantes para la economía británica que la relación comercial con la UE.

En segundo lugar, la reciente revisión del gasto del Ministro de Hacienda Sajid Javid augura un cambio en la política fiscal de Reino Unido. Debido a las bajas tasas de interés y a una fuerte reducción del déficit fiscal en la última década, Javid cree que ha llegado el momento de comenzar a abordar las enormes carencias de infraestructuras del país. Ha sugerido una nueva regla fiscal para distinguir entre los niveles de deuda, con exclusión de los gastos de inversión. Dadas las circunstancias actuales, una norma de este tipo tendría mucho sentido no sólo para el Reino Unido, sino también para la UE, Alemania y muchos otros países.

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