
Comentamos esta pregunta que nos hacen todas las semanas algunos clientes de Bolságora. Resulta que, a primera vista, los CFDs son un regalo de los dioses para los inversores activos. Fíjese: son productos líquidos y transparentes; no hay trampas en los precios -al menos si su broker le ofrece de forma explicita el precio de la bolsa- y no hace falta un máster en ingeniería financiera para entender su funcionamiento
Tampoco tienen vencimiento pero sí tienen apalancamiento. Todo ello los convierten en uno de los productos más atractivos dentro del mundo de los derivados. Seguro que ha leído 'ad nauseam' estas características en las últimas semanas, dado el éxito de los CFDs en Bolsalia, Forinvest, etc.
Pues bien, también hay que hablar del lado oscuro de la historia. Y lo hacemos con la experiencia que nos da la operativa en CFDs que pusimos en marcha en junio del año pasado -¡no nos equivocamos!-. Los CFDs son un producto verdaderamente revolucionario para un inversor español. Nos gustan, y nos gustan tanto como para haber lanzado un asesoramiento específico sobre este producto. Pero me temo que muchos inversores se dejan seducir por el producto sin valorar bien las desventajas que tienen sobre otras alternativas, principalmente futuros y warrants.
En primer lugar, no son tan flexibles como se dice para operar a la baja. Y no lo son porque, detrás de la apertura de un corto, hay un préstamo de títulos, al igual que en el caso de una venta a crédito. Lo que sí cambia es que el préstamo de títulos no se hace directamente al cliente, sino mediante el proveedor de CFDs. Pero, a la hora de abrir un corto, el inversor chocará con la disponibilidad de títulos en el mercado. Mejor dicho en el caso español, con la escasa disponibilidad de títulos si nos salimos de los valores más grandes del Ibex 35. Es algo que pudimos comprobar de primera mano en enero y febrero, es decir, cuando el mercado cayó en la fiebre bajista. Por supuesto, este problema desaparece si el inversor busca grandes capitalizaciones en los mercados internacionales.
En segundo lugar, los CFDs son un producto caro. Y no hablo de la comisión de financiación de las posiciones largas -más o menos un 6% anual-, sino de la comisión de contratación. Es así por una simple razón: la comisión se calcula sobre el efectivo de la transacción y no sobre las garantías.
Recuerde que el producto tiene apalancamiento y que el inversor siempre compara la comisión que paga con el dinero que le cuesta realmente la transacción, es decir, las garantías. Si tenemos un apalancamiento de 10 veces y una comisión de compra/venta de 10 puntos, o un 0,1%, del nominal de la transacción, el importe de la comisión llega a un uno por ciento de las garantías. Si quiere manejar una cartera de cinco títulos con una rotación de una vez a la semana, llegamos a un total de 20 transacciones al mes; en ese caso, un total de 40% de sus garantías se va en comisiones. Por supuesto, si usted es un rey del trading, sus ganancias compensarán con creces el coste. Pero si el mercado no acompaña o si usted atraviesa una mala racha, el coste de operar en CFDs le puede dañar de manera seria.
Habrá quien diga que este coste es el precio que hay que pagar por tener un instrumento líquido y flexible para diversificar el riesgo de una cartera apalancada. Es verdad, y por eso nos gusta el producto para aquellos inversores que quieren salir de los futuros sobre índices o que rechazan a los warrants. Pero es un instrumento que se debe usar con moderación: no es el más adecuado para invertir en tendencia -por culpa del coste de financiación -y puede ser tremendamente peligroso para los 'aprendices de traders activos'. Entre el muy corto plazo y el medio plazo, el inversor tendrá que buscar la operativa con la que controlará sus costes y maximizará su esperanza de ganancias. Es la clave del éxito.