Firmas

¿Volverá a resistir la economía?

Si al menos dos partidos responden a la fragilidad de España, continuará el crecimiento.

Durante 2016 la economía global, europea y española mostró una fuerte resiliencia. Fue capaz de no desfallecer ante contratiempos políticos. En efecto, en 2016 hubo muchos cisnes negros. El último fue la elección de Donald Trump. Antes, hubo varios imprevistos debidos a referendos: el del Brexit o el no de Holanda al acuerdo comercial con Ucrania. Vale decir que, en cambio, sendas consultas en Hungría (sobre inmigración) y en Suiza (sobre renta mínima y salario mínimo) defraudaron a sus populistas convocantes, y también que Austria, finalmente, no eligió a un presidente populista.

En 2016 el sistema operativo e institucional de la economía ha laminado la volatilidad bursátil y ha convertido varios lances políticos en oportunidades de ganancia. Esta relativa bonanza económica se ha dado en un contexto estructural negativo y en una coyuntura positiva. De este modo, a pesar de la plétora digital, la productividad renquea y la competitividad no tiene visos de despegar.

En cambio, la coyuntura económica de 2016 contó con vientos de cola, como son una política monetaria nada convencional (ni en cantidades, vista la desbordante emisión por compra de títulos públicos y privados, ni en precios, vistos los tipos de interés mínimos, cero y negativos) y como es la baja cotización del petróleo.

Más allá de la economía, la incertidumbre geopolítica se incrementó en 2016. Lo más inmediato fue el recrudecimiento de la sangría bélica en Oriente Medio, con desestabilización incipiente de Turquía y con emanaciones del terrorismo yihadista en Europa. Pero también en otras regiones se agudizó la incertidumbre política.

El populismo, la oferta de soluciones simples a problemas complejos, de extrema derecha y de extrema izquierda, nacionalista, proteccionista y antiliberal, cabalga en Europa, América y el mundo. Frente a ello, en 2016 la complejidad de la economía ha permitido amortiguar los efectos de la incertidumbre y de las inconveniencias políticas. Pero, cabe temer que, si en 2017 el riesgo político se acentúa, finalmente, la economía se resienta gravemente y sea incapaz de evitar el crack.

En 2016 la economía de los países avanzados e incluso de los emergentes, ha sorteado bien importantes los riesgos políticos. Pero, ¿tendrán los países capitalistas avanzados la capacidad de seguir aplacando las tendencias estructurales contractivas de la economía y los riesgos políticos desestructuradores del populismo, nacionalismo, separatismo, y de la confrontación y radicalidad?

Con todo, 2016 nos ha dado un balance esperanzador: la resiliencia de la economía. Ojalá se mantenga en 2017. Por su parte, en 2017 el sistema político de las varias democracias se verá sometido a una tensión notoria. Trump empezará su andar. Quién sabe cuánto puede tambalear o si se equilibrará. A lo mejor, el sistema político americano y la economía americana consiguen estabilizar la administración Trump. Aquí en Europa, muchos países se la juegan. En el mundo, es alta la probabilidad de que varias regiones entren en caos. En 2017, pues, se verá si los sistemas políticos de las democracias liberales son capaces o no de balancear los impulsos del populismo, y si pueden, o no, templar las elecciones de Francia, Holanda, Italia, Alemania? Éstos son, pues, tiempos azarosos, en los que la política ensombrece a una economía que tras la crisis no tiene aún consistencia bastante como para serenar a la política.

Cabe, pues, concluir que, afortunadamente, el sistema económico es solvente, es capaz de laminar los desafíos que lanza el sistema político. Inversa y desafortunadamente, el sistema político es generador de riesgo grave para la economía y para sí mismo. Dada la alta inestabilidad política de 2016, destaca la relativa estabilidad económica alcanzada. No obstante, si en 2017 persiste o se agrava la inestabilidad política, la relativa estabilidad económica puede sucumbir.

La resiliencia de la que han dado pruebas la economía de las democracias liberales y los Estados sociales y de derecho más avanzados puede quebrarse si tanto las instituciones económicas como las instituciones políticas fracasan en su tarea equilibradora. Un crack económico inducido por sucesivos desafíos políticos tendría efectos letales tanto para el sistema político como para el sistema económico.

Finalmente, España. En 2016 la economía sobrevivió con bien a las contrariedades políticas del país, desde las repetidas elecciones hasta el desafío separatista. Si en 2017 al menos dos partidos asumen la fragilidad de España y su responsabilidad política, la estabilidad institucional permitirá mantener una senda de crecimiento que nos aproxime a las economías más dinámicas y atajar el desempleo y, asimismo, permitirá avanzar en la solución del reto a la democracia española. Sin acuerdo político y sin estabilidad institucional, España comprometerá muy seriamente su futuro político, su futuro económico y su futuro como nación.

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