
La victoria de Donald Trump en las presidenciales de EEUU sorprendió a la mayor parte del mundo. Contrariamente a lo predicho por varios expertos, las bolsas de valores han subido fuertemente desde que ganara, y los tres principales índices estadounidenses llegaron a máximos históricos a medida que se fortalecía el dólar. Explicar estas respuestas imprevistas nos podría dar un atisbo de lo que espera a los mercados en los próximos meses.
La mayoría de los analistas predecían que una victoria de Trump generaría una gran venta de acciones en el mercado de valores y una fuerte demanda de bonos estatales de bajo riesgo. Y eso fue lo que pasó cuando se comenzaron a conocer los resultados, partiendo de su resonante victoria en Florida y, tras ello, el impulso que iba ganando a medida que aumentaba su ventaja en el colegio electoral.
Para cuando ya parecía irreversible, el índice Dow Jones de valores estadounidenses había caído 800 puntos, y el S&P 500 estaba "en su límite más bajo". Más aún, el dólar comenzó a resbalar, y la fuga hacia los activos de mayor calidad de los mercados del Tesoro de EEUU hizo que los rendimientos de los bonos se desplomaran.
Pero el pesimismo de los mercados no duró mucho. Poco después de que el presidente electo diera en Nueva York su discurso de aceptación, cerca de las tres de la mañana de la hora estándar de la Costa Este, los valores comenzaron a aumentar, y lo han seguido haciendo desde entonces, ayudando a impulsar los activos de riesgo en todo el mundo. Puesto que los capitales fluían a Estados Unidos, el dólar se fortaleció a niveles no vistos en cerca de 13 años.
Sumado a esto, muchos inversores han abandonado la seguridad de los bonos de Gobierno, generando un alza de las tasas de interés todavía más pronunciada que la que se produjo en la sobrerreacción de los mercados (el llamado taper tantrum) en 2013 tras la declaración del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, de que la Fed tenía intenciones de ir bajando su estímulo a la liquidez. Los mercados apostaron a que la Fed subiría las tasas este mes y así ocurrió.
La explicación más probable radica en las declaraciones de Trump después de las elecciones, que se han centrado principalmente en las medidas de estímulo al crecimiento de su programa económico, como la desregulación, las reformas de los impuestos a las empresas y el gasto en infraestructura. Desde su elección, ha evitado en gran parte hablar sobre sus promesas de compaña orientadas al proteccionismo, como imponer gravámenes aduaneros de castigo a China y México, desmantelar el Tratado Norteamericano de Libre Comercio (Nafta) y rescindir el acuerdo de libre comercio bilateral con Corea del Sur. Aunque ha reiterado su promesa de retirarse de las Asociación Transpacífico. Y también ha optado por no repetir sus críticas a la Fed y su gestión.
Ha convencido a los mercados de que puede que Trump decida no implementar las medidas más dañinas para el crecimiento que sugirió en la campaña. Trump se ha vuelto mucho más conciliador, declarando al New York Times que no quería "dañar a los Clinton" nombrando un fiscal especial para investigar a su ex rival. De manera similar, tras años de criticar al presidente Obama, Trump ha hablado positiva y hasta elogiosamente de él.
Pueden verse tendencias similares en la actitud de Trump hacia sus exoponentes republicanos, incluido el portavoz de la Cámara, Paul Ryan, y uno de sus más abiertos detractores dentro del partido, el exgobernador de Massachusetts, Mitt Romney.
Puesto que los republicanos ganaron la mayoría de ambas cámaras del Congreso y ganaron más terreno a nivel de los Estados, la distensión de Trump con las estructuras del partido es una buena señal para la promulgación de sus políticas pro-crecimiento.
Para hacer realidad un crecimiento más veloz e incluyente, validando con ello a los exuberantes mercados, se necesitará más que eso: un diseño cuidadoso, una amplia aceptación política y una implementación sostenida en el tiempo.
Más aún, todavía está por seleccionarse el equipo que estará a cargo de tal proceso; como otros nominados, bien puede ser que sus miembros enfrenten largos procesos de aprobación y, en algunos casos, objeciones a su confirmación en el Senado. Una vez el equipo esté trabajando, sus miembros tendrán que ver cómo hacer para que los planes de Trump funcionen para una economía que ha dependido demasiado (por necesidad, no por opción) de políticas monetarias no convencionales. El plan ha de reconocer que durante este prolongado periodo de expansión monetaria, tanto los mercados financieros como la asignación de recursos se han distorsionado, agravando la desigualdad del ingreso.
La buena noticia es que el próximo Gobierno puede basarse en medidas ya formuladas durante el mandato de Obama pero que tuvieron poco impulso debido a las muy polarizadas y disfuncionales posturas políticas en el Congreso que caracterizaron la mayor parte de sus ocho años de gobierno.
Son medidas que abordan imperativos tales como la inversión en infraestructura, la reforma tributaria y la creación de empleos. EEUU no existe en el vacío. Si se han de satisfacer las expectativas de los mercados, si el presidente electo también tendrá que superar los retos externos (o, al menos, contenerlos). Los acontecimientos en Europa, que se enfrenta a una serie de sucesos políticos potencialmente desestabilizadores en los próximos meses, tendrán consecuencias particularmente importantes.
El Reino Unido tiene que presentar un plan para un proceso ordenado y creíble de abandono de la UE. En Francia, la ultraderechista Marine Le Pen del Frente Nacional intentará convertir las próximas elecciones presidenciales en otro golpe antisistema. Y en Alemania la canciller Angela Merkel tratará de posicionarse para ganar otro mandato en el próximo otoño, en un ambiente que ha causado tropiezos a los políticos tradicionales.
Ante el riesgo de inestabilidad en Europa, Trump está en posición no solo de ayudar a impulsar el crecimiento en EEUU, sino de hacerlo más incluyente. Su Gobierno también podría hacer que el sector privado comience a hacer uso de sus grandes reservas de dinero no para maniobras de ingeniería financiera cortoplacista, sino para hacer inversiones en fábricas, equipos y personas que apunten hacia un mayor crecimiento. Para que se disipe la frustración económica que llevó a tantos estadounidenses a votar por él esta perspectiva debe convertirse en una realidad.