
Si pones gasolina en una estación de servicio, primero tomas la manguera y luego la enchufas personalmente en tu coche. A la vez se oye una voz metálica que dice: "está usted poniendo gasolina súper?". Es un trabajador de silicio y sustituye al otrora solícito empleado de la gasolinera.
Este empleado no está sindicado, no tiene absentismo (salvo avería), no cobra las horas extras, no exige propinas, es imperturbable? Los robots que sustituyeron a los obreros mecánicos en las fábricas fueron su antecedente.
Ya no es solo la hábil mano del operario de "mono azul" el desplazado, también lo es la sonrisa de la recepcionista, la voz del teleoperador o el ademán del amable portero abridor de puertas, sustituido por una célula fotoeléctrica. En la carrera por la productividad, los trabajadores de silicio están ganando la batalla.
La economía consumidora se resiente
Lo que pasa es que el trabajador de silicio es un consumidor pobre; gasta casi nada (unos pocos euros de mantenimiento); no compra casas, ni va al supermercado o la tienda, al contrario que las recepcionistas, teleoperadores o porteros. Con los trabajadores de silicio la economía productiva es más eficiente, pero la consumidora no; y la primera sin la segunda no sobrevive ¿qué hacer?
Los expertos dan dos alternativas: a) dar una renta básica para cada ciudadano, trabaje o no, para que pueda gastar; b) preparar a los empleados sustituidos para que se dediquen a otras profesiones. La segunda es la más humana, porque el trabajo da sentido a la persona, pero en algunos casos será inviable (edad, incapacidad de adaptación, falta de preparación?).
Así que la solución debe venir por una combinación de las dos, en la que los más capacitados acaben siendo solidarios (vía fiscal) con los que queden arrumbados en la nueva economía productiva. Difícil dilema porque: ¿quién decide quién debe estar en un grupo u otro? ¿Cada ciudadano o unos funcionarios bajo las órdenes de políticos? Complicado.