
O mucho cambia el panorama de aquí al cierre del año o lo normal es que sean más los inversores de fondos que despidan este caótico 2018 con pérdidas, ya que al cierre de octubre el rojo es el color que se impone en el 92 por ciento de los fondos de inversión españoles.
La cifra, aunque sea para llorar, es de lo más normal teniendo en cuenta que pocos son los mercados que aguanten el tipo en este año de guerra comercial, fin de los estímulos de los bancos centrales y excesivas valoraciones en renta variable.
El problema es que no todos los inversores -sobre todo los más conservadores, que en su día acudieron a los fondos pensando (porque muchas veces así se lo dijo su banco) que eran la alternativa ideal al depósito- están preparados para ver pérdidas en esos informes anuales que empiecen a recibir en 2019. "Ha habido entidades que han convertido a ahorradores en inversores y no todo el mundo está listo para convertirse en inversor", apunta Sergio Míguez desde EFPA. Pero es que, además de enfrentarse al siempre doloroso hecho de que han perdido dinero, esos nuevos inversores con alma (y perfil) de ahorradores tendrán que lidiar con otro toro aún más bravo: el de los gastos, y muchos se sorprenderán cuando vean el dinero que han pagado a sus gestores a cambio de que éstos les hayan hecho perder dinero en la mayoría de los casos. Algo que hasta ahora se ocultaba bajo un porcentaje que pocos traducían a euros contantes y sonantes.
Si ahora lo que se llevan son las transparencias en el sector es gracias a la Directiva europea Mifid II, que ha entrado en vigor este año, que busca dar una mayor información y protección al inversor e implica que éste conozca al dedillo y en euros cuánto le cuesta tener un fondo de inversión, que le asesoren o que le gestionen una cartera. Una muy buena noticia que lamentablemente llega en el peor momento de la última década, ya que 2018 está siendo el peor año de mercado, y con diferencia, de los últimos diez.
El error de mirar solo el coste
Y eso es una pena ya que esa transparencia puede volverse en contra precisamente de quien es su máximo beneficiado: el propio inversor. "Todos sufrimos más cuando perdemos dinero, aunque sea una mínima cantidad que lo que disfrutamos cuando ganamos y que nos expliciten ese coste va a suponer un sufrimiento mayor. Puede que con esto los costes se conviertan en el principal parámetro de una inversión y eso es un error", apunta Gonzalo Algorri, profesor del IEB.
Acordarse del largo plazo
Además, existe la posibilidad de que muchos de esos inversores que vean pérdidas en sus carteras a corto plazo se olviden de que cuando las contrataron afirmaron tener un horizonte temporal que iba más allá de los 12 meses -según Inverco, el horizonte medio de un inversor de fondos es de entre tres y cinco años- y que eso les lleve a tomar decisiones pensando en el corto plazo aunque su horizonte siga siendo a largo. Es decir, puede llevarles a deshacer posiciones a destiempo y con minusvalías para llevar su dinero a productos "seguros"como los depósitos o muchos fondos garantizados que, al no batir a la inflación, lo único que garantizan es la pérdida de poder adquisitivo a largo plazo. Y además, harían ese trasvase justo en estos momentos de alta volatilidad en los que lo que se recomienda es hacer cartera a mejores precios. Al fin y al cabo, tal como recuerda Fidelity "cuando los inversores intentan acertar con los tiempos del mercado, y entran y salen de sus inversiones, pueden correr el riesgo de erosionar las rentabilidades futuras, ya que se pueden perder los días de mayor recuperación del mercado y las oportunidades de compra más atractivas que generalmente aparecen en periodos de pesimismo". Y ponen un ejemplo: quien haya estado invertido siempre en un índice como el S&P500 entre 1998 y septiembre de 2008 habría conseguido una rentabilidad total del 1017 por ciento mientras que quien se perdiera solo las cinco mejores sesiones del mercado habría conseguido un 647 por ciento. La paciencia siempre gana.