
A partir del inicio de la Revolución Industrial, surgió por doquier el miedo al futuro. Recordemos lo que pasó la revolución ludista. Como la siderurgia basada en el coke, como máquinas textiles como la famosa que recibió el nombre de "Juanita la hilandera", aumentaban, junto con la inversión en capitales y otras novedades financieras, muchísimo la productividad y se pensó que, incluso por aquellos niveles salariales, muy reducidos, no sería posible que existiese un porvenir claro para la economía. Añádase que estos bajos niveles salariales están unidos a durísimas condiciones en el lugar de trabajo para los obreros, y eso a su vez originaba que violentos movimientos sociales amenazasen cualquier posibilidad de una sociedad que no pasase a estar en descomposición.
A eso hay que añadir que parecían ratificarlo las oleadas de desempleo y la observación en el conjunto de unos niveles de vida cada vez más penosos. No se veía una clara solución de esto por parte de los economistas, y en la medida que podían, trataban de resolver la cuestión a través de decisiones relacionadas con el mercado. Simultáneamente, no es posible olvidar la famosa profecía de Malthus: como la agricultura, por mucho que sea capaz de mejorar en extensiones y en tecnología, tiene un crecimiento muchísimo más lento que el que parecía existir en el conjunto de la población, si las cosas seguían por ese camino, el hambre futura estaba garantizada.
Recientemente, todo un conjunto de economistas muy importantes ha comenzado a publicar ensayos sobre una especie de resurrección de estas cuestiones. El debate permanece. Basta recordar lo que se ha hablado del pico de Hubbert, que parecía indicar que el petróleo, fundamental en muchos sentidos para la actual civilización, desaparecía a corto plazo. A ello se unía otro capítulo progresivo de carencias. El conjunto señalaba que materias primas fundamentales desaparecerían prácticamente del mercado, y éstas no eran precisamente las de fácil sustitución. Al cabo de muchos años, viejos planteamientos malthusianos renacían. Incluso en los mercados internacionales la subida de las cotizaciones de materias primas esenciales daba la razón a estos miedos.
Pronto se observó, sin embargo, que la ofensiva energética de alternativas a los viejos procesos de empleo del petróleo surgía pero, simultáneamente, se planteó otra cuestión muy seria. Como había ya señalado Arrhenius, la actividad industrial vinculada con el carbono generaba una situación atmosférica capaz de alterar las condiciones climatológicas del planeta. Y ésta era una nueva catástrofe en multitud de sentidos.
Añadamos que el Premio Nobel de Economía, creador del modelo famoso input-output, de Leontief, hizo unos pronósticos durísimos sobre el futuro de la economía del planeta. Recuerdo, sin embargo, que al formar parte ambos del Jurado de los Premios de Economía Jaime I, en Valencia, me ofrecí a acompañarle para que, como persona muy culta que era, no se marchase de la ciudad sin haber contemplado algunos monumentos importantes de ella. Íbamos charlando de modo cordial y en esto, se me ocurrió decirle: ¿y me cuenta usted algo de la proyección de lo que sostiene usted en ese libro sobre la economía mundial y su futuro, limitado por problemas de escasez segura? Leontief se detuvo, me miró con un gran gesto agrio y me dijo: "¿Por qué no hablamos de otra cosa?" Quizá sea lo que se debe hacer ahora mismo con aspectos derivados de la revolución digital, con la que entramos en otro capítulo de la Revolución Industrial.
En principio es evidente que aciertan al señalarlo González-Páramo y Novales. Es evidente que lo que plantean es lo adecuado, y por ello sus aportaciones en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas son muy oportunas. Pero, como reacción, vemos que comienza a surgir también una especie de recuerdo de lo que sucedió en otras ocasiones en relación con la Revolución Industrial y nuestro futuro. Porque probablemente éste se encuentra más amenazado que por avances en la tecnología por otros que han surgido en el terreno social.
No es posible olvidar que en 1930, cuando Keynes formuló en Madrid un planteamiento sobre cuál iba a ser la realidad contemplada por los nietos, simultáneamente Ortega y Gasset avisaba sobre la implacable extensión, vinculada con mejoras en los niveles de gasto del fenómeno de la masificación. ¿No va a ser esto último lo que convenga considerar como la gran amenaza del futuro?