Bolsa, mercados y cotizaciones

¿Qué mecanismos psicológicos controlan sus decisiones de inversión? Las emociones juegan un relevante papel

  • El 'behavioral finance' estudia cómo afectan a la toma de decisiones
  • El exceso de confianza y el autocontrol están entre los principales sesgos

No somos tan libres a la hora de invertir como pensamos. Cuando mantenemos la acción de una compañía creyendo que se va a revalorizar y estamos invertidos durante años a pesar de que su recorrido en bolsa indique lo contrario, o cuando aseguramos que tenemos un perfil de riesgo conservador pero los valores que tenemos en cartera indican que estamos asumiendo más riesgo del que decimos, en realidad estamos actuando bajo determinados engranajes mentales que condicionan nuestro comportamiento en la vida diaria y también en nuestras decisiones de inversión. La diferencia son las consecuencias más o menos relevantes que puede experimentar nuestro patrimonio si no somos conscientes de su repercusión.

Los sesgos en las inversiones se han convertido en una de las disciplinas más importantes de los últimos años en el mundo académico, a través del estudio del behavioral finance o psicología del comportamiento financiero, precisamente para comprender qué mecanismos nos llevan a tomar determinadas decisiones en detrimento de otras y cómo interactúan estos mecanismos o sesgos entre ellos.

Las firmas de asesoramiento financiero, incluso las gestoras de fondos de inversión, cada vez prestan más atención a este tema, para evitar la frustración de los inversores por no haber conseguido supuestamente sus objetivos a largo plazo si se consideran en un espacio corto de tiempo, y para que sean conscientes de la importancia de una planificación patrimonial. 

Las gestoras de fondos se fijan cada vez más en estas cuestiones para evitar la frustración de los inversores

Y es que el behavioral finance continúa siendo un gran desconocido para la mayoría de los inversores porque siempre se ha considerado que la teoría económica tradicional estudia un modelo perfecto donde solo caben planteamientos racionales. Pero es una disciplina relacionada con la conducta con muchos años ya de recorrido. Algunos autores consideran incluso que John Maynard Keynes se refiere de alguna forma a ella cuando menciona en su célebre estudio La teoría general del empleo, el interés y el dinero el optimismo o la confianza como condicionantes de su esquema. 

Estudios posteriores pusieron de relieve que las emociones juegan un papel relevante a la hora de tomar decisiones de inversión, incluso para los profesionales encargados de construir una cartera de valores y de seleccionar unas compañías u otras, y a la hora de asumir más riesgo o no.

Hace unos años, un libro del premio Nobel de Economía Daniel Kahnenman Pensar rápido, pensar despacio puso de manifiesto los dos sistemas de pensamiento que tenemos las personas y su interrelación: uno más intuitivo y emocional -más rápido a la hora de tomar decisiones- y otro más deliberativo y lógico -más lento-. Aplicado al ámbito de las finanzas personales, ante determinadas situaciones de mercado, actuaremos movidos por un sistema u otro, de manera inconsciente, con el impacto que puede tener en el rendimiento de las inversiones. 

Cuáles son los principales sesgos

En Behavioral Finance: ¿Por qué los inversores se comportan como lo hacen y no cómo deberían?, las profesoras de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza Natividad Blasco y Sandra Ferreruela enumeran los principales sesgos emocionales y cognitivos que deberíamos de tener en cuenta a la hora de realizar nuestras inversiones. El exceso de confianza, el autocontrol o la aversión al remordimiento pueden actuar como potenciadores o frenos de los planteamientos lógicos que construyen los inversores, entre los que se encuentran la ilusión de control, la retrospectiva o la disonancia cognitiva. 

Ana Fernández, socia directora de AFS Finance Advisors, explica que hay dos emociones principales que gobiernan parte de la toma de decisión de inversión: el miedo y la euforia. Cuando los inversores sienten pánico o amenaza, aparece una clara manifestación del sesgo de comportamiento comúnmente llamado sesgo de miedo a las pérdidas, vinculado con la tendencia a considerar que las pérdidas afectan más que las ganancias. "En estas situaciones se evalúa continuamente el valor de la cartera, sobrerreaccionando a las noticias negativas que se producen en el corto plazo, y por tanto, perdiendo la perspectiva del plazo establecido para la inversión", señala Fernández. Un mecanismo mental que se vio claramente a finales del año pasado, con las caídas de los mercados y la huida de los inversores de los activos considerados más arriesgados, como la renta variable. 

Cuando el inversor siente miedo, evalúa continuamente su cartera y sobrerreacciona a las noticias negativas

Por el contrario, cuando los inversores sienten euforia o alegría, se manifiesta un exceso de confianza en que todo va ir bien. Este sesgo de comportamiento, llamado sesgo de exceso de confianza, lleva a los inversores a infravalorar los riesgos de su inversión y sobreestimar las ganancias esperadas de la misma, lo que se traduce en un incremento de la inversión en activos de riesgo, generalmente con objetivos de corto plazo, sin valorar de forma objetiva si el perfil inversor es el adecuado para asumir la volatilidad y el riesgo de dicha inversión. "En mi experiencia como profesional en finanzas conductuales, antes de tomar una decisión de inversión, es imprescindible entender los factores psicológicos que afectan al inversor, y analizar su comportamiento en situaciones pasadas para determinar con objetividad su perfil de riesgo y evitar que en el futuro las emociones sean las que gobiernen nuestras decisiones", subraya Fernández.

