
La verdad no sabemos si se trata de japonización de la economía europea o europeización de la economía japonesa. Entramos en terreno desconocido. No hay noticias de una situación económica en la que la inflación haya sido cero o ligeramente negativa y los tipos de interés cero o negativos.
Se trata de un hecho totalmente nuevo y, por tanto, de impredecibles consecuencias. Los hay, sin embargo, que se preguntan: ¿qué pasaría si no se hiciera de esta manera? Y es que los economistas tradicionales tienen dos aversiones: entrar en deflación o lidiar con una inflación sin control .Aunque aseguran que es mucho peor lo primero, ya que las experiencias que se conocen demuestran que se trata de un agujero negro económico que todo lo engulle.
Con esto, el Banco Central Europeo, con su presidente a la cabeza, ha tirado por la calle del medio abriendo la senda de los intereses negativos. Campo económico ignoto, pues si esto se mantuviera mucho tiempo el sistema financiero se resentiría gravemente: se sabe lo que es cobrar intereses, pero se desconoce qué sucedería cuando el prestamista en lugar de percibir un interés por su préstamo deba remunerar al que pidió prestado. Una situación que acabaría por descapitalizar a los bancos.
El problema es que la deflación asusta tanto que hay que incentivar el consumo y con ello incrementar la inflación; eso sí, sin superar el dos por ciento que se estima razonable. Y es aquí donde surge el problema, algo que Japón viene experimentando desde hace 25 años con intereses cero, pero no negativos.
Ahora, Draghi nos lleva, como decimos, a un terreno ignoto. Lo que, quizás, a la desesperada, ha seguido Japón. Ya que según parece, más vale ser creativo que dejar que el techo se venga encima o, quizás más apropiado: que el suelo se vaya abajo. La pregunta entonces debería ser: ¿cómo de negativos se pueden mantener los intereses, y por cuánto tiempo? La clave tiene que ver con las expectativas.
Si usted tiene dinero en cuenta corriente o en un activo que no le remunera, o peor, que le cuesta dinero, no tiene otra solución que sacarlo del banco y ponerlo debajo de la almohada, o gastárselo en lo que más le guste. Y esto último es lo que se pretende: que se incentive el gasto y con ello la inflación. Pero lo que no acaban de entender los bancos centrales es que las decisiones sobre el gasto funcionan de forma distinta: son las expectativas lo que mueve la economía, no la política monetaria. De manera que en momentos de incertidumbre a lo mejor la gente decide dejar su dinero debajo de la almohada en lugar de gastarlo.
Es verdad que siempre quedarán los impuestos. Cosa que no es descartable: si los consumidores no ponen su dinero en circulación una simple solución sería inventar un nuevo impuesto para facilitar la circulación monetaria. Ideas seguro que no faltarán. Sin embargo, esto vuelve a ser una mala solución. Primero porque los impuestos sólo sirven para aumentar las ineficiencias económicas, que acaban bien en corrupciones, bien en mayores estructuras funcionariales que aumentan el gasto público no productivo. Y segundo, porque las empresas buscarían otras zonas donde aumentar sus beneficios saliendo de los países que penalicen sus estrategias financieras.
Las ineficiencias económicas
Queda, quizás, el verdadero asunto que está debajo de los tipos de interés negativos, que no es otro sino mantener la estructura de gasto de los Gobiernos, para lo cual es indispensable el carry trade; es decir, que los bancos se financien a tipos negativos para obtener interesantes remuneraciones de los Ejecutivos a los que prestan. Un hecho que, de nuevo, vuelve a incidir en las ineficiencias económicas, ya que no hace sino aumentar las deudas soberanas de los países en cuestión sin que se beneficie en absoluto la economía real, con el efecto de que el crédito seguirá sin llegar a las empresas que son los verdaderos instrumentos de creación de riqueza.
El problema es que los bancos centrales han decidido apostar por vivir con el estancamiento económico. Esto sucede en Estados Unidos, en Europa y también en Japón. No saben salir de ese circuito, que se traduce en altos niveles de deuda soberana, tipos de interés negativos e inflación cero. Una situación que ya en los años treinta ocupó el pensamiento de un desconocido economista: Alvin Hansen, que lo definió como estancamiento secular. Que no es sino una economía deprimida que tiene enormes niveles de ahorro, de hecho hay mucho ahorro oculto en la economía que reduce la demanda, y a la vez el crecimiento y la inflación.
Y es que la solución no está en reducir los intereses para incentivar el consumo, ya que se trata de un círculo vicioso, que además tiene el efecto de aumentar las desigualdades y, en consecuencia, alentar los populismos políticos. Véase sino lo que ocurre en tantos lugares, incluidos los Estados Unidos y algunos países de Europa. La solución, por el contrario, está en incentivar la inversión productiva. Volver a los tiempos del supply-side economics de los años ochenta; es decir, pasar de nuevo a una economía de oferta con proyectos de inversión, para salir de lo que ya Keynes definió como la trampa de la liquidez.