
A principios de año se hicieron más acuciantes los temores que han perseguido a los inversores desde agosto de 2015: ¿cuál es la verdadera situación de la economía china?; ¿qué significa realmente la caída de los precios del petróleo en relación al crecimiento de la economía mundial?; ¿podría la espiral bajista de los precios de las materias primas acabar desestabilizando los mercados financieros y algunos países?; ¿entrará en recesión la economía estadounidense, primera economía mundial, arrastrada por la mala salud de su sector industrial?
No hay duda de que China desempeña en la economía mundial un papel esencial puesto que desde la crisis de 2008 a ella sola le ha correspondido un tercio de todo el crecimiento mundial. Es muy probable que la ralentización de China siga siendo para el inversor una fuente de inquietud a lo largo del año, ya que no es fácil pasar de un modelo de crecimiento basado en la exportación a otro basado en el consumo y los servicios. El sector industrial chino, junto con la construcción, tiene un exceso de capacidad productiva que repercutirá en la ralentización de otros países asiáticos, en la atonía del comercio mundial y creará un riesgo de deflación a través de la caída de los precios industriales y de las materias primas. En el primer trimestre únicamente avanzó por buen camino el consumo, gracias a la mejora del poder adquisitivo y a los incentivos a la compra de automóviles.
A lo largo del año aumentará el déficit presupuestario con el objetivo declarado de respaldar la transición de modelo productivo, acelerar la puesta en marcha de grandes proyectos (ruta de la seda por vía terrestre y marítima) y evitar que la ralentización de la economía se agrave. Pese a que recientemente el yuan chino ha tocado su nivel máximo este año ante un debilitamiento del dólar, la manera en la que las autoridades chinas están pilotando la transformación ha agravado el temor a una fuerte devaluación de la moneda a pesar de las declaraciones oficiales a favor de su estabilidad. Han aumentado las salidas de capitales y han disminuido las reservas de divisas, lo que ha obligado al banco central a realizar inyecciones masivas de liquidez y a tomar medidas para limitar la especulación a la baja sobre la divisa. La opacidad de la política del tipo de cambio del yuan trae a la memoria de los inversores la pésima gestión de la burbuja de la renta variable y hace temer el estallido de una guerra.
La ralentización china contribuye a la depresión del sector de las materias primas y ensombrece las perspectivas de otros países emergentes. Además, la normalización de los tipos de interés estadounidenses y la falta de reformas estructurales constituirán importantes obstáculos para un número elevado de países, cuyas divisas y balanzas exteriores se verán sometidas a importantes presiones. A ello se añade el hecho de que la ralentización de la actividad económica hace temer que el fuerte crecimiento del crédito que se ha producido desde 2008 pueda dar lugar a una crisis crediticia, de la que China no escaparía.
Los países desarrollados seguirán beneficiándose de la bajada de los precios del petróleo mientras que sus exportaciones seguirán sumidas en la atonía, como ha pasado desde hace varios trimestres, y que refleja la debilidad de la demanda mundial. El consumo seguirá siendo el motor económico de estos países, en especial de Estados Unidos, pues los hogares volvieron a ahorrar en 2015. Las buenas cifras de empleo, el alza de la demanda de crédito y el nivel de confianza del sector terciario parecen indicar que es poco probable que la economía estadounidense entre en recesión a corto plazo pese a que el sector secundario está atravesando dificultades a causa de la caída del precio del petróleo y, en menor medida, de la fortaleza del dólar. Resulta importante señalar que la caída de los precios del crudo no se debe a la disminución de la demanda, lo que constituiría en sí misma una señal muy preocupante, sino al exceso de oferta, aunque ya empiezan a repuntar. No obstante, los efectos de las caídas de su cotización preocupan al inversor, que teme que se produzcan quiebras en serie en Estados Unidos y que los bancos sufran. En este entorno, todo indica que las políticas monetarias seguirán siendo en general acomodaticias. El descenso de los precios de la energía convierte en inalcanzables los objetivos de inflación, lo que obstaculiza la normalización de los tipos de la Reserva Federal y amenaza la credibilidad de otros bancos centrales. Así, los bancos centrales tan solo podrán adoptar nuevos ajustes, incluso si la eficacia real de las medidas más recientes adoptadas en Europa y Japón está en entredicho. Aunque no logre propulsar la demanda, la concesión de más liquidez tendría que aliviar la preocupación de los mercados financieros y del sector bancario.