
Europa llegaba antes del Covid como el Imperio Romano al siglo V, mostrando sus estertores de dominio, doblegada por la tecnología de EEUU y China, y defendiendo como un cuartel atacado por todos los frentes su competitividad productiva frente a manos de obra mucho más baratas.
Mientras se escribía el epílogo de una civilización, que como todas posee un apogeo y una decadencia, la Covid puede convertirse en la tabla de salvación durante algún tiempo. ¿El motivo? Los 750.000 millones de euros de financiación mutualizada por todos los estados miembros para financiar esencialmente reformas y proyectos para la transición verde y digital.
Si la barbaridad de dinero que se va a recibir con los Next Generation es correctamente utilizada; si la iniciativa privada es capaz de multiplicar por cuatro o cinco veces el dinero que llegue a la economía; y si las grandes empresas son capaces de pilotar esos proyectos tractores para que la inversión cale desde sus proveedores a sus clientes... Roma, en estos tiempos Bruselas, no caerá, y la Vieja Europa liberal y social demócrata sabrá seguir languideciendo.
Hay una oportunidad extraordinaria para coger todo este dinero y apalancarse en la tecnología, y con ella construir procesos productivos que nos permitan mantener la primacía mundial.
Cuando comenzó la crisis sanitaria el pasado año, y los mercados se desplomaban entre marzo y abril, la sensación que teníamos de muchas compañías es que se habían metido en un túnel negro en el que no había ninguna luz de salida.
Sin embargo, muchas supieron agilizar sus procesos, maximizaron su eficiencia y tomaron las decisiones para saber ya en los primeros días cuál era la situación en la que podían hibernar en número de meses. Buena parte del proceso de radiografía privado se hizo gracias a la tecnología, pero no fue hasta que comenzó a hacerse público, en muchos casos de cotizadas hasta que presentaron resultados, cuando se vio la luz al final del túnel y se consolidó la histórica reconstrucción de la bolsa.
Ahora tenemos la oportunidad de acelerar procesos, como ocurrió con el dinero del final de la II Guerra Mundial, que cambiarán la forma de trabajar. Si no convertimos los fondos Next Generation en bálsamo de Fierabrás, tenemos motivos para seguir confiando en que la posición de Europa en la economía mundial seguirá siendo hegemónica durante más tiempo del que pensamos.
La bolsa europea siempre cotiza con descuento frente a la americana porque Wall Street es capaz de recoger lo mejor de la economía mundial. Europa tiene ahora una carta para jugar y un comodín para enjugar parte de este descuento por multiplicadores de beneficio frente a EEUU. La carta son los Next Generation. El comodín, que China dice ahora que tiene la pretensión de prohibir el debut de sus firmas en Wall Street.