
Desde la conferencia de banqueros centrales celebrada en Sintra (Portugal) el pasado mes de junio, se sabía la intención de Mario Draghi de sacar toda la artillería de la que dispone para intentar que la inflación se acerque al dos por ciento. De ahí que no cause sorpresa alguna que en su reunión celebrada ayer, el Banco Central Europeo (BCE) se plantee tomar medidas más agresivas para actuar frente a la anemia que el PIB de la eurozona muestra.
Es cierto que el BCE no ofreció demasiados detalles sobre sus acciones, ni avanzó el momento en el que las pondría en marcha. Pero Draghi sí anunció que podría implementar un sistema de tramos que compense la tasa que los bancos pagan por su exceso de liquidez aparcada en el banco central. También adelantó el regreso de su programa de compras de activos (QE), entre los que podrían estar las acciones. En un primer momento, las bolsas, impulsadas por la banca, reaccionaron al alza por las inyecciones de liquidez. Pero el empuje fue un espejismo y los indicadores europeos cerraron la sesión en negativo. A pesar de ello, el comportamiento del mercado tiene explicación. Es cierto que los anuncios del BCE indican que el organismo sigue actuando con acierto para relanzar la economía. Pero el hecho de que el cauteloso Draghi, que finaliza su mandato en noviembre, se abra incluso a bajar los tipos de interés y a flexibilizar el objetivo de inflación tras el verano, deja entrever que la situación económica en la eurozona es peor de lo que parece. Por ello, la negativa reacción del mercado debe verse como comprensible. Sin duda, los inversores valoran que el bajo crecimiento económico y los riesgos del Brexit o la guerra comercial, abocan al BCE a volver a los estímulos.