Opinión

La obsoleta arquitectura económica internacional

En plena guerra comercial entre China y los Estados Unidos, que es la principal amenaza a la economía mundial desde la gran recesión de 2008, y en medio de una posible guerra de divisas entre los mismos contendientes que pone en peligro la estabilidad de las finanzas internacionales, el principal resultado de la última cumbre del G7 es una posible reunión entre el Presidente de EE.UU. y su homólogo Iraní. Para mayor inri, a las pocas horas del final de la cumbre, los iraníes la han condicionado al levantamiento de las sanciones impuestas a su país por Estados Unidos.

Lo peor no es el pobre resultado de la cumbre. Lo más grave es que, en realidad, nadie esperaba otra cosa. Hace mucho tiempo que las reuniones del G-7 ya no son el encuentro de los líderes de las siete economías más grandes del mundo. Eso era antes del ascenso de China e India en la economía global. El G-7, ahora, es la reunión de las siete economías occidentales, desarrolladas y democráticas más grandes del mundo.

Según datos del Fondo Monetario Internacional, la economía más grande del mundo sigue siendo la de Estados Unidos, con un PIB de 20,5 billones de dólares, 14 veces más que la economía española. Le sigue China, con 12,2 billones de dólares, el 60 por ciento del PIB de Estados Unidos. A partir de ahí, las demás economías están en otra liga. El PIB de Japón no llega a 5 billones, unas tres Españas y media; Alemania tiene un PIB de 4 billones, algo menos de tres Españas; y Francia y Reino Unido son unas dos veces el tamaño de la economía española; la economía de India tiene el tamaño de la de Francia, y es mayor que la de Italia y, al contrario que estas dos, no está en el G-20. Brasil tiene una economía mayor que la de Canadá, y tampoco está en el G-7. A continuación, vienen Rusia y Corea del Sur con economías muy próximas en tamaño a la canadiense. Los siguientes somos nosotros, con un PIB de 1,4 billones; pero no están muy lejos Australia y México.

Lo que esto muestra claramente es que el G-7 ya no representa a los principales actores de la economía global. Por tamaño deberían estar China, India y Brasil. Rusia estuvo, pero se la expulsó en 2014 tras la invasión de Crimea. Pero si perteneció Rusia, atendiendo al PIB podrían estar Corea de Sur o incluso España o Australia.

El resultado de la cumbre del G-7 fue pobre y lo peor es que nadie esperaba otra cosa 

La realidad de la falta de representatividad del G-7 se puso de manifiesto en la crisis de 2008. Ello llevó a Estados Unidos a resucitar un foro de 20 países, con la pretensión de representar a la economía global. Este foro había sido creado en 1999, con representantes de los ministerios de finanzas y los bancos centrales de 19 países más la Unión Europea, para lidiar con los problemas de deuda de los países emergentes: la del peso mejicano de 1995, la crisis asiática de 1997 y la de la deuda rusa de 1998. Era, por tanto, una especie de cónclave de acreedores y deudores para solventar los problemas de deuda.

En 2008, y ante la dimensión de la crisis financiera internacional, la administración Bush propuso dar más papel al G-20, y elevar su rango con una reunión a nivel de jefes de Estado y de gobierno. Las primeras reuniones se centraron en la solución de la crisis y lograron resultados en el ámbito de la coordinación de políticas económicas y definición de instrumentos de estabilidad financiera. Pero en cuanto el peor momento de la crisis se disipó, los resultados de estas reuniones anuales han sido más bien escasos, por no decir nulos.

Ello, por varias razones. En primer lugar, los miembros del G-20, si bien en conjunto representan el 85 por ciento del PIB mundial, individualmente, no todos ellos son necesariamente los más representativos del poder económico. Hay que recordar que en su origen estaban representados los principales acreedores y deudores, no las economías más importantes. Los criterios de pertenencia al G-20 son de lo más erráticos. Así, España, aunque es la décimo tercera economía del mundo, es sólo un invitado permanente porque ya había demasiados europeos. Para incorporar algún país africano, se incluye a Sudáfrica, aunque su PIB sea menor que el de Irlanda o Israel, y Nigeria no forma parte del G-20, aunque su economía es la mayor de África. Argentina forma parte del G-20, aunque tiene menor PIB que Holanda, Polonia o Suiza, que no son miembros. Y así podríamos seguir.

