
La industria de la inversión se adentra en una revolución que resulta fascinante. Oímos la música pero no entendemos la letra. La mediocridad de los productos de inversión en nuestro país, después de décadas de impunidad en la que no ha existido interés por denunciar lo que estaba ocurriendo, se va a acelerar por evolución darwiniana.
Los gestores que no sean capaces de batir al mercado serán expulsados por máquinas que demostrarán lo innecesario de lo que están haciendo. No tiene justificación que muchos responsables de fondos y planes de pensiones no sean capaces de batir al índice de referencia de mercado.
Sirva como ejemplo que muchos de ellos esclavizan a sus partícipes en la medida en que en la última década solo el 25% supera al Ibex con dividendos en el caso de la bolsa española. Es evidente que no se ganan su sueldo o la entidad que comercializa el producto de inversión está introduciendo costes que hoy son de dudosa procedencia. Hay que tener en cuenta que la comisión media que cobra un asesor es del 1,3%, y la de un robo advisor, un asesor automático que puede construir carteras, reconstruirlas, reinvertir dividendos y compensar pérdidas fiscales, es del 0,25%.
Tras la selección darwiniana quedarán los gestores que sean capaces de superar al mercado, y pelearán con las máquinas que vayan aprendiendo del propio mercado. Lo que desconocemos es si estamos cerca de que las computadoras en el mundo de la gestión alcancen el hito de Deep Blue. La supercomputadora desarrollada por el fabricante estadounidense IBM para jugar al ajedrez venció al campeón del mundo en vigor. Gary Kaspárov sucumbió ante una máquina que procesó todas las posibles combinaciones que han pasado por la cabeza de los mejores jugadores de ajedrez a lo largo de la historia. Por suerte para los buenos gestores, la inversión responde a infinitas combinaciones.