
La reunión de esta semana del BCE estuvo lejos de constituir un nuevo día aciago para la banca europea. Al contrario, el presidente Draghi le proporcionó algunos alivios. Es cierto que el interés de la facilidad de depósito volvió a bajar, hasta el 0,5 por ciento negativo, lo que implica que las entidades tendrán que pagar más por aparcar sus excesos de liquidez en el BCE.
Ahora bien, esa tasa se aplicará de forma escalonada, y, en ciertos tramos, dejará de penalizar, lo que supone un ahorro de 3.000 millones al año para las entidades de la eurozona. Además, Draghi confirmó que el lunes se reactiva el TLTRO, el programa de inyecciones masivas de liquidez a los bancos en condiciones más cómodas que en el pasado. Sus plazos de devolución se amplían y el BCE está dispuesto a remunerar más el uso de esos recursos para conceder crédito. Con estos apoyos, Draghi muestra su afán de contribuir a que el sector financiero esté en condiciones de cumplir con su función de financiar la economía y actuar de cortafuegos ante el posible empeoramiento de la desaceleración que la Unión Monetaria sufre. Sin embargo, se trata de una defensa limitada. Aunque Fráncfort bombee liquidez, su transmisión se ve trabada por la persistente escasez de demanda de crédito solvente. Además, los bancos aún atraviesan sus propios problemas, como son los bajos niveles de rentabilidad y la necesidad de hacer más ajustes internos.
Pese a los nuevos apoyos del BCE, la banca está en una posición muy deteriorada para poder frenar sola la desaceleración
Resultará complicado, por tanto, que los bancos por sí solos puedan compensar el ya completo agotamiento de la política monetaria del BCE. A ello se suman las reticencias de los países con superávit en sus cuentas públicas a la hora de poner en marcha los estímulos fiscales que el Eurogrupo, y el propio BCE, les reclaman.