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Abocados a elecciones cada seis meses

Foto: Reuters

Casi dos meses después de haber sido consultados en las urnas, los españoles empiezan a observar como real la hipótesis de una repetición de las elecciones. Ya conocen esta experiencia, al recordar aquél nefasto 2016 que transcurrió con un gobierno en funciones y una parálisis institucional que el país no podía permitirse. La diferencia entre lo que ocurre ahora en la política española y lo ocurrido entonces es la placidez con la que el presidente actual afronta este bloqueo, frente a la presión mediática y social que había hace tres años hacia su homólogo y antecesor. Tan plácido panorama, que Pedro Sánchez ha decidido copiar la forma de actuar de Mariano Rajoy dejando eternizarse los problemas hasta que saque de la chistera la solución. De momento ya tiene encima de la mesa los primeros sondeos sobre lo que podría ocurrir si hay nuevos comicios generales: su mayoría quedaría apuntalada, el PP asentaría su posición de líder en el ministerio de la oposición, y Podemos y Vox sufrirían el envite perdiendo parte de los pocos apoyos que obtuvieron en abril.

Sánchez convocará elecciones si ve que le interesa, como ya hizo en febrero rompiendo su decisión anterior (agotar la legislatura) mantenida durante los meses de su mandato Frankenstein. Entonces fue el único en adivinar que la existencia de tres partidos en disputa por el voto de centro derecha iba a suponer su victoria, pírrica pero victoria en suma. Si ahora ve claramente (él o su asesor de cabecera) que Podemos se hundirá y su partido llegará cómodamente a 150 diputados, preparen sus papeletas y sobres para el próximo otoño.

La opción de dar poder en el Consejo de Ministros al partido de Pablo Iglesias no estará del todo descartada hasta que el presidente en funciones saque conclusiones reales sobre cual es su interés definitivo en todo este galimatías. Si no le interesa que los españoles vuelvan a votar, aceptará tragarse el sapo de tener los viernes sentado en la reunión semanal del gobierno a su socio preferente. De momento Sánchez ya ha llegado más lejos que Zapatero y Rubalcaba, al aceptar en Navarra la componenda con Bildu para que gobierne su partido, paso previo a aceptar su abstención en la Carrera de San Jerónimo, cosa que ya ha ocurrido.

Las denuncias de los dirigentes socialistas sobre los pactos de PP y especialmente Ciudadanos con Vox, si es que los hay realmente, están revestidas de un cinismo insoportable cuando se comprueba la facilidad de esta formación política para sostenerse en el poder con partidos como ERC o los herederos del brazo político de una organización terrorista con casi mil muertos en sus alforjas. Hemos llegado a escuchar a la ministra de Justicia afirmar solemnemente que Bildu, PDeCAT y ERC son más constitucionales que Vox, lo que ha quedado diluido por el exabrupto inaceptable de uno de los muchos elementos peligrosos que el partido de Abascal ha aceptado albergar para tener una consistencia territorial que sustituye a una coherencia argumental.

Y mientras tanto, la posibilidad utópica de una búsqueda de la estabilidad institucional real, con acuerdos serios y de Estado entre los dos principales partidos de nuestro país, duerme el sueño de los justos. Ante una imposible alemanización, la italianización de la política española provocará que tengamos que votar cada seis meses hasta que los votantes decidan volver mayoritariamente a los dos partidos tradicionales sin confiar en fuerzas minoritarias, algo que se antoja lejano.

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