
Los más avezados en el mundo financiero dan por hecho que la jerga es accesible al común de los mortales. Hablar de benchmark en vez de índice de referencia responde a la misma realidad, aunque a veces no sea tan evidente. Hay dos términos que el mundo anglosajón adoptó del griego y forman parte de las fichas de los productos financieros. Son el alfa y la beta en la inversión.
Ambos son ratios, es decir, cocientes que relacionan dos magnitudes financieras de las inversiones. Alfa es la medida del rendimiento de una cartera de inversiones según unos parámetros concretos. Normalmente ese parámetro es un índice bursátil.
El alfa marca el nivel en el que el inversor consigue superar al mercado durante un determinado periodo de tiempo. El alfa será positivo o negativo según el rendimiento de los activos se aproxime más o menos al comportamiento del mercado.
No solo relaciona la cartera de inversiones con el mercado subyacente, sino que también mide el rendimiento del gestor de un fondo (la persona encargada de decidir las estrategias del vehículo de inversión).
En resumen, el alfa determina hasta qué punto un gestor está haciendo bien su labor. Un alfa alto significa que el fondo ha tenido un crecimiento que se puede considerar bueno frente a la media del mercado. Tanto para las inversiones delegadas en una gestora como para las directas por parte del inversor (trading), puede ser una herramienta útil a la hora de escoger los puntos de entrada y salida del mercado. Es decir, cuándo invertir o cuándo deshacer posiciones.
El mayor inconveniente de alfa es que como método para calcular beneficios resulta limitado. No puede utilizarse para comparar distintas carteras de inversiones o tipos de activos: se limita a las inversiones de mercados de valores.
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La beta de una inversión
Este coeficiente pone en un lado de la balanza la rentabilidad de un fondo y en el otro la rentabilidad del índice de referencia. Mide la volatilidad de un producto financiero.
Basta con fijarse en la ficha o en el folleto de un fondo de inversión para averiguarlo. El equipo gestor menciona en estos documentos la rentabilidad del fondo y la pone en relación con su índice de referencia. Ese índice se escoge teniendo en cuenta el tipo de activos en los que invierte el fondo. Si el fondo invierte en renta variable global, como ocurre con el Fidelity Funds - World Fund, tomará como referencia el MSCI World Index, que agrupa activos de renta variable de muchos países.
Un buen nivel de beta es todo aquel que se acerque a 1. Esto significa que el fondo tiene una volatilidad similar a la del índice de referencia en el que se fija. Esto sucede en la teoría, porque cada inversor ajustará el nivel de beta según la estrategia que quiera seguir con los activos en los que tiene participaciones.
Por ejemplo, cuando un inversor prevé que un activo suba, probablemente opte por una beta alta, mientras que si la previsión es que baje, una beta negativa o baja le está informando de los productos menos arriesgados o más defensivos. La página web de Finect incluye un escaparate de inversiones con riesgo bajo con múltiples soluciones financieras para particulares con un perfil conservador.
La beta es un indicador que ayuda a escoger las inversiones. Por ejemplo, ante dos productos de inversión con beta diferente, el inversor menos arriesgado se decantará por aquel con beta más baja al ser el menos volátil.
El mayor inconveniente de esta métrica financiera radica en que vive de rentas pasadas. Su cálculo se obtiene a partir del desempeño de un índice en el pasado: tiene en cuenta la volatilidad histórica del instrumento y la compara con el mercado. Por tanto, tal y como advierten las fichas de los productos de inversión: rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras.
Los sectores económicos suelen llevar asociadas betas más altas o bajas. Las acciones de servicios públicos tienden a ser más fuertes frente a cambios del mercado y la beta acostumbra a ser baja. Las empresas tecnológicas tienen volatilidades más altas y su beta suele superar la unidad.