Firmas

La soberbia de Pablo Iglesias

  • Para llegar a la Moncloa hace falta algo más que el respaldo mediático
En la imagen, Pablo Iglesias. Foto: Efe.

Hay que admitir que sin al menos una pizca de soberbia Pablo Iglesias no hubiera llegado donde hoy está. Es ese sentimiento de superioridad que exuda por todos los poros de su piel, el que llevó a un "humilde" profesor de entre los miles que se afanan en el día a día del sistema educativo a enfrentarse en horario de máxima audiencia televisiva a todo aquel que se cruzara en su camino, ya fuera periodista con horas de cámara a sus espaldas, ya fuera sesudo académico, para convertirse en estrella mediática. 

Su audacia, fruto de la convicción del que se cree en posesión de la verdad absoluta, le catapultó hasta el Congreso, el primero de sus objetivos. El último es "asaltar los cielos", que no es otra cosa que la Moncloa. Pero para llegar hasta allí hace falta algo más que el respaldo de las televisiones: hay que saber escuchar y esa es una virtud que marida a duras penas, si es que lo hace, con la soberbia. De ahí el primer gran revés a sus aspiraciones.

Le advirtió Carolina Bescansa: no se puede hacer política en contra de la mayoría de los españoles. No la escuchó, la mandó al gallinero del hemiciclo. Tampoco quiso escuchar a los que se manifestaron con la bandera nacional en Barcelona, se limitó a tacharles de fachas. En las últimas elecciones en Cataluña, recogió los frutos: Podemos, que aspiraba a convertirse en árbitro, es irrelevante en el Parlamento autonómico.

A Iglesias le costó superar el bofetón, pero hay que admitir que parece haber logrado detener la sangría en las encuestas. De nuevo con la inestimable ayuda de sus socios catódicos, ha logrado trasladar el epicentro del debate público hacia el eje que más le favorece: el de casta y gente, el de malos y buenos.

En la agenda pública, Cataluña ha quedado relegada en favor de otras cuestiones como la sostenibilidad de las pensiones públicas o la igualdad de género, en las que sus proclamas populistas tienen cabida. De hecho, aunque no todos los que salieron a la calle el 8-M fueran votantes de Podemos, la manifestación, agitada convenientemente desde sus terminales mediáticas, fue un éxito innegable. Sin embargo, la tozuda realidad puede volver a trastocar sus planes.

Desde el domingo, cuando apareció en el maletero del coche de Ana Julia el cuerpo del pequeño Gabriel, España vive conmocionada. Y a pesar de que Iglesias ha exhibido la cintura política o la sensibilidad necesaria para brindar sus condolencias a la familia, su ego ha vuelto a traicionarle: apenas veinticuatro horas después, era incapaz de recibir al padre de Diana Quer. Un bofetón que no se justifica por su posición contraria a la prisión permanente revisable, un desaire que será difícil de entender.

Pero la soberbia -dicen que el peor de los pecados capitales- le puede al personaje, es tal el grado que exhibe que acaba por nublarle el juicio. Fue ella la que le colocó en el camino de la gloria. Puede ser también la semilla de su final.

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