Jacobo Zarco, director de grandes patrimonios de atl Capital, explica que los sesgos emocionales llevan a pensar a los inversores que pueden tomar mejores decisiones que la media del mercado, "al igual que la mayoría de la gente piensa que conduce mejor", que serán capaces de anticipar tendencias o la llegada de crisis -como se constata en los últimos meses con el debate sobre si la ralentización del crecimiento económico conllevará una recesión o cuándo concluirá la fase alcista del mercado norteamericano- o la aversión al remordimiento, por el que no estamos dispuestos a sufrir las consecuencias de una mala decisión, sobre todo cuando te separas del consenso. "Otros sesgos están más asociados con perfiles conservadores, como el de status quo o el efecto dotación, que muestran una preferencia por mantener la situación por miedo a realizar cambios, sin plantearse qué decisión se tomaría si se partiera en cada momento de cero", subraya. 

Las emociones llevan al inversor a pensar que sus decisiones serán mejores que las de la media del mercado

Diego Fernández Elices, director general de inversiones de A&G Banca Privada, añade dos factores que condicionan también a los inversores: demasiada exposición a activos exclusivamente españoles, lo que denomina sesgo local, y el efecto retrovisor, que consiste en comprar lo que ha ido bien y vender lo que ha ido mal, "sin realizar ningún tipo de análisis", a pesar de que la experiencia demuestra que "es mejor seguir la estrategia del largo plazo que la táctica que surge de los nervios de momentos concretos". Comportamientos que, asegura Fernández Elices, tienen su fundamento en que "la mente humana no está preparada para invertir a largo plazo, un horizonte temporal que exige ser capaz de pasar muchos momentos incómodos en los que se generan dudas".

Objetivos de inversión 

Cada sesgo en el comportamiento financiero de los inversores tiene una justificación psicológica que explica por qué aparentemente pueden actuar de una forma, si no irracional, sí contraria a sus intereses a largo plazo, económicamente hablando. Entre los sesgos más habituales, encontramos el conocido como descuento hiperbólico, que significa la alteración de los objetivos del inversor a largo plazo por una supuesta recompensa a corto plazo, como la aparición de nuevos productos con una rentabilidad más atractiva o un comportamiento alcista de los mercados que altera la percepción de dichos objetivos.

Este sesgo está asociado al efecto miopía y al de la aversión a las pérdidas, puesto que si en el mercado se instala la volatilidad durante un tiempo muy largo, el inversor puede actuar de manera exagerada ante las noticias bursátiles, y pesará más en su toma de decisiones el miedo a perder lo invertido antes que la ganancia que pueda obtener a largo plazo.

También puede ocurrir lo contrario, es decir, que un exceso de confianza lleve al inversor a adoptar más riesgo en su cartera del que objetivamente sería necesario, porque piensa que tiene más conocimientos financieros de los que en realidad posee. Y esto puede derivar en un sesgo de ilusión de control sobre situaciones sobre las que realmente no tiene ningún poder de decisión. Al creer que sabe más de los mercados que los demás, puede introducir más riesgo en la cartera y salir perjudicado.

Es habitual, además, que los inversores cometan el sesgo de confirmación, es decir, buscar argumentos o interpretaciones de los movimientos de los mercados que justifiquen sus decisiones de inversión, en lugar de escuchar las opiniones contrarias. Y esto se debe principalmente a que se suele dar más importancia a una idea recibida en primer lugar, aunque después otros datos lo desmientan o rebajen la calidad de la información. Por ejemplo, ante la perspectiva de obtener una rentabilidad elevada en un producto financiero, el inversor será más reacio a cambiar a otro pese a que la evolución de la economía así lo aconseje.

Este sesgo está muy relacionado con el de la prueba social, en dejarnos llevar por lo que hace el resto de inversores y actuar por imitación, sin someter a crítica ese comportamiento. Si los demás están invirtiendo en un producto, se produce una resistencia a considerar que puede no ser adecuado para nuestros intereses, sobre todo cuando promete un rendimiento alto.

El sesgo de la prueba social nos lleva a actuar por imitación, emulando lo que hace el resto de inversores

¿Cómo se pueden minimizar los sesgos o al menos reducir su influencia a la hora de tomar decisiones? José María Luna, socio de Luna Sevilla Asesores Patrimoniales, explica que los inversores deberían racionalizar de forma externa la subjetividad y no dejarse llevar por la opinión de personas no cualificadas. Aunque hay que ser conscientes de la dificultad de modificar conductas muy arraigadas. "No tenemos hábito para realizar una planificación a largo plazo, vivimos muy en el día a día, sin conciencia de futuro y cómo afrontarlo financieramente hablando. Hay quien piensa que se puede ganar más dinero entrando y saliendo de los mercados y también influye la inestabilidad fiscal, que cada poco tiempo se toca por los políticos", asegura.

En la importancia de la planificación coincide Carmelo Lázaro, director de grandes patrimonios de Tressis. "Fijarnos solo en la rentabilidad sin unirlo a un plazo temporal nos puede llevar a a tomar decisiones erróneas, sobre todo en momentos de repuntes de la volatilidad como el actual, y tener la tentación de deshacer nuestras posiciones en cartera cuando podríamos aguantar, ya que se trata de inversiones a largo plazo", subraya.

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