
El tiempo se acaba para cambiar el resultado más probable en las elecciones de Brasil. En el cierre de una campaña marcada por los ataques y las denuncias de juego sucio, el candidato izquierdista Fernando Haddad intenta recortar su desventaja en las encuestas moderando su imagen, a la vez que advierte de los riesgos para la democracia que supondría una victoria de Bolsonaro. Enfrente, el excapitán del Ejército acusa de comunista a su rival y advierte de que Brasil "puede ir por el camino de Venezuela" si gana.
En las últimas semanas, Brasil parece al borde de un ataque de nervios. En juego, poco menos que el futuro del país. De un lado, Bolsonaro, declarado admirador de la dictadura militar, a la que solo critica que "no matara más" izquierdistas, y que se limitara a torturarlos. Bajo el emblema de la "ley y orden", promete legalizar la posesión de armas a los mayores de 18 años, sin necesidad de dar explicaciones y pasar un test psicológico, como hasta ahora.
Su política económica, que dirige el economista liberal Paulo Guedes, ofrece independencia al Banco Central, rebajas fiscales, privatizaciones de las grandes empresas públicas deficitarias y recortes de un gasto público que ahoga al Estado. Estos planes le han granjeado el apoyo de una gran parte de clases medias y altas y de los mercados.
Haddad se ha visto forzado a renegar de partes de su programa sobre la marcha
Al otro lado, Haddad, ex ministro de Educación y ex alcalde de Sao Paulo, está obligado a equilibrar una gran cantidad de posiciones. Como sucesor designado del expresidente Lula da Silva, que le escogió tras ser inhabilitado como parte de su condena por corrupción, Haddad ha tenido que atarse a la cabeza la bandera del histórico exsindicalista y del Partido de los Trabajadores para atraerse a sus votantes tradicionales de las zonas más pobres.
A cambio del apoyo de Lula, Haddad tuvo que hundirse en el barro de la incompetencia económica y corrupción que ha envuelto al PT en los últimos años, por la dura recesión que vivió el país en el último mandato de Dilma Rousseff (2014-2016) y el escándalo de corrupción Lava Jato, que ha dejado a media clase política imputada o entre rejas, incluyendo al propio Lula.
También tuvo que abrazarse a su programa electoral, que rechaza reformas en las pensiones -los hombres se jubilan a los 56 años y las mujeres, a los 53-, lo que provocaría un crecimiento insostenible de la deuda; y que promete deshacer las reformas laborales aprobadas por el presidente saliente, el centroderechista Michel Temer.
El resultado es que Haddad se ha visto forzado a renegar de partes de su programa sobre la marcha para no asustar a las clases medias, intentando a la vez no perder a su base más pobre. Un ejercicio de malabarismo político que parece llegar demasiado tarde. Las últimas encuestas parecen indicar que algo ha funcionado: la diferencia entre ambos, que llegó a tocar el 20%, parece haberse estrechado hasta el 10%. Pero el tiempo ya casi se ha acabado.
Más fácil -salvo por el intento de asesinato que sufrió en un mitin- ha sido la campaña para Bolsonaro, que no ha variado ni un ápice su programa, basado en "ley y orden" y su imagen de renovador ajeno a la política, pese a haber sido diputado durante décadas y haber pasado por 9 partidos diferentes. Sin ningún caso de corrupción a su nombre, le ha bastado con recordar constantemente el caso 'Lava Jato' y prometer mano dura con la corrupción.
"Maduro" contra "Pinochet"
Pero si algo ha marcado la campaña han sido las advertencias grandilocuentes y el brutal juego sucio. Bolsonaro acusa a su rival de "ser un comunista" que "llevará al país a ser Venezuela", pese a que grandes medios liberales como The Economist creen que el líder izquierdista es una persona "aburrida y decente", lejos de los presidentes que han sufrido sus vecinos caribeños. Haddad, por su parte, ha denunciado un "complot" entre Bolsonaro y grandes empresarios para lanzar una campaña de bulos por WhatsApp para difamarle, al estilo de las 'Fake News' de la campaña estadounidense.
Mientras, Bolsonaro, que sufrió un apuñalamiento que le obligó a ser operado de emergencia en el aparato digestivo, invoca a los recuerdos del dictador chileno Augusto Pinochet entre sus detractores. Aunque el exmilitar ha prometido cumplir la ley, sus alabanzas a la dictadura, sus promesas de que "los capitanes mandarán en Brasil", y sus insultos contra las mujeres, los homosexuales y la izquierda no hacen augurar nada bueno a millones de brasileños.
Pero para sus seguidores, el "Messias" -es su segundo nombre- es el único que puede sacudir la política brasileña, tras años de corrupción, parálisis legislativa y una mala política económica. Ocurra lo que ocurra, el gigante sudamericano no volverá a ser el mismo después de este domingo.