
Theresa May comienza a escribir hoy su obituario político sin haber completado la misión fundamental que en julio de 2016 la había aupado hasta Downing Street. La arriesgada apuesta de esta semana para desbloquear la salida de la Unión Europea ha constituido el golpe de gracia para una primera ministra que perdió el marginal apoyo que le quedaba en su fracturado gabinete. Este viernes ha anunciado su dimisión: seguirá en funciones mientras el partido nombra su sucesor.
Su querencia por la compra de tiempo y la ambigüedad impostada han dejado de funcionar como paliativos para un plan que llevaba meses en estado terminal y, una vez más, la división que Europa ha provocado durante décadas en la derecha británica se ha llevado por delante a una nueva mandataria conservadora.
El Brexit se ha convertido en su verdugo, dada su imposibilidad de materializarlo y la brecha que el divorcio de la Unión Europea ha generado durante su mandato, con un éxodo ministerial de hasta 36 dimisiones y un Parlamento convertido en un ingobernable reino de taifas, probablemente el legado más tóxico que heredará quien la suceda.
El Partido Conservador deberá resolver primero la sucesión, una carrera por el cerebro y el corazón de un partido fragmentado desde el referéndum de 2016. Las credenciales pro-UE que May llevaba en su currículum habían proyectado siempre una sombra de duda sobre su idoneidad para un cargo que, por encima de todo, implicaba completar el mayor desafío afrontado por Reino Unido desde la II Guerra Mundial.
Su marcha podría actuar como revulsivo, pero la realidad es que la aritmética parlamentaria que heredará su sucesor es la misma
Sin embargo, la primera ministra ha intentado alumbrar la ruptura en un contexto de división absoluta, ya no solo social, sino en sus propias filas, como consecuencia de un plebiscito planteado como una opción binaria, cuando la complejidad de abandonar más de 40 años de integración comunitaria ha demostrado albergar más matices que la mera dicotomía entre permanecer o abandonar.
La marcha de May podría actuar como revulsivo para tratar de romper la parálisis, pero la realidad es que la aritmética parlamentaria que heredará su sucesor es la misma que atormentó a la responsable de reemplazar a David Cameron, el dirigente conservador que, con su intento de cerrar la herida que Bruselas seguía generando en su partido, desencadenó una crisis institucional que amenaza no solo con llevarse por delante el panorama político que durante décadas ha dominado al norte del Canal de la Mancha, sino que pone en jaque la sostenibilidad de la segunda economía del continente.
La prueba más trágica de la absoluta falta de autoridad de Theresa May quedó ayer de manifiesto con la imposibilidad de presentar la Ley de Retirada de la UE con la que aspiraba a desbloquear el Brexit. Aunque el Ejecutivo insistía en que se difundirá públicamente el 4 de junio, cuando la Cámara de los Comunes regrese del receso iniciado esta semana, el paquete normativo quedará como uno de los grandes símbolos del fracaso de la segunda mujer que llegó al Número 10. La votación prevista el día 7 queda definitivamente en el aire, puesto que su destino se halla intrínsecamente vinculado al de la premier, quien ayer reconoció a pesos pesados de su gabinete, como el ministro de Exteriores y el de Interior, dos aspirantes a relevarla, que entendía su incomodidad con un texto que abría la puerta a un segundo referéndum.
La primera semana del mes que viene está marcada por la visita de Estado de Donald Trump y la conmemoración del aniversario del Día D, en la que Reino Unido tendrá un papel prominente.
El objetivo es que la carrera por relevarla concluya cuanto antes y quede resuelta antes del parón de verano, para dar tiempo al próximo líder a diseñar su estrategia para romper la parálisis y revisar estrategia. A priori, cualquier diputado puede presentarse, pero la batalla se decidirá entre el favorito, Boris Johnson, y un abanico de candidatos en una ronda de votaciones entre los parlametarios tories en la que el que menos apoyo reciba saldrá eliminado. La cadena de votos continuará hasta que queden dos, de entre quienes los militantes, entre 125.000 y 175.000, elegirán al primer ministro que deberá desbloquear un divorcio que sigue dominado por la incertidumbre más absoluta.