
Un dirigente político de relevancia debe cuidar hasta el extremo sus palabras en público. Su lenguaje, la forma de utilizarlo y el contenido de sus declaraciones son escrutadas hasta el mínimo detalle y crean tendencia y opinión en la ciudadanía, hasta tal punto son importantes en una sociedad. El juego de partidos y de rivalidades partidistas es positivo en general para el sistema, pero la tensión provocada por las manifestaciones que se hacen especialmente en la tribuna de oradores del Congreso opera en sentido contrario.
Pablo Iglesias ha hecho en general un buen debate de la moción de censura. Ha aprovechado la visualización que le permitía ser candidato a la presidencia y ha explotado de forma inteligente ese revestimiento de "presidenciable". Ha logrado además algo que él mismo subraya con razón: que Mariano Rajoy replicara no sólo a su discurso sino también a la portavoz de su grupo, confiriéndoles una relevancia que suma enteros para su formación política. Ha conseguido rentabilizar el escaparate en beneficio del tercer partido de nuestro país. La portavoz parlamentaria hizo igualmente una intervención destacable, sólo lastrada negativamente por el tono de su voz en determinados momentos.
Pero en su discurso anti PP, Iglesias ha trasladado a sede parlamentaria unas afirmaciones que chirrían en democracia, un sistema político que alienta la aceptación de todas las formas de pensar y todas las ideologías. Por mil veces repetida, la decisión de echar a este partido de las instituciones se ha convertido en obsesiva, pese a que ni el líder de Podemos ni nadie que no sean los ciudadanos españoles pueden echar de las instituciones a ninguna fuerza política. Ni siquiera un pacto a la portuguesa como el que parece estar comenzando a fraguarse.
La presencia en las instituciones democráticas, que son el parlamento, los ayuntamientos, las asambleas autonómicas, se deriva del apoyo que millones de personas han dado a quien la ostenta a través de su representación delegada en el voto. Confundir interesadamente la decisión de propiciar la salida de alguien de un gobierno con su expulsión de las instituciones es un error grave.
Su frase final antes de abandonar la tribuna contribuye menos aún a evitar rechazos antidemocráticos contra el adversario. Afirmó que España es un gran país, pero lo sería aún más sin los representantes del Partido Popular, añorando paisajes y países en los que sólo existe una opción política porque la contraria ha sido empujada al exilio. Eso nos suena demasiado a los españoles de una cierta edad precisamente en la fecha que hoy se conmemora.
Otros pasajes del debate tampoco ayudaron a que los ciudadanos se enorgullezcan de quienes les representan. El hecho de que el máximo dirigente de este nuevo partido haya empleado en ocasiones anteriores andanadas similares contra las parejas de sus adversarios ni siquiera justifica la estrategia zafia del portavoz popular Rafael Hernando al mencionar la relación personal de la portavoz de Podemos y su líder.