
La reunión de ayer del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE) ha vuelto a poner a prueba las teóricas virtudes que debería tener una institución que controla el valor del dinero: credibilidad y reputación. Al igual que ha sucedido en veces anteriores, el presidente Mario Draghi ha vuelto a jugar una estrategia ambigua en la cual insinúa cuáles pueden ser los siguientes pasos pero a la vez mandando mensajes contradictorios difíciles de interpretar por parte de los agentes económicos.
Como era previsible, el BCE ha mantenido los tipos de interés en el 0% y la cuantía del programa de expansión de la oferta monetaria a través de la compra de bonos públicos y privados. Hasta cierto punto, se trata de un gesto de prudencia hasta ver este programa a pleno rendimiento y hacer balance de los efectos que está teniendo tanto en términos monetarios como macroeconómicos. Es evidente que las inyecciones de liquidez están haciendo circular el dinero pero sólo dentro de un circuito cerrado compuesto por el propio Banco Central y los bancos comerciales, los cuales cada vez más se comportan como sucursales de la sede de Fráncfort.
También es cierto que el balance del BCE ha crecido de una forma sustancial y que la masa monetaria M3 está creciendo a ritmos superiores al 4% interanual (concretamente, al 4,8% en julio en términos interanuales), muy por encima de lo que crece la economía de la Zona Euro. Parecía que la expansión del balance del Banco Central y la creación de más masa monetaria eran condiciones suficientes para que el crédito fluyese en el área monetaria del Euro. Sin embargo, esto no está siendo así. De hecho, existen caso como el de España donde tanto el stock de crédito bancario como el nuevo crédito concedido están decreciendo a tasas de dos dígitos según los últimos datos publicados correspondientes al primer semestre de 2016. Más concretamente, el crédito nuevo está cayendo a una tasa interanual del 13%, destinando únicamente el nuevo dinero a refinanciar créditos antiguos a mejores condiciones financieras.
Si el nuevo dinero creado por Draghi no está llegando a familias y empresas, ¿dónde se está yendo? Fundamentalmente, a sostener los volúmenes de negociación de las bolsas europeas y a generar situaciones insólitas de tipos de interés negativos en bonos tanto públicos como privados. Por primera vez, grandes compañías europeas como Henkel o Sanofi están financiándose entre dos y seis años a tipos negativos. Aunque pudiera parecer evidente que una financiación más barata redunda en más inversión y más empleo, en la empresa europea esa relación no está tan clara, más si cabe cuando la deuda privada sigue estando a unos niveles altos sobre PIB.
Con esta situación, el Consejo de Gobierno del BCE dedica más bien su discurso a buscar la autocomplacencia y a defenderse ante las críticas sin duda justificadas de un sector del Consejo el cual ve los enormes riesgos que entraña que el dinero oficial sea gratis -aunque el dinero real vemos que cada día es más caro- y que esto no lleva a una recuperación clara y sostenida de las economías europeas. Así lo han reflejado los últimos datos de crecimiento y empleo dados por Eurostat, donde la Eurozona apenas crece un 0,3% en el segundo trimestre y sólo un puñado de países supera estas tasas donde se encuentra España.
Ante el panorama de riesgos geopolíticos, la postura más cómoda es seguir facilitando el endeudamiento para intentar encubrirlos. Sin embargo, esta estrategia ya está sufriendo un fuerte desgaste y además en un escenario en el que la Reserva Federal de los Estados Unidos se muestra cada vez más convencida de la necesidad de normalizar la política monetaria. Al igual que sucedió en los años anteriores, el BCE corre el riesgo de ser el último en llegar a la política del ?dinero fácil? y el último en salir de ella. Aquí, sin duda, el último no llevaría premio sino todo lo contrario: hipotecaría a las generaciones futuras a costa de un bienestar artificial de las generaciones presentes.
A estas alturas e incluso con una alta probabilidad de más medidas de estímulo para las próximas reuniones, difícilmente queda alguien en el BCE que no piense que la política monetaria que se está aplicando está infligiendo un alto coste de oportunidad. También es difícil de entender que Draghi no piense que por mucho dinero barato que haya, no se va a traducir en más crecimiento de la productividad, el cual es el grave problema no sólo de la economía de la Zona Euro sino de la mayor parte de las economías desarrolladas.
Ojalá no sea demasiado tarde para enmendar la 'huida hacia delante' de los Bancos Centrales. Más dinero no genera más crecimiento, genera más endeudamiento. La clave sigue siendo el crecimiento de la productividad y eso, sin duda, no se consigue con dinero barato.