
Un rayo de esperanza. A la vuelta del verano nos hemos encontrado con una serie de acontecimientos políticos en Europa, que podrían indicar que las fuerzas de la moderación y del sentido común estarían empezando a imponerse poco a poco a la ola de populismo que creció en Europa, y en el resto del mundo, como consecuencia de la crisis económica.
El primer ejemplo lo tenemos en Italia. Nos habíamos ido de vacaciones con una crisis de gobierno provocada por Salvini con el objetivo de convocar elecciones. El líder de la Liga esperaba arrasar en esos comicios. Su programa antieuro y antiinmigración, es decir, la culpa de los males de Italia la tienen los demás, atraía a cerca del 40 por ciento del electorado. Todo un récord en la Europa actual, donde los parlamentos están muy fraccionados y superar el 30 por ciento del voto es casi un milagro, no digamos acercarse al 40 por ciento. Se las prometía muy felices el ministro del Interior italiano, pero todo le ha salido mal.
Mattarela salvó a Italia del desastre económico al negarse a convocar elecciones
Por una parte, la reacción del electorado no fue la que él esperaba. Tras anunciar la retirada de su apoyo parlamentario al Gobierno de Giuseppe Conte, del que él era el ministro del Interior, las encuestas de opinión le empezaron a ser más desfavorables. La intención de voto a la Liga Norte se desplomó en unos días desde el 38-39 por ciento al 31-32.
Pero más importante fue sin duda la actuación del presidente de la República, Sergio Mattarella. Mattarella pertenece a una estirpe de políticos italianos que parecen ser de otro tiempo, del Senado de la república romana. Siciliano, su padre ayudó a fundar la Democracia Cristiana a De Gasperi. Entró en política cuando la Cosa Nostra mató a su hermano. Fue encargado de limpiar el partido en Sicilia de la influencia de la Mafia. Ministro en múltiples ocasiones, sobrevive al hundimiento de la Democracia Cristiana integrándose en la facción más moderada del centro izquierda. Centrista, europeísta, sin escándalos de corrupción conocidos, y con una larga carrera al servicio del Estado fue elegido, con amplia mayoría, magistrado del Tribunal constitucional, para ser nombrado algo más tarde jefe del Estado italiano por una mayoría parlamentaria aún más amplia. Posee, por tanto, un largo "cursus honorum", servicios demostrados al país y una reputación intachable. La política italiana, llena de corrupciones, personalismos y traiciones, tiene en última instancia personas en sitios estratégicos que dan un golpe de timón cuando la República se ve amenazada. Y eso es lo que ha hecho el presidente de la República, quien negándose a convocar elecciones y auspiciando un nuevo Gobierno en Italia, ha evitado lo que habría sido un desastre económico para su país. Un Gobierno en el que Salvini tendría todo el poder hubiera llevado a la nación a un choque populista sin precedentes con Bruselas y el resto de socios europeos.
El otro ejemplo que da lugar a la esperanza es la rebelión de un grupo de diputados conservadores británicos contra el recién elegido primer ministro. Con una maniobra de constitucionalidad dudosa, Boris Johnson ha querido llevar al Reino Unido a una ruptura sin acuerdo con la Unión Europea, aún a sabiendas que no tenía mayoría parlamentaria para ello. La única posibilidad de frenar semejante disparate era la votación que ha tenido lugar esta semana. El primer ministro, consciente de la oposición interna que genera su estrategia, amenazó a los diputados conservadores con la expulsión del grupo parlamentario y con no volverlos a presentar por su jurisdicción si votaban en contra del Gobierno.
La democracia española carece de cauces para frenar maniobras como las de Boris Johnson
A pesar de las amenazas, una veintena de parlamentarios tories votaron a favor de la propuesta que arrebataba al primer ministro la agenda del Brexit, abocándole a pedir al Parlamento unas nuevas elecciones. Pero lo más significativo de todo ello es el perfil de los diputados rebeldes. Muchos de ellos tienen a sus espaldas una dilatadísima carrera política. En algún caso con casi 50 años como diputado. Varios de ellos han servido en el Tesoro británico (el Ministerio de Economía y Hacienda), bien como ministros o como secretarios de Estado. Y muchos de ellos ya habían anunciado con anterioridad que no se iban a volver a presentar a unas elecciones, por lo que la amenaza del primer ministro no les afectaba y su voto era más libre. Como en el caso de Mattarella, se trata, en su mayor parte, de personas de mucho peso, al final de su carrera y con demostrados servicios y honestidad. Han actuado en conciencia, según lo que creen mejor para su país y sin importar las consecuencias que ello tenga sobre su futuro político. Están por encima de ello.
La lección que podemos sacar de estos dos ejemplos es que las naciones necesitan este tipo de perfiles. Personas de amplia experiencia, que ya han prestado sus servicios al Estado, y que ocupan posiciones que, en condiciones normales, están alejadas del duro debate político diario. Pero que cuando la nación se ve arrastrada al precipicio por un hiperliderazgo extremista, ponen sensatez y sentido común. Representan la auctoritas frente a la potestas. La perspectiva de experiencia y la autoridad de los que ya están alejados de la lucha por el poder. Son el único freno eficaz a las veleidades populistas del poder.
En España también los tenemos y, afortunadamente, aún no los hemos necesitado porque hasta ahora nunca hemos tenido un Gobierno radical. Pero al contrario que en otras democracias no tenemos un cauce institucional para que estén presentes en caso de ser necesarios.