Cualquiera que haya asistido a una de las reuniones que se celebran bajo el paraguas del G-20, sabe que en cada Presidencia fija, las prioridades de la agenda de ese año en términos de política interna, tratando de aparecer como un actor influyente en la economía global. Al no tener una estructura orgánica (el G-20 carece de un secretariado) es cada presidencia la que organiza los temas a tratar y los textos a debatir, sin que exista una continuidad clara de los trabajos cuando, como ocurre frecuentemente, las prioridades de una presidencia a otra son muy distintas. Los intentos de Francia en 2014 de crear un secretariado permanente, fracasaron.

De esta forma, muchas de las reuniones son únicamente una sucesión de monólogos en la que cada ministro o jefe de gobierno realiza un discurso ya preparado, en clave de política interna, sin que éste apenas tenga relación con lo que dicen los demás. Al final, tras largas reuniones de redacción, se aprueba un comunicado ambiguo, lleno de lugares comunes y sin acciones concretas, que es lo único en lo que se pueden poner de acuerdo todas las partes.

Realmente no existe un gobierno económico global, y no se prevé que lo haya a corto plazo 

Además, cada presidencia invita a los países adicionales que quiere, normalmente de su área geográfica, y en el G-20 participan multiplicidad de organismos internacionales: OCDE, Organización Mundial de Comercio, FMI, Banco Mundial, organizaciones regionales, etc. En la práctica, alrededor de la mesa hay unas cuarenta personas. Por otra parte, cada presidencia realiza reuniones con la sociedad civil, empresas, sindicatos, ONG… cuyas conclusiones se incorporan al debate. En definitiva, el G-20 se ha convertido más en una reunión de buenos propósitos y ha dejado de ser un auténtico foro de debate y diálogo económico entre líderes con capacidad de decisión para obtener resultados concretos.

Sin embargo, la economía global necesita un gobierno económico mundial que acompañe. ¿Cómo hacerlo?

En primer lugar, carece de sentido mantener dos reuniones anuales de líderes, la del G-7 y la del G-20. Lo lógico es que haya una única reunión de aquellos que tienen verdadera capacidad de influencia.

En segundo lugar, la arquitectura institucional debe reconocer que hay dos ligas: la de los muy grandes y la de los medianos tendiendo a grande. Estados Unidos y China tienen que tener un papel preponderante, al que se puede sumar la UE, si, una vez consumado el Brexit, Alemania y Francia aceptan coordinar su posición con el resto de europeos y hablar con una única voz. Si Europa quiere tener peso, tiene que renunciar a los protagonismos individuales. Estos tres serían los actores principales, a los que se sumaría un grupo reducido de países muy representativos de las distintas áreas geográficas. Japón, Reino Unido, Brasil, India, y Rusia son evidentes. A partir de ahí, se debe buscar una representación adecuada a África y añadir algún país importante. Pero la lista debe ser contenida.

Por último, sería preciso un secretariado permanente que estructurara el diálogo, diera seguimiento a los trabajos y verificara los acuerdos.

Nada de esto es probable que se realice. Estados Unidos y China continuarán su enfrentamiento por la hegemonía mundial, y no verán con buenos ojos que terceros afectados por este enfrentamiento tengan un foro donde aunar posturas e influir en el conflicto. La UE seguirá sin superar la tensión entre la unión y el protagonismo de los Estados grandes. Y los foros internacionales seguirán siendo más un ejercicio de relaciones públicas que un verdadero gobierno económico mundial, salvo en situaciones muy excepcionales de crisis aguda. La economía es global, pero, al menos a corto plazo, seguirá sin existir el necesario gobierno económico global.

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