
Cuando la pandemia del coronavirus infectaba ya a más de 10.000 personas en todo el mundo a finales de enero, las medidas inicialmente adoptadas por la Administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comenzaron a perfilarse como una reivindicación de su agenda populista. El cierre de fronteras, restricciones migratorias y un proteccionismo de facto acompañaron a duras acusaciones contra China, reveses contra sus socios europeos y una línea argumental laxa que cuestionaba a parte de la comunidad científica.
Una fórmula que inicialmente tuvo cierto golpe de efecto y que llegó acompañada más tarde por un paquete de estímulo del 13,2% del PIB donde se incluyeron cheques directos por valor de 1.200 dólares a los contribuyentes con la rúbrica del republicano que mitigaron momentáneamente los efectos del confinamiento. Sin embargo, ahora, con 5,57 millones de infectados y 174.292 fallecidos bajo su gestión, la alegoría a la libertad individual de los estadounidenses y la promoción de curas potencialmente peligrosas, ha caído en saco roto.
Sobre todo en un momento en que tanto consumidores como pequeñas y medianas empresas del país se asoman a un precipicio, que sin más apoyo fiscal, aventura una oleada de impagos y ralentizar una recuperación económica todavía incierta. El último sondeo de la CNN indicaba cómo un 58% de los ciudadanos desaprueba su gestión mientras su contrincante demócrata, Joe Biden, cuenta con una ventaja de al menos 7,4 puntos en su carrera por ganar la Casa Blanca.
Dicho esto, si el mandatario es derrotado en las urnas, no solo templará los ánimos populistas a este lado del Atlántico sino que también aislará a Boris Johnson y el nacionalismo británico. De hecho, si echamos un vistazo a la lista actual de países que en estos momentos lideran la cifra de víctimas mortales por el brote de Covid-19, la característica común desvela cómo la mayoría de ellos están liderados por mandatarios populistas que han logrado el poder desafiando el viejo orden político prometiendo beneficios sociales a la población y rechazando los convencionalismos.
A EEUU se suman Brasil, Reino Unido y México, todos ellos gestionados por líderes que se han mostrado escépticos con los científicos y que inicialmente minimizaron la enfermedad. Estos cuatro países representan casi la mitad de las 794.369 muertes por Covid-19 en todo el mundo hasta ahora, según las estadísticas de la Universidad Johns Hopkins.
Debilidades políticas
"La pandemia y la crisis económica revelan el precio de la incompetencia y esto realmente importa", asegura el politólogo Thomas Wright. En su opinión, el coronavirus "ha golpeado todos los puntos ciegos que tienen los populistas". Después de que la pandemia golpeara a Brasil, la sexta nación más poblada del mundo, su presidente, Jair Bolsonaro, restó importancia y dijo que solo las personas de alto riesgo deberían ponerse en cuarentena.
Hasta la fecha, las autoridades brasileñas han proporcionado unos 50.000 millones de dólares a los trabajadores informales para compensar los efectos económicos. Aún así, los conocidos como "coronavoucher", a los que se les atribuye en gran parte el mérito de salvar al país de una recesión más larga y profunda, expirarán el próximo mes. Estas ayudas han impulsado de nuevo su nivel de aprobación hasta un 37%, según Datafolha, pero la crisis económica y de salud más profunda en décadas seguirá azuzando a la mayor economía de América Latina.
Al igual que su homólogo brasileño, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se ha resistido a tomar medidas enérgicas contra empresas y ciudadanos que violan las recomendaciones de los funcionarios de salud. Su administración ha favorecido la austeridad en lugar de inyectar dinero en efectivo a la economía y ahora enfrenta un panorama sombrío.
Ahora bien, si algunos líderes como Trump, Bolsonaro o el británico Boris Johnson han respondido tarde y de forma errática a la crisis, la gestión de otros nacionalistas, entre ellos el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el primer ministro de India, Narendra Modi, ha sido robusta.
De todas maneras, tampoco hay que pasar por alto como la pandemia ha permitido una restricción sin precedentes de derechos civiles y libertades en todo el mundo, tanto en las democracias establecidas como en regímenes autoritarios. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha aprovechado la crisis para aumentar el alcance de su control al marginar al parlamento y gobernar por decreto.
La gestión de los modelos democráticos liberales en países como Alemania, en Europa, o Corea del Sur y Japón en Asia, revelan las profundas taras de los líderes populistas. La aprobación el mes pasado por parte de la UE del plan anticrisis histórico de 750.000 millones con 390.000 millones en ayudas directas "supuso un primer paso hacia una mayor integración que reduce la fuerza de los movimientos populistas en muchos países, que de otro modo estarían generando una mayor disrupción", explica a este medio Ian Bremmer, presidente y fundador de Eurasia Group y GZero Media.