
En el marco de una economía global que crece por encima del promedio histórico y de manera sincronizada en diferentes regiones del mundo, la economía española disfruta todavía del impulso propiciado por tres elementos fundamentales: la reforma laboral, la reestructuración del sistema financiero y el desapalancamiento del sector privado. Los tres factores han generado unas condiciones sobre las que el crecimiento económico en España parece inmune a los acontecimientos más adversos. De hecho, durante el año 2016 y en contra de todas las previsiones, la economía española registró un ritmo de crecimiento del 3,3% a pesar de que una buena parte del año transcurrió sin un Gobierno que guiara las directrices de nuestro país.
El año 2017 arrancó con el grado de incertidumbre más elevado de los últimos años debido a la elección del presidente Trump en Estados Unidos y la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, y se cerró con un aumento de los precios del petróleo y con el desafortunado proceso independentista en Cataluña. Pese a todo, la economía española volvió a registrar un crecimiento del PIB del 3,1%, un dinamismo que se sigue trasladando a la creación de empleo: desde el año 2013, cuando se alcanzaron los niveles más elevados de paro, se han creado 1,7 millones de puestos de trabajo y la ocupación total ha vuelto a los mismos niveles que en 2009. La fortaleza del crecimiento económico, el moderado aumento de los precios de consumo y las medidas tomadas por el Gobierno confluyeron para que el déficit público bajara hasta el 3%, una décima menos de lo previsto, lo que coloca a España en la puerta de salida del procedimiento de déficit excesivo. Un escenario compatible con un superávit por cuenta corriente.
Para este año, el consenso de Funcas sobre el crecimiento del PIB en España se está ajustando muy rápidamente desde un nivel inicial por debajo del 2,5% hacia una cifra que vuelve a estar en el rango del 3%. Con lo que la economía española estaría manifestando, por cuarto año consecutivo, un sólido crecimiento económico, superior al promedio de la zona euro. Y ello, a pesar de convivir con algunos desafíos que, en otras condiciones, podrían debilitar la confianza económica. Quizá los retos más relevantes sean la dificultad para aprobar el Presupuesto 2018 y la parálisis del proceso de reformas (especialmente, las que afectan al sistema público de pensiones o a la educación), pero no podemos ignorar el aumento de la desigualdad social en nuestro país, que la Comisión Europea ha señalado con especial énfasis. El desempleo, los apuros financieros de las familias más empobrecidas y la caída de los ingresos de las familias, son indicadores de un grave déficit social. Pese a todo, si la economía europea sigue creciendo por encima de su potencial, es probable que el empuje del sector exterior vuelva a propiciar un crecimiento del PIB español en 2019 superior al 2,5%.
En definitiva, un panorama complaciente que podría prolongarse en los próximos años si se mantuviera la disciplina presupuestaria, se retomara el impulso de las reformas económicas pendientes y se actuara en pro de un mayor equilibrio social. Sin embargo, la economía española se va a enfrentar a dos fenómenos que podrían complicar, por encima del confuso panorama político en nuestro país, el escenario económico en el medio plazo. El primero es el cambio de sesgo de la política monetaria que, tras varios años de tipos de interés extraordinariamente bajos, el Banco Central Europeo parece dispuesto a acometer este mismo año. El segundo es un calendario electoral -municipal y autonómico- en 2019 que, en el mejor de los casos, va a suponer una mayor presión sobre la política fiscal, como tiende a ocurrir en periodos pre-electorales. Ambas citas darán paso a unas elecciones nacionales que podrían generar un puzle político previsiblemente difícil de encajar.
Ahora bien, para ir más allá de la ventana que ofrezcan los resultados electorales del año 2019 será necesario plantear un ejercicio de prospectiva que permita diseñar diferentes escenarios. Unos escenarios que podrían construirse en función de cómo nos atrevamos a responder a algunas preguntas fundamentales, tales como:
¿Se darán las condiciones para una mayor cooperación y coordinación internacional entre países, al menos para abordar temas fundamentales como el terrorismo o el impacto de las nuevas tecnologías sobre el empleo y la sociedad? ¿Se humanizará la globalización o se acentuarán las políticas proteccionistas? ¿El populismo tenderá a debilitarse o, por el contrario, podría consolidarse como un movimiento social y político? ¿Cuál podría ser el impacto de la tecnología y la digitalización de la sociedad sobre la productividad, el empleo y los precios? ¿Se ha agotado el Estado de Bienestar tal y como lo conocemos en Europa?
Cuestiones todas ellas que tendrán una profunda incidencia sobre el panorama económico y social de los próximos años, en un contexto en el que la tecnología seguirá avanzando y las empresas tomarán ventaja de ello para aumentar su productividad, con lo que el temor de los trabajadores a perder nuevos puestos de trabajo seguirá siendo, probablemente, una característica de nuestro entorno. Al mismo tiempo, la política monetaria será más restrictiva de lo que ha sido hasta ahora. Y en nuestro país, dado el elevado nivel de deuda pública, el margen fiscal y presupuestario para afrontar los desafíos económicos y sociales de nuestra economía será muy limitado, lo que podría aumentar las tensiones populistas y hacer más complicado la formación de un gobierno estable con capacidad para lograr acuerdos relevantes entre partidos políticos. Un panorama complejo que podría seguir paralizando el proceso de reformas, con lo que la economía española continuaría perdiendo posiciones en los índices de competitividad y de bienestar social.
Seguro que hay más escenarios, tantos como las posibles respuestas se ofrezcan a temas tan abiertos e importantes como los expuestos más arriba. De hecho, algunos analistas podrían considerar escenarios más optimistas, de la misma manera que podría desencadenarse un escenario menos favorable si las próximas elecciones nacionales dieran como resultado un Gobierno proclive a la reversión de las reformas aprobadas hace algunos años y que todavía hoy dan lustre al crecimiento económico en nuestro país. Ninguno de estos posibles escenarios es más probable que otro. Ninguno es una predicción. Precisamente, lo importante es no sentirnos complacidos por el presente ni aceptar de manera determinista nuestro futuro. Lo relevante es que un sector, una empresa, la sociedad en su conjunto, estén preparados para afrontar los retos y capitalizar las oportunidades que nos brinde un futuro más allá de lo razonablemente previsible.