
Visto lo visto, y no solamente en los últimos meses sino en décadas, la Izquierda o se resitúa o quedará como testimonial, también durante décadas futuras. Resituarse es replantearse, cuestionarse y, sobre todo, enlazar con el hilo rojo de su ADN: el socialismo como proyecto global y alternativo para la vida humana en sociedad. Es decir, otra economía, otros valores, otra cultura, otro desarrollo de la democracia, otra política, otras instituciones, otra educación, otros imaginarios colectivos. Desde luego, y en la situación presente, es una tarea prometeica pero que debe ser afrontada. Eso o la muerte por consunción. ¿Qué conlleva la aceptación del reto?
En primer lugar, asumir una larga travesía por el desierto. El capitalismo y su última reencarnación, el neoliberalismo, se benefician de una gran paradoja: el fracaso como proyecto de sociedad justa, igualitaria y libre y la hegemonía social y cultural de sus valores en el seno de la sociedad. Mercado, competitividad y crecimiento sostenido siguen siendo los parámetros de consenso generalizado y, desde luego, los valores inherentes a los mismos. Ello significa para la Izquierda prepararse para una tarea de pedagogía cultural e ideológica paciente, inteligente, sufrida y de escaso éxito inmediato. El consumismo, los sucedáneos de hedonismo cutre y la aculturización de la banalidad han hecho estragos.
Sin embargo, esa larga marcha puede tener momentos en los que el tejido social, a fuer de sufrimientos, injusticias e impúdicas exhibiciones de los detentadores del poder efectivo, esté dispuesto a buscar otros horizontes. La crisis económica que parece avecinarse, los escándalos financieros que la acompañan, la desestructuración de la política y los problemas de fondo sin resolver, y lo que es peor, sin voluntad y sin ganas de hacerlo, crearán una situación en la que la Izquierda puede ser escuchada en sus propuestas, en caso de tenerlas. Es decir, la travesía del desierto debe significar también un giro hacia la cultura de gobierno. Una cultura que no consiste en administrar lo existente sino en desarrollar legal y jurídicamente otros parámetros económicos, sociales, políticos y culturales. Si la cultura de la resistencia y lucha no tiene como objetivo gobernar, está condenada al fracaso.
Si la cultura de la resistencia y de la lucha no tiene como objetivo gobernar, va a fracasar
La travesía por el desierto de la Izquierda es ineluctable y, de hecho, ya ha comenzado. Las escisiones con los ojos puestos en los eventos electorales, el esencialismo de siglas, la crítica entendida como censura o depuración, o la carencia total de sentido estratégico, ya están apareciendo. La locura, el miedo, la preminencia de la política palatina sobre la de proyectos a largo plazo, el posibilismo gregario, el abandono de la referencia ideológica y sus valores, o el cainismo son ya evidentes; han empezado el éxodo interno y el externo. La cuestión clave reside en si esa situación es asumida como proyecto para superarla, reorganizarse e incardinarse en la política a ras de tierra, elaborando colectivamente y dándole al concepto de movilización una nueva dimensión y una nueva aplicación, o si se acepta como proveniente de un fatum incontestable. Este es el dilema, no hay otro.