
Quiérase o no, y somos muchos los que no habríamos querido, los comicios del 26-M pasarán a la pequeña historia de la política española no por los insulsos, repetitivos y poco imaginativos candidatos y mensajes de campaña, sino por la muerte inesperada de unos de los políticos más capaces, honestos y con mayor sentido de Estado que ha tenido este país.
Era Alfredo Pérez Rubalcaba un hombre de hondas convicciones socialistas y de profundo amor a España. "Primero el país y luego el partido", era el lema que quienes le conocimos y admiramos desde el periodismo pudimos escucharle en más de una ocasión, incluso en los momentos más difíciles y ante la incomprensión, a veces, de algunos de sus correligionarios.
Siempre al servicio de España era Alfredo un negociador incansable, excelente conversador, brillante parlamentario, respetuoso siempre con los adversarios y uno de los más fieles exponentes de ese espíritu de la Transición cuando los políticos llegaban a la actividad pública para servir y no para servirse, relegando sus intereses personales y partidarios en favor del interés supremo de trabajar por la democracia, la libertad, el Estado de Derecho, el progreso y el bienestar de España y de los españoles.
Políticos que eran reputados profesionales del sector privado o del mundo académico e intelectual y no simples meritorios de las juventudes. Que buscaban el acuerdo, dignificaban el Parlamento con su oratoria y que todos respetaban las instituciones, el protocolo y las reglas de la cortesía manteniendo la dignidad que corresponde a los representantes de los ciudadanos.
Por eso, y por respeto a su persona y su memoria sería de condición miserable que algunos de quienes le arrinconaron y le combatieron desde dentro aprovecharan ahora su muerte en la campaña, como ha empezado a hacer ya Pepu Hernández en Madrid. Alfredo desde sus más profundas convicciones socialistas era radicalmente contrario y seguía con preocupación y con dolor la deriva que Sánchez estaba dando al PSOE, al Gobierno a y sus coqueteos con los independentistas. El fue, quién acuñó con éxito la frase "Gobierno Frankestein" para calificar el pacto del sanchismo con los antisistema y los nacionalistas.
Era Alfredo, como tantos otros de la Transición, uno de esos políticos cuyo legado debiera ser ejemplo y referente para las nuevas generaciones y que sin embargo hasta hoy eran olvidados y hasta denostados, por algunos intolerantes, fanáticos, e irresponsables, incluso desde el mismo partido al que sirvieron y pertenecieron. Quien esto escribe tuvo oportunidad de compartir con él mesa y mantel el pasado diciembre, y escuchar sus razonamientos y sus críticas, siempre argumentada, con mesura y llenas de ironía al sanchismo y a Podemos, mientras hablaba con elogio de Rajoy.