
La semana pasada, el Banco de España publicaba las Cuentas Financieras de la economía española correspondientes al primer trimestre de 2019. Las cuentas financieras recogen los activos y pasivos de los diferentes sectores de la economía, los instrumentos que se utilizan en las transacciones financieras y, sobre todo, quién presta a quién, en qué cuantía y cómo lo hace. Las cuentas financieras nos dicen mucho sobre lo que ha pasado durante la Gran Recesión en España, qué está pasando durante la recuperación y qué peligros tenemos en el futuro cercano.
El gráfico nos muestra la evolución del endeudamiento de empresas y familias en los últimos años. En los años más duros de la recesión, el endeudamiento, muy elevado al comienzo, se reduce a marchas forzadas. Inicialmente, esta reducción es más rápida en las empresas, pero, más tarde, también se incorporan las familias. La restricción del crédito, la dificultad de acceso a los mercados financieros y la asunción por parte de las Administraciones Públicas de una parte de la deuda privada, explican esta fuerte reducción del endeudamiento privado en esos años. Empresas y familias, excesivamente endeudadas al principio de la crisis, no encontraban liquidez en unos mercados muy tensionados por la crisis financiera internacional. Y la única fuente de alivio fueron las medidas de reducción de la morosidad de las Administraciones (el fa-moso Plan de Proveedores) que se pusieron en marcha en esos años.
Hay base y solvencia para seguir creciendo sin desequilibrios en el sector financiero
La economía española (al menos, en su parte privada) se desapalancaba y esto ayudaría de manera significativa a poner las bases del crecimiento de los años posteriores. Para hacernos una idea, en 2011 la deuda bruta consolidada de empresas y familias era el 196 por ciento del PIB, casi el doble del valor de todo lo que produce la economía en un año. En 2018 esta cifra se había reducido al 133 por ciento: 50 puntos de PIB en siete años. En tan corto espacio de tiempo, el sector privado español redujo su deuda en la friolera de 500.000 millones de euros. Las familias se desendeudaron en 160.000 millones de euros y las empresas en 360.000.
Con la recuperación económica, el desapalancamiento se va frenando. Su situación es más saneada, las empresas empiezan a necesitar más financiación, y las familias vuelven a recurrir al préstamo para comprar vivienda y bienes de consumo duradero. Aun así, hasta finales de 2016 se sigue amortizando más deuda de lo que aumentan las nuevas necesidades de financiación. En estos momentos, en el sexto año de expansión económica, el proceso de desapalancamiento ha concluido, pero el crecimiento de la financiación al sector privado sigue siendo pequeño. Las familias y empresas no están ya sobreendeudadas, más bien al contrario. Esto significa que hay base y solvencia para seguir creciendo sin desequilibrios en el sector financiero. El desapalancamiento del sector privado ha cumplido su misión y se han corregido los excesos del pasado.
Los problemas de nuestra economía se basan en la deuda pública y el desempleo
Sin embargo, la situación en el sector público es muy distinta y ahora llega el momento de acelerar su desapalancamiento. Durante la crisis financiera, el endeudamiento público creció de forma extraordinaria. Así, la deuda pública respecto del PIB que se situaba en un mínimo del 35,6 por ciento en 2007, justo en vísperas del estallido de la burbuja, alcanzó su máximo en 2014, alcanzando el 100 por cien del PIB. El hundimiento de la recaudación durante la crisis, la necesidad de mantener las políticas sociales esenciales (pensiones, sanidad y educación) durante esos años, y la absorción por parte del sector público de una parte del impacto sobre el sector privado de la crisis, explican este fuerte crecimiento de la deuda.
Desde el máximo de endeudamiento, el descenso ha sido lento: en los últimos cuatro años de tan solo 3 puntos de PIB. Y, en la actualidad, se encuentra en el 97 por ciento. Las Administraciones se endeudaron para sostener los servicios esenciales y la economía en el peor momento, mientras el sector privado reducía su deuda. Pero ahora le toca al sector público hacer los suyos. Es imperativo a provechar estos años para reducir la deuda pública lo más rápido posible y así eliminar la principal fuente de riesgo de nuestra economía. Hay que recordar que el objetivo fijado por Europa y nuestra legislación interna es reducir la deuda pública hasta el 60 por ciento, y para ello hay que trabajar intensamente desde ahora. Es este, junto con el todavía elevado desempleo, uno de los principales desequilibrios de nuestra economía.
En pleno proceso de formación de Gobierno, estamos ante una gran oportunidad de sentar las bases del desapalancamiento del sector público, como ya lo hizo el privado, pero por lo escuchado esta semana en el Congreso de los Diputados, no parece que esta sea una de las prioridades de nuestro debate político.