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La crisis de Venezuela retrata a todos los actores internacionales

Juan Guaidó. Foto: Reuters

Una cascada de gobiernos, se dirá que todos ellos de ultraderecha, ha reconocido ya al autoproclamado presidente circunstancial de Venezuela. Entre ellos están Estados Unidos y Brasil, con sus dos presidentes odiosos a la cabeza, Trump y Bolsonaro. Se inicia un peligrosísimo camino hacia la democratización de una democracia maltratada por el socialismo del siglo XXI, hasta el punto de que se ha hecho pasar por un país libre a una nación atenazada por un puñado de dirigentes bolivarianos que han llevado al desastre a sus conciudadanos. Ahora se nos invitará a pensar que lo ocurrido es un golpe a la democracia venezolana, ejemplar en sus posiciones izquierdistas y liberadoras de un pueblo oprimido por el imperialismo. Todo eso que en relación a Venezuela llevamos años escuchando a este lado del Atlántico.

El problema no es lo que escuchamos en Europa sino lo que los propios venezolanos han tenido que sufrir para llegar a este punto de no retorno. Para provocar la declaración de ruptura que va a aislar aún más al presidente Maduro. Él fue quien subvirtió las reglas de esa débil democracia al disolver la Asamblea legítima y poner en marcha un proceso claramente ilegítimo por el cual se creaba una nueva Constituyente en la que los incómodos opositores no tuvieran ya cabida. Y la comunidad internacional, a lo suyo.

La respuesta que dé la Unión Europea a esta situación será clave en el futuro de la autoproclamación de Juan Guaidó. En las primera horas del nuevo escenario ha actuado como acostumbra, moviendo lentamente sus extremidades de paquidermo inmóvil, esperando a que los gobiernos se vayan pronunciando. El problema es ese: qué cabe esperar en relación a una transición a la libertad en Venezuela de Macron, Merkel, May o Sánchez. De momento han evitado alinearse con los países que ya han reconocido al presidente interino, aunque su exigencia inicial de elecciones libres y democráticas sea un buen y lógico paso inicial.

Los actores más radicales de la izquierda española han salido ya en tromba como acostumbran a hablar de golpe de Estado y atropello a las libertades, tras años de silencio cómplice respecto a las aberraciones del gobierno venezolano y a su ataque constante a las libertades y la democracia. Lo esperado. Ni siquiera el reconocimiento del presidente "encargado" por parte del primer ministro canadiense Justin Trudeau, admirado y alabado tantas veces desde posiciones progresistas en España, va a cambiar esa posición de la ultra izquierda a favor de los opresores. El gobierno español entretanto contemporizará para no soliviantar a su socio preferente, esperando esa posición común lánguida que asumirá Europa. Sus afanes no están ni en territorios lejanos ni siquiera en conflictos domésticos tan peligrosos como el del sector del taxi, ante el cual el ministro responsable de los transportes dice que a él le registren, pero que no tiene nada que ver con la tormenta.

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