
El proyecto del futuro bombardero furtivo de Estados Unidos es un 'fantasma' en los hangares, pero una losa en las cuentas de Northrop Grumman y el Pentágono. El B-21 Raider, la nueva aeronave estratégica con capacidad para lanzar ataques nucleares en misiones tras las líneas enemigas, es una promesa cada vez más cara, por la que los inversores están empezando a perder la paciencia. La propia presidenta de Northrop Grumman, Kathy Warden, ha reconocido que el proyecto se ha convertido en un inconveniente para la firma y que se debe esperar "cero rentabilidad" por las primeras fases de producción. La lista de mensajes de los últimos años ha señalado unas pérdidas de más de 2.000 millones de dólares (1.750 millones de euros) en conjunto.
El último ataque a la confianza del proyecto llegó esta semana: Northrop Grumman publicó los resultados del primer trimestre en los que redujo a la mitad sus beneficios por culpa del aprovisionamiento contable para el B-21. La cotización de la tercera contratista del planeta se desplomó más de un 12% en Wall Street y arrastró a gran parte del sector militar estadounidense al rojo.
Un cerbero con demasiadas cabezas
Apodado oficialmente Cerberus por las fuerzas aéreas estadounidenses, el B-21 Raider está destinado a remplazar los bombarderos estratégicos furtivos actuales de EEUU: el B-1 Lancer y el B-2 Spirit (también desarrollado por Northrop en los 80). En una segunda fase, sustituirá a los B-52 Stratofortress, los bombarderos estratégicos más poderosos de EEUU, cuya misión es ser uno de los tres ejes de un ataque nuclear coordinado en una guerra a gran escala.
El proyecto del B-21 se remonta a mediados de la década pasada, aunque las primeras informaciones confiables no llegaron hasta después de la pandemia. El objetivo es que se convierta en el bombardero de sexta generación de Estados Unidos, en competición directa con el H-20 de China y el Sukhoi PAK DA de Rusia. Pero los planes del Pentágono se han visto truncados con innumerables retrasos y sobrecostes. Hasta el momento, solo se ha desarrollado un prototipo que hace tres años realizó varias pruebas generales de vuelo sin fecha prevista de incorporación completa.

El plan de recortes de Donald Trump amenaza con hacer descarrilar parte del proyecto, a pesar de la insistencia de las Fuerzas Aéreas de contar con, al menos, 145 aeronaves a lo largo de estos años. El propio Alto Mando de EEUU contempla que los primeros bombarderos plenamente funcionales no lleguen hasta la década siguiente, a pesar de que este año tendrían que haber entrado en servicio. Según Bloomberg, el coste total del programa asciende a 200.000 millones de dólares, uno de los más altos de la historia de Estados Unidos. De estos, 64.000 millones corresponden a la producción y 25.000 millones al desarrollo, justo las áreas donde Northrop Grumman no despega.

¿Qué diría Marilyn Monroe?
Ni la tercera compañía militar más grande del planeta, ni el propio Pentágono han explicado por qué se está retrasando tanto el programa B-21, aunque comienzan a surgir dudas sobre su viabilidad y capacidad de indetección. En paralelo, el proyecto del F-47 con su enjambre de drones podría retrasar aún más el programa del B-21, ya que el desarrollo de un sistema vehículos no tripulados es todavía más importante en el caso de los bombarderos. Por otro lado, hay mensajes contradictorios entre sector privado y público: mientras que EEUU reclama 145 aeronaves, Northrop Grumman tenía previstas producir 100 unidades, lo que le ha supuesto más sobrecostes.
No está claro cuándo podrá la histórica firma, en la que incluso trabajó Marilyn Monroe, entregar los pedidos. Aunque los retrasos y cancelaciones de programas son habituales en la industria militar, detrás del conglomerado con sede en Virginia se encuentran varios de los proyectos más relevantes de la historia aeroespacial: el módulo lunar del Apolo XI, los misiles balísticos intercontinentales (ICBM), los radares Doppler (antecesores al GPS) o el caza F-18 Hornet, todavía utilizado en varios ejércitos como el español.