En un mundo inundado de liquidez, con los tipos de interés en mínimos históricos, una fuerte inflación de activos financieros y con los indicadores de precios (IPC) rebotando después de hacer suelo, un escenario de repunte de la inflación no es descartable. Ben Bernanke, que puede considerarse el padre de la nueva política monetaria del siglo XXI, en la que los bancos centrales se han convertido en salvadores de la economía y el empleo con unas inyecciones de liquidez nunca antes vistas, tiene mucho que decir al respecto.
Cuando presidía el Comité de la Fed advirtió que esas políticas monetarias tan agresivas no generarían inflación, y el tiempo ha demostrado que no le faltaba razón, con el escenario de crisis de 2008-2013 la inflación se mantuvo en el objetivo o por debajo. Sin embargo, con el cambio de escenario actual, con EEUU liderando la recuperación mundial, la coyuntura para la subida podría cambiar. En primer lugar, porque el petróleo dejará de ser un freno para los precios y, en su lugar, empezará a acelerar, también porque la inflación de salarios ya está en marcha en EEUU y Alemania y porque el crédito empieza a fluir. Este es el caldo de cultivo óptimo para que el billonario balance de los bancos centrales se traduzca en inflación.
Este es un escenario que no pierden de vista los expertos, lo que se refleja en el buen comportamiento que llevan los bonos ligados a la inflación en 2015. Sirva como ejemplo el ETF iShares Euro Inflation Linked Government Bond, que ha recibido suscripciones récord en la semana del 17 de abril, hasta 80 millones de euros entraron en cinco días. La ventaja de los bonos ligados a la inflación respecto al resto de títulos de renta fija es que su cupón es variable en función del IPC que tenga como referencia, de modo que el cupón que paga puede aumentar o reducirse -en términos nominales- por la evolución de la inflación y proteger así las ganancias de los inversores.
En definitiva, el inversor estará comprando un bono con un cupón fijo en términos reales -descontado el IPC-. Estos activos también permiten la especulación con el precio, ya que si el papel nominal sube, esto es, la cantidad de dinero que paga, automáticamente aumentará su precio de cotización sin que su rentabilidad se modifique. Otros bonos ligados a la inflación mantienen fijos sus cupones y al vencimiento ajustan la devolución del principal para igualar a la pérdida de poder adquisitivo.
La estanflación de los Setenta
La estanflación de los setenta, además de contradecir el modelo económico de John Maynard Keynes, sirvió para que muchos inversores volviesen a ver la crudeza de la rentabilidad real de sus bonos hundirse bajo el aumento de precios provocado por la primera crisis del petróleo. Tampoco sirvieron otros activos de protección a la inflación, ya que estaban indirectamente vinculados al crecimiento, que se ahogó en la tormenta del crudo. En ese contexto fue donde nacieron los primeros bonos ligados a la inflación, aunque su verdadera expansión llegó ya entrado el siglo XXI.
En pleno 2015, los inversores están empleando estos títulos para proteger la capacidad de poder adquisitivo de sus ahorros en el caso de que los precios empiecen a subir. Sin embargo, los bonos ligados a inflación tienen riesgos que el inversor debe conocer. Los principales problemas estructurales son su sensibilidad a cambios en los tipos de interés y la eficacia de los bancos centrales.
En los últimos años, las autoridades monetarias han sabido mantener a raya del aumento, lo que resta atractivo a estos activos; además, la subida de los tipos de interés tiende a tener un impacto mayor en los bonos ligados a la inflación que en los normales, ya que también deteriora las expectativas de subida de precios. Además, hay algunos títulos donde hay una gran sobrecompra. Es el caso del bono alemán a 10 años, que ofrece una rentabilidad en el mercado secundario del -1,2%. El inversor debe buscar títulos que coticen en niveles más atractivos, como el español o el italiano, que todavía están en positivo.
Más información en Inversión a Fondo