
No es cierto que Mark Twain dijera que "la noticia de mi muerte se ha exagerado sobremanera" pero la cita falsa es demasiado suculenta como para dejarla morir por causas naturales. Y la idea subyacente no podía ser más relevante en las conversaciones sobre el papel internacional del dólar.
Los expertos han pronosticado el ocaso del dominio global del dólar desde los años sesenta, es decir, hace más de medio siglo. Se puede comprobar contando los resultados de la búsqueda de "demise of the dollar" (desaparición del dólar, en inglés) en Google.
La frecuencia de esas menciones, ajustada al número de páginas impresas al año, dio un primer salto en 1969, tras el colapso del London Gold Pool, un acuerdo de cooperación entre ocho bancos centrales para defender el ajuste del dólar al oro. El uso de la expresión se disparó en los años setenta, a raíz del derrumbe del sistema de Bretton Woods, que tenía el dólar como pieza clave, y como respuesta a la elevada inflación que acompañó a las presidencias de Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter en los años setenta. Pero incluso ese repunte quedaría eclipsado por el aumento de las menciones y la preocupación sobre el dólar desde 2001, reflejo del golpe causado por los atentados terroristas de septiembre de ese año, el crecimiento multiplicado del déficit comercial de Estados Unidos y, después, la crisis financiera global de 2008.
Y, sin embargo, el papel internacional del dólar ha perdurado. Como mis coautores y yo demostramos en un nuevo libro, el porcentaje de dólares en las reservas de divisas de los bancos centrales y los gobiernos internacionales no ha variado casi nada pese a los acontecimientos. El billete verde sigue siendo la moneda dominante en las operaciones de los mercados bursátiles y la unidad en que se fija el precio del petróleo y se comercia en todo el mundo, dejando a un lado las quejas de los líderes venezolanos sobre la "tiranía del dólar".
Para la consternación de muchos agentes monetarios, el valor del dólar fluctúa mucho, como se ha podido ver en el auge, caída y recuperación en el curso del año pasado, pero eso no resta atractivo a la moneda en los mercados internacionales.
Los bancos centrales siguen teniendo bonos del Tesoro estadounidense porque es el mercado financiero más líquido del mundo. Además, los bonos del Tesoro son seguros, ya que el gobierno federal no se ha retrasado en los pagos de la deuda desde la calamitosa guerra de 1812.
Los contactos diplomáticos y militares de Estados Unidos animan a los aliados del país a poseer dólares. Los estados con armamento nuclear propio tienen menos dólares que los países que dependen de Estados Unidos para su seguridad. Pertenecer a una alianza militar con un país emisor de moneda de reserva impulsa la proporción de reservas de divisas del socio en esa moneda en casi 30 puntos porcentuales. La evidencia sugiere que la cuota de reservas en dólares caería notablemente en ausencia de ese efecto.
Esta conexión subestimada entre las alianzas geopolíticas y la divisa elegida refleja una combinación de factores. Los gobiernos tienen razón al confiar en que el país de la moneda de reserva hará del pago de la deuda a sus aliados una prioridad. A cambio, esos aliados, tenedores de su pasivo, pueden ayudar a reducir los costes de los préstamos del emisor. Es aquí, pues, y no en el enésimo embrollo sobre el techo de la deuda federal el próximo diciembre, donde yace la amenaza real al predominio internacional del dólar. Como decía un funcionario anónimo estadounidense al presidente Trump: "No parecen importarle las alianzas y por eso no se ocupa de la diplomacia".
Se cree que Corea del Sur y Japón poseen un 80% de sus reservas internacionales en dólares. Es lógico pensar que la conducta financiera de estos y otros países cambiaría drásticamente, con implicaciones adversas para el tipo de cambio del dólar y los costes de préstamos de EEUU, si se crisparan las estrechas alianzas militares con sus aliados.
Tampoco es difícil imaginar cómo se produciría esa crispación. Donald Trump se ha metido en un callejón estratégico sin salida: necesita una concesión de Corea del Norte sobre armamento nuclear para guardar las apariencias con su base, por no hablar de la comunidad global. Por mucha retórica agresiva y postureo, la única manera posible de conseguirlo es negociando. Irónicamente, el resultado más plausible de ese proceso es un régimen de inspecciones no muy distinto al que negoció el Gobierno de Barack Obama con Irán.
Para ello, el Gobierno de Trump tendrá que ofrecer algo a cambio. La moneda de cambio más evidente para que el régimen norcoreano estuviera tranquilo sería la reducción de los niveles de las tropas estadounidenses en la península coreana y en Asia en general. Pero la garantía de seguridad de Estados Unidos en Asia se debilitaría y ofrecería la oportunidad a China de entrar en la disputa geopolítica.
Y allí donde China lidera geopolíticamente, su moneda (el yuan) suele seguir sus pasos.
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