
¿Remain or Go? El próximo jueves 23 será un gran día: un severo crack político, económico y cultural se producirá o se evitará. Mercados, encuestas, apuestas y tahúres andan descontando el desenlace. Los más perspicaces barruntan responsabilidades: David Cameron, la crisis económica, la Unión Europea, la globalización... Los más sesudos se aventuran en los detalles de un Brexit: crash económico, segundo referéndum en Escocia, contagio a otros países y regiones, refundación de la Unión Europea...
Los más realistas señalan como más probable la victoria final del status quo, una mayoría de voto por Brexin. A pesar de este optimismo final, los realistas han puesto de relieve los daños colaterales ya producidos, desde la tangible caída de las bolsas europeas hasta el intangible de la grave desestabilización de la política británica y europea.
La consulta sobre el Brexit solo gusta a los euroescépticos, populistas y nacionalistas. Les favorece en su significación política y desestructura a sus contrincantes, los partidos tradicionales y turnantes. El eventual Brexit obnubila al nacional-populismo. Efectivamente, hay probabilidad de que el Brexit ocurra. Tras él vendrían crisis de todo orden, que degradarían la economía y sociedad británicas y que propulsarían a las fuerzas políticas extremas.
Habrá un antes y un después del referéndum sobre el Brexit. El antes está siendo nefasto y el después acaso sea peor. Por tanto, probablemente, lo fatídico, el gran error político ha sido plantear un Brexit y con un referéndum. En su descargo, el premier británico dice que igual que el Reino Unido se adhirió a la Comunidad Económica Europea con un referéndum está en su derecho de refrendar o no las condiciones de su permanencia en la Unión Europea.
Basada en la soberanía, esta petición de principio obvia el coste político y económico del debate y del riesgo referendario. Más aún, elude que, en un referéndum sobre un Brexit, más allá del no establecido derecho a decidir, a menudo el votante medio no se comportará racionalmente sino muy emocionalmente. En materia de patria, y en un contexto de crisis económica y de presión inmigratoria, la razón flojea ante la emoción. Esto es especialmente grave en un referéndum sin mínimo de participación y con la simple mayoría del 50% de los sufragios.
Por ello, preguntar sobre un Brexit y hacerlo en referéndum es doblemente inconveniente. La controversia sobre el Brexit ha costado ya a las bolsas británica y europeas 500.000 millones de libras en capitalización bursátil. Si la intención de voto brexista se confirma y gana, el importe superará el billón de libras. De hecho, el debate sobre el Brexit ha tenido un único valor: ha quedado meridianamente claro el extraordinario interés del Reino Unido en ser miembro de la Unión Europea. ¡Ojalá el votante británico pueda apreciarlo racionalmente!
Con ello entramos en la consideración del día después del referéndum sobre el Brexit. Si la mayoría simple es para el Brexin, pondremos a buen recaudo la irresponsabilidad y el precio del referéndum, y los mercados y la gente recuperarán el aliento. En Bruselas tocarán campanas -digo, el himno de Europa-. Tras el fin de semana -que también será de actualidad española-, el Consejo de la Unión se fotografiará en familia y verá relanzar la integración europea y una mayor visibilidad de Gran Bretaña. En cambio, si la mayoría simple es para el Brexit?, asistiremos al mayor frenesí de los mercados y de las cancillerías. Se acentuará la descomposición de la política británica.
Un Brexit salpicaría a numerosos países europeos, habría contagio en la desestructuración política, un tsunami de populismos y nacionalismos, y numerosas iniciativas de referéndum. Antes de ello, se habría producido un descalabro en las instituciones europeas.
El Brexit debiera ser efectivo en un plazo de dos años desde que el Gobierno británico invocase el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea. Los análisis de los impactos del Brexit han considerado los diferentes escenarios, desde un acuerdo de librecambio que replicase la actual situación hasta una protección fuerte de la economía anglosajona. A mayor protección, mayor coste en términos de renta per cápita. De este modo, tras el crack inmediato, en el medio plazo el Brexit reduciría la renta de los británicos entre 1,3 y 2,6%.
En suma, salvo para los espíritus nacional-populistas, el Brexit tendría un sustancial precio económico y político. El referéndum ha extendido una alta incertidumbre sobre el Reino Unido. Con todo, hay un aspecto positivo: su inmediatez. El 23 de junio sabremos si los británicos deciden To Leave or To Stay.