
En los últimos años y, en respuesta a la crisis financiera, las instituciones bancarias han mejorado de forma sustancial sus niveles de solvencia, en gran medida como resultado de las nuevas exigencias regulatorias y supervisoras. La rentabilidad del negocio bancario, sin embargo, se mantiene en niveles reducidos y, en todo caso, alejados de las cifras de dos dígitos observadas antes de la crisis. Ciertamente es inusual que la rentabilidad del capital se sitúe en la mayor parte de los países del área euro en niveles inferiores a la media del coste del capital.
Estamos, por tanto, en un entorno en el que la rentabilidad exigida por los inversores resulta, en general, inferior a la obtenida por las entidades en el momento actual. Ello a pesar de que el riesgo que comporta la adquisición de acciones bancarias debería haberse reducido como consecuencia del descenso del apalancamiento de las entidades.
Uno de los principales problemas es el mantenimiento de los tipos de interés en niveles reducidos, que, junto con el bajo nivel de actividad económica, presionan a la baja los márgenes de intermediación bancaria, si bien con distinta intensidad en función de la estructura del balance y del tipo de negocio bancario predominante en cada uno de los bancos. La decepcionante evolución de los beneficios bancarios es uno de los factores que explica el descenso de las cotizaciones bursátiles de los bancos en los últimos meses que, con carácter general, cotizan significativamente por debajo de su valor contable.
El efecto negativo sobre la rentabilidad del mantenimiento de tipos de interés en niveles reducidos es mayor cuanto mayor es el porcentaje de créditos otorgados a tipos de interés variable, cuanto menor es el porcentaje de activos contabilizados a valor razonable o cuanto mayor es la proporción de depósitos en la estructura de financiación del banco. Esto es, el entorno actual de tipos reducidos afecta especialmente al negocio bancario tradicional de intermediación financiera.
Oro factor importante que presiona a la baja sobre la rentabilidad del negocio bancario son los todavía elevados niveles de activos improductivos en los balances de entidades bancarias localizadas en determinados países. Las posibles respuestas estarían en una mejora de la eficiencia, que es la primera línea de defensa de las entidades de crédito. En los últimos años las ratios de eficiencia de la industria europea no han mejorado apreciablemente en los distintos sistemas bancarios y mantienen una significativa heterogeneidad. Ello sugiere la existencia de un margen de mejora apreciable.
Aspectos como profundizar en nuevos productos / servicios, desarrollo de nuevas tecnologías y por lo tanto innovación, y la consolidación del sector, se antojan también fundamentales para el correcto funcionamiento del sector. Dicho esto, hay un caso digno de mención específica, y no es otro, que la Banca italiana, en especial porque este domingo el país transalpino se enfrenta a un importante referéndum.
Las entidades italianas se encuentran en un momento complicado, e incluso el FMI solicitó un rescate para las mismas, por el riesgo que suponen para el sistema. Los bancos italianos tienen un elevadísimo nivel de préstamos morosos, hablamos de unos 360.000 millones de euros, equivalente al 18% del PIB de Italia, que junto con los lentos procesos judiciales, presionan los balances de las entidades. Caso significativo es Monte dei Paschi di Sena SpA, que necesita reducir los créditos morosos en 10.000 millones de euros por exigencias del Banco Central Europeo. El Brexit tampoco ayudó, ya que una vez conocido el resultado del referéndum en Reino Unido, se produjo una venta generalizada de bancos italianos, con una pérdida de un tercio de su valor.
Y el último elemento crítico, es que, según la legislación, después de la introducción de la directiva de Recuperación y Resolución Bancaria de la UE a finales de 2015, implican que ahora ningún banco italiano puede ser recapitalizado con dinero público sin antes imponer fuertes pérdidas a los inversores, incluidos, en muchos casos, pequeños ahorradores a los que se les vendieron miles de millones de euros en productos de deuda cuestionables.
Las entidades no son capaces de alimentar el crédito y, por tanto, la inversión. A su vez, sin una economía que crezca y con una inflación moderada, el sistema financiero italiano tendrá muy complicado superar sus problemas a fuerza de crecimiento. El Gobierno italiano ha aplicado reformas para mejorar la reestructuración de créditos, fomentar la consolidación bancaria y facilitar la titulización y venta de los préstamos morosos, sin embargo, el agujero es demasiado grande.
En paralelo, hay demasiados conflictos de gobernabilidad en la banca italiana, donde los vínculos entre empresas y bancos son muy estrechos, en especial en el caso de los numerosos bancos regionales y pequeños. Estas entidades de menor tamaño se muestran incapaces de gestionar bien la morosidad. Al inicio, este fenómeno ayudó a que muchas compañías soportasen mejor los primeros vaivenes de la crisis respaldas por los bancos, pero ahora está impidiendo que se limpien los balances.
Si combinamos esta situación de la banca, con una deuda elevada y un crecimiento frágil, tenemos un cóctel explosivo y, eso puede desencadenar en un contagio regional, e incluso global, dado el peso sistémico de Italia. Urge, por tanto, adoptar medidas como un mayor uso de los mecanismos de reestructuración de deuda, fortalecimiento de la supervisión y evaluación sistemática de la calidad de los activos de los bancos que todavía no sean objeto, por su carácter no sistémico, de la evaluación global del BCE.