
Ver cómo se seca la pintura, esperar a que la economía griega reviva, releerse los discursos de campaña de Mitt Romney en 2012... Se nos ocurren muchas cosas algo (o bastante) más apasionantes que el mercado bursátil actual.
Los mercados han alcanzado un periodo de volatilidad excepcionalmente baja. Una variación de 20 puntos empieza a considerarse un gran día. Los meses, años y décadas se arrastran sin cambios reales en el mercado global. Los volúmenes de operaciones languidecen e incluso quienes estaban interesados en un primer momento empiezan a desentenderse.
Muchos le dirán que es peligroso porque nos estamos dejando engañar hacia la complacencia, las empresas no recaudan dinero y los inversores pierden interés.
En realidad, sólo es el ruido de los profesionales del mercado, con intereses creados en la volatilidad. Para las personas que realmente importan (los ahorradores que apartan dinero para la jubilación y los empresarios que reúnen fondos), el aburrimiento es digno de celebrar; es una señal de que el mercado funciona bien y no al contrario.
No cabe duda de que los títulos han perdido brío. Según el blog Macro Man, solo ha habido dos periodos en las tres últimas décadas donde la volatilidad en el índice S&P 500 ha sido más baja: en enero de 1994 y septiembre de 1995.
Y no es el único que se ha dado cuenta. Según una investigación de Citibank, los niveles de volatilidad se han hundido hasta cerrar con mínimos de dos décadas y no solo por el verano. Si comparamos este agosto con todos los demás agostos desde el año 2000, no está pasando mucho. Según Deutsche Bank, las operaciones de bonos están igual de planas.
En una perspectiva más a largo plazo ocurre lo mismo. Desde el desvanecimiento del pasado agosto, casi todos los grandes mercados se han mecido y arañado el terreno perdido. Es decir, no han llegado a ningún sitio. Pongamos el índice FTSE-100. Hace un año estaba en 6,900 y en los últimos doce meses ha caído un poco para volver a subir a 6,850. O el DAX, que ha pasado de poco más de 11,000 hace un año a ligeramente por debajo de esa cifra. El mismo patrón se observa en todos los grandes mercados.
La historia se repite
Si extendemos los gráficos hasta hace una década y media, la historia se repite. El FTSE acaba de empezar a reclamar sus niveles de allá por el año 2000. El DAX rompió la barrera de 8,000 ese mismo año y solo ha conseguido volver a superarla en los últimos años. Lo mismo ocurre con los índices de Estados Unidos y por supuesto Japón sigue por debajo de sus máximos de 1989. En efecto, podríamos haber apagado las luces hace 16 años y volveríamos para encontrar las cosas casi exactamente como las dejamos.
Más de uno sostendrá que la tendencia es preocupante. Escucharán que nos engañan hacia una sensación falsa de complacencia y que una gran crisis está a la vuelta de la esquina. Los bancos centrales han matado las operaciones, alega otro argumento, con inyecciones constantes de dinero que han detenido el funcionamiento del ciclo tradicional de negocios. Peor aún, unos mercados soporíferos disuadirán a los inversores al no ver oportunidades para ganar dinero. Puede que los títulos estén tranquilos pero es la calma del cementerio.
Claro que eso es lo que se espera oír de los profesionales en el mercado, ya que a casi todos (sean agentes, banqueros, gestores de fondos o periodistas) les interesa que pasen muchas cosas. En un mercado tranquilo no tienen nada que gestionar ni de lo que escribir o especular, sus lectores se alejan y se agotan las comisiones. Las fluctuaciones violentas, para arriba o para abajo, son buenas para el negocio (el suyo).
Eso no quiere decir que sean buenas para el inversor corriente. De hecho, para quien de verdad importa, el aburrimiento no tiene nada de malo por tres razones.
Primero, si hay menos volatilidad y en consecuencia menos operaciones, el mercado se tragará menos dinero en tasas y comisiones. Es una tradición que cuanto más se agite una cartera, peor le irá, sobre todo por la cantidad de dinero despilfarrado en compraventa. Con menos volatilidad, los rendimientos a medio plazo deberían mejorar.
Segundo, habrá más selección de valores. Comprar en un índice pasivamente puede que esté bien en un mercado alcista pero no funciona igual en otro plano. Incluso en un índice que no vaya a ningún sitio en general, algunas empresas funcionarán muy bien, unas pocas fatal y la mayoría regular. Escoger más de las primeras y menos de las terceras es la única estrategia de éxito. Cuanto más se medite la selección de acciones, más capital se asignará a las mejores empresas.
Por último, será más fácil que las empresas utilicen el mercado para recaudar capital, que aunque a menudo se olvida, es la función de la Bolsa. Las OPI se descartan o posponen continuamente porque los mercados se han vuelto locos y es difícil planificarlas. En un mercado más estable o plano, lanzar a cotización a una empresa debería ser mucho más fácil.
En realidad, tenemos mercados planos muy probablemente porque la economía también lo es. La inflación ha bajado hasta rondar el cero o tan cerca que no marca diferencias en el mundo desarrollado. El crecimiento es lento como mucho e inexistente como poco, pero sea lo que sea, suele situarse en la franja del -0,5 por ciento al 2 por ciento. Con unos precios estáticos y no mucho crecimiento, un mercado de capital que discurre sin rumbo de un año a otro es lo lógico y eso es lo que tenemos.
El verdadero problema con los mercados puede ser que no estén generando unos rendimientos lo bastante sólidos como para pagar lo que se supone que deben pagar, no que les falte emoción.