Bolsa, mercados y cotizaciones

El helicóptero monetario de los bancos centrales deja ganancias del 9% en renta fija

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Este año tendrá un hueco especial en los libros de historia de la política monetaria. Todo el mundo esperaba un 2020 relativamente tranquilo, con los grandes bancos centrales más ocupados en el desmantelamiento de estímulos que de lo contrario, pero el Covid-19 tenía otros planes. La irrupción de la enfermedad ha escrito un nuevo capítulo en el que los bancos centrales se han visto obligados a volver a ser los grandes protagonistas, los organismos encargados de asegurarse de que la economía no se desmorone por las medidas de contención del virus.

El grueso de la ayuda económica ha venido por parte de estas entidades: en Europa, el Banco Central Europeo (BCE) se ha comprometido a inyectar un total de 1,85 billones de euros a la economía de la zona euro con el Programa de Compras de Emergencia por Pandemia (PEPP), más del triple de lo que han negociado los líderes europeos por otro lado. No obstante, en esta ocasión la economía también ha recibido apoyos fiscales que los mercados han celebrado. El último, aprobado en los últimos días del año al otro lado del Atlántico. La Reserva Federal (Fed), por su parte, ha inyectado 3,23 billones de dólares desde que empezó la pandemia, y no tiene planes de reducir las compras de 120.000 millones de dólares mensuales hasta que la economía estadounidense muestre una mayor recuperación de la crisis del Covid-19.

Cualquier subida de tipos ha quedado totalmente fuera de la mesa a medio plazo y los balances que acumulan estos grandes bancos centrales se han disparado en el último año. Esto ha tenido un impacto directo en los mercados financieros, especialmente en la renta fija, para la que se esperaba un mal año pero finalmente ha dejado buenos resultados a los inversores. En general, el índice global de deuda termina el año con ganancias que rondan el 9%.

Lagarde: año 1

El destino ha querido que Christine Lagarde viva un primer año como presidenta del BCE muy parecido en un aspecto al que vivió Mario Draghi, su predecesor: ambos se vieron obligados a encarar una grave crisis recién aterrizados en la entidad. El italiano, con la crisis de deuda en la zona euro, en 2011, y la francesa con este último año nefasto.

Era un ejercicio en el que los planes del BCE pasaban por centrar una gran parte de sus esfuerzos en esbozar un nuevo diseño para la entidad. El organismo había anunciado que llevaría a cabo una revisión estratégica que finalmente ha tenido que posponer para 2021.

Lagarde y el Consejo de Gobierno del BCE han tenido varios momentos clave este año. El primero, a finales de febrero y principios de marzo, cuando los mercados empezaron a dejar bien claro al mundo que la nueva enfermedad no era algo que les preocupase: era algo que les estaba haciendo entrar en pánico. Esto forzó al BCE a improvisar varias reuniones de emergencia para tomar medidas rápidamente, que dejaron dos frutos: una valiosa lección para Lagarde y un amplio programa de estímulos para la zona euro. Lo primero se debió a que unos comentarios de la presidenta del BCE en los que aseguraba que el organismo "no era responsable de reducir los diferenciales de crédito" de los países de la zona euro dispararon las primas de riesgo de la zona euro. Lagarde se vio obligada a rectificar y a asumir que los mercados son extremadamente sensibles cuando toca interpretar las palabras del presidente del BCE.

El paquete de estímulos que llegó entonces fue de 750.000 millones de euros en total, una cantidad que se destinaría a comprar deuda soberana y corporativa de la zona euro hasta que acabase la pandemia. Sin embargo, no fue una medida aislada, y vino acompañada de otras pensadas para ayudar al reducir el castigo a la banca, el sector que más ha sufrido las políticas del BCE de los últimos años. Se lanzaron nuevas operaciones de refinanciación para la banca, llamadas Peltro, subastas de liquidez con las mejores condiciones para la banca que se han dado hasta la fecha (se podría llegar a retribuir con hasta un 1% a los bancos que más dinero canalicen a la economía real). El BCE acompañó estas medidas con un aviso a los bancos de no utilizar estos fondos para otras cuestiones, vetando el reparto de dividendos hasta este mes, cuando ha decidido cambiar de tercio, abogando por permitir un reparto de, como mucho, el 15% del beneficio de 2019-2020, hasta septiembre de 2021. Todo esto fue el equivalente al "haré lo que sea necesario" de Draghi y a las medidas con las que el BCE consiguió calmar a los mercados en 2012.

Tras el arranque del PEPP el BCE se ha visto obligado a incrementar el tamaño del programa en dos ocasiones: una fue en junio, cuando anunció otros 600.000 millones de euros más en compras de deuda, y otra en el mes de diciembre, cuando ha lanzado medio billón más y ha alargado el final del programa hasta marzo de 2022, dejando el total de compras en 1,85 billones de euros si todo va según lo previsto.

Ahora, el futuro que tiene por delante el BCE de Lagarde con su revisión estratégica podría desembocar en un cambio de era en la política monetaria europea. Han reconocido que mirarán aspectos clave como el propio objetivo de inflación (del 2% o ligeramente por debajo), y el impacto climático que tiene el organismo, al que se le ha criticado que contribuya a la supervivencia de sectores contaminantes, al ser uno de los grandes financiadores de negocios como el petrolero.

Las ganancias de la renta fija

La montaña de liquidez que han dejado los bancos centrales este año tiene consecuencias. Una de ellas es que la cantidad de dinero que cotiza en bonos con intereses negativos ha crecido enormemente hasta alcanzar los 18 billones en diciembre. Otra, que los inversores en renta fija tienen algo que celebrar en 2020. Todas las principales categorías de deuda que recoge Bloomberg suben en el año, con avances que oscilan entre el 11,82% que se consigue con los bonos ligados a la inflación, la categoría más alcista, y el 1,60% que se consigue con el 'high yield' europeo.

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