Firmas

El mundo entero se la juega con el próximo presidente de la Reserva Federal

Barack Obama, Warren Buffett, el presentador de Bake off… Hay muchas personas a las que preferiríamos encargar la elección del presidente de la Reserva Federal antes que a Donald Trump.

Con su gestión caótica del personal, su limitada capacidad de concentración, su debilidad por acaparar protagonismo y su adición al populismo a corto plazo, es del todo incompetente para valorar al candidato adecuado del que podría ser el puesto más exigente técnicamente del mundo.

Sin embargo, Trump es quien tendrá que hacer la llamada y pronto (cuando escribo este artículo aún no se conoce el elegido). Tal vez parezca un asunto restringido a Estados Unidos pero lo cierto es que importa al resto del mundo, más que nunca. Y es que el presidente es tan inestable que una figura firme en la Fed se vuelve imprescindible, porque el país se embarca en un experimento único y arriesgado de normalizar la política monetaria, y porque, pese a los desafíos, EEUU sigue siendo la fuente internacional del crecimiento económico. Olvidémonos de los presupuestos de esta semana, las negociaciones del Brexit o si el crecimiento electrificante de China podrá sostenerse. Esta es la decisión que afectará más a la economía británica y global este año.

La reelección es la norma

El mandato de Janet Yellen al frente de la Reserva Federal (la primera mujer que ocupa el cargo) vence en febrero del año que viene. La norma es que la persona que dirige el Banco Central sea reelegida para un segundo mandato y a menudo muchos más.

El legendario Alan Greenspan ocupó el puesto nada menos que 19 años. William McChesney Martin lo hizo de 1951 a 1970, bajo cinco presidentes (y se dio a conocer por describir su función como el que retira la jarra del ponche justo cuando se anima la fiesta). Contra esos mandatos, cuatro años no parece tiempo suficiente ni para averiguar dónde está la cafetería del edificio.

Trump parece estar dispuesto a acabar con la tradición de dejar al titular durante varios mandatos. En el verano dijo que estaba "considerando" su reelección pero este mes ha mantenido reuniones sobre el tema y acaba de difundir una lista con cinco posibles candidatos de donde saldrá el próximo presidente.

Yellen está en la lista pero también el economista de Stanford John Taylor, el miembro de la junta en activo Jerome Powell, y tres candidatos más. Wall Street apuesta a que habrá cambios en el edificio Eccles de Washington donde se encuentra la sede del banco y los mercados de bonos se han dejado llevar la semana pasada por la especulación sobre quién asumirá el relevo. La Casa Blanca ha asegurado que se tomará una decisión antes de que el presidente se marche a Asia a finales de esta semana.

Janet Yellen no ha deslumbrado precisamente pero echarla después de un mandato es injusto. Su historial es perfectamente creíble. El crecimiento se mantiene en más de 3 puntos. El desempleo ha bajado a 4,2 puntos. Los salarios aumentan y la inflación se contiene. Al contrario que su predecesor, Ben Bernanke, no se ha enfrentado a una crisis importante (sólo a un proceso de recuperación gradual) pero ha conseguido empujar la economía hacia una trayectoria de crecimiento algo más rápido sin drama ninguno, y eso es más duro de conseguir de lo que podría pensarse. Aun así, Trump debe de pensar que está en un episodio de El aprendiz. Si las audiencias bajan, espetará: "Estás despedido" y pasará a la siguiente persona.

En cualquier año normal, elegir al presidente del Fed sería en general una cuestión interna de Estados Unidos, con cierto interés para los banqueros y agentes de bonos del resto del mundo, pero los demás se centrarían en cosas más importantes. Esta vez es decisivo para el funcionamiento de la economía global en los cuatro años siguientes. Veamos por qué.

En primer lugar, Trump es un presidente tan volátil y errático que los mercados necesitan una persona estable que dirija la Fed y convenza a los inversores y a las empresas de que la política monetaria está en manos de un adulto. Cualquiera sabe las ideas chifladas que se le pueden ocurrir a Trump durante uno de sus torbellinos de tweets en plena madrugada. ¿La vuelta al estándar oro? ¿Volver a subir los tipos de interés a 5 puntos de una vez? ¿Abandonar el dólar y sustituirlo por el rublo de un día para otro, en honor a su amigo íntimo Vladimir?

Está bien, lo último quizá sea exagerado pero Trump es perfectamente capaz de impulsar cualquier teoría conspiratoria económica a medio hacer, llevado por la euforia del momento. Si hay un palmero (o palmera) en la Reserva Federal, los mercados se preocuparían con razón por lo que pudiera pasar. Un presidente independiente y fuerte tranquilizaría en cuanto a que las ideas excéntricas se arrancarían de cuajo.

La economía de Estados Unidos sigue siendo la más importante del mundo y la política del Fed afecta a la economía global. Se puede sostener que en términos de paridad del poder adquisitivo, China ha adelantado a Estados Unidos y el dólar ya no es la fuerza dominante de antes (algo cierto hay en todo ello), pero por lo menos en la próxima década, Estados Unidos va a conservar su papel decisivo en la economía global y el dólar seguirá siendo la moneda de reserva internacional. El presidente de la Fed es el actor individual más importante de los mercados monetarios y eso significa que ayudará a decidir los tipos de interés en el resto del mundo.

Por último, Estados Unidos se ha embarcado en un experimento insólito de normalizar la política monetaria subiendo los tipos de interés y revirtiendo la flexibilización cuantitativa. Yellen ya ha subido los tipos tres veces y podría hacerlo de nuevo antes de que acabe el año. Los bancos centrales habían bajado los tipos a casi cero antes (el Banco de Japón fue el primero) pero nadie había intentado antes revertir esa tendencia. Hasta ahora ha ido mejor de lo previsto, aunque todavía queda mucho por andar. Su funcionamiento determinará las medidas que tomen los demás bancos centrales, incluido en nuestro país. Si el Fed puede subir los tipos a 4 o 5 puntos, lo acabaremos viendo en el Reino Unido también. Si sale mal, olvídenlo. Los tipos de cero seguirán con nosotros durante varias décadas, como ha ocurrido en Japón.

Las diferencias entre los candidatos son notables. John Taylor ha sido un crítico férreo de la política de la Fed y preferiría adoptar un enfoque económico mucho más teórico al puesto. Es probable que fuera más agresivo en la normalización de las políticas. Lo mismo que Kevin Warsh, que dimitió de la Fed en 2011 por su desacuerdo con la segunda ronda de flexibilización cuantitativa. Jerome Powell sería un candidato que antepondría la seguridad, al igual que por supuesto Janet Yellen si es reelegida. Cualquiera de los dos tranquilizaría a los mercados.

Hemos pasado mucho tiempo preocupados por el Brexit, los presupuestos, la solución del euro y otros factores que afectarán a la economía británica y global en el próximo año, pero quizá la clave sea quien presidirá la Fed, cómo aplicará la política monetaria y cómo contendrá al presidente. La próxima semana lo averiguaremos.

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