
Francia tiene una gran coalición centrista y reformista! Los designios de la política son inescrutables: estuvo en un tris (un 4,3% de los votos separaron a Macron de Mélenchon) de que gobernara Francia un presidente de extrema derecha o uno de extrema izquierda. Sus programas coincidían en muchos puntos, y especialmente en una barbaridad: ¡salir de la Unión Europea y del euro!
En estos dos últimos meses, pues, los franceses han eludido los escenarios más dramáticos, han evitado el caos y, al fin, han hecho presidente con el 66,1% de los votos a quien más posibilidades tiene de introducir cambios en las instituciones económicas y políticas. Ahora sólo queda por ver cómo se conforman la Asamblea Nacional en los próximos 11 y 18 de junio, y el Senado en septiembre. No obstante, persistirá en Francia una gran pseudo coalición no partidista semejante a la del actual primer gobierno Macron. Afortunada Francia. Podrá superar la cohabitación clásica entre una acendrada confrontación política y social y un completo inmovilismo económico e institucional. Podrá superar el clásico enfrentamiento derecha-izquierda y girar sobre nuevos paradigmas políticos como: reformistas-conservadores, europeístas-nacionalistas, globalizadores-proteccionistas, humanistas-xenófobos, liberales-estatalistas, tolerantes-rigoristas y moderados-extremistas.
De momento, tenemos presidente social-liberal, centrista, europeísta y reformista, tenemos gobierno de gran coalición y... tenemos diagnóstico. Francia es el país de la Unión Europea con mayor gasto público y, en especial, con mayor gasto social, y con mayor gasto en pensiones: alcanzan, respectivamente, el 57,1, el 31,5 y el 13,2% del PIB. Vale decir que, en el principal amigo y competidor de Francia, que es Alemania, estos tres parámetros son: 44,0, 25,3 y 10,6% del PIB. Ah, las tasas de paro respectivas son de 10,1 y 4,1%.
El diagnóstico -y el propósito de enmienda, el propósito reformista- de hecho, es un consenso, desde hace mucho tiempo para todos los actores de esta coalición, y aún más allá. Efectivamente, está muy claro cuáles son los males de Francia y dónde está su solución. Francia debe incrementar sustancialmente su productividad, su inversión y su competitividad; debe reconstruir la legitimidad política y la capacidad de las instituciones; y, finalmente, debe resolver la desintegración social. Tras el diagnóstico unánime, el tratamiento que la gran coalición francesa debe aplicar es meridiano, especialmente en economía: introducir competencia, reducir la sobre regulación, dinamizar la protección social y reducir el gasto público.
La necesidad de reformar Francia es clarísima y perentoria. En una democracia, reformar significa introducir, implementar y acompañar desde el legislativo y el ejecutivo los cambios institucionales que los sistemas económico, político y social requieren para reproducirse mejor. En el mundo global de hoy, la gran diferencia entre los países la marcan las instituciones. De ahí que sea ineludible alinearse con el país más competitivo y avanzado.
En un sistema democrático, la dinámica de las instituciones depende de elecciones competitivas. Entonces, el resultado electoral y el rumbo de las instituciones pueden tomar derroteros contrarios a los del interés general. En 2016 tuvimos dos ejemplos muy significativos de esto: el Brexit y el presidente Trump. Con todo, estas dos elecciones afectaron escasamente a la economía. En una democracia con importante protección social, reformar no es fácil. Las reformas se convierten en un pretexto para la oposición. Dícese que los cambios hacen numerosos perdedores y, por tanto, reducen los votos del partido de gobierno, de modo que éste para asegurar su próxima victoria comprará tiempo y pospondrá las reformas. Justamente, esto ha sido lo típico de Francia. Y ahora los franceses pagan el precio de su pasada incapacidad reformadora.
¿Qué es mejor, reformar o no reformar? Evidentemente, es muchísimo mejor reformar. La no reforma explica los pésimos resultados de la economía y sociedad francesas. La no reforma explica el malestar de los insumisos e indignados que votaron Le Pen y Mélenchon, que juntos sumaron el 40,9%. Ellos son hijos de la no reforma, del touche pas, de la inoperancia y de la megacefalia del Estado francés. Las reformas hacen muchos perdedores cuando no se realizan, algunos perdedores cuando se realizan, pero, finalmente, cuando se realizan hacen a todos ganadores mañana. En Alemania y en otros países avanzados lo saben, lo disfrutan, y lo mantienen elección tras elección con una gran coalición.