Con el espectáculo de la semana pasada ha vuelto la España del esperpento, la de los bandos irreconciliables, la de Machado: "Españolito que vienes /al mundo te guarde Dios /una de las dos Españas / ha de helarte el corazón". Suicidio en toda regla. Los inversores están paralizados; los empresarios, asustados; los trabajadores deberían estarlo y los ciudadanos observan atónitos cómo se disuelve el esfuerzo de más de 50 años.
La modernización económica, que empieza en 1957, con el Plan de Estabilización; se culmina en 1977-78 con la democratización política y la posterior incorporación a la Unión Europea en 1985, con el remate de la circulación del euro (2001). Demasiado bonito: ¡más de medio siglo de progreso en nuestra historia!
El pesimismo y la disgregación, agazapados y semi-ocultos en ese tiempo, esperaban su revancha y ¡ahí están! Prestos a aprovechar la debilidad, la división y los personalismos de los representantes políticos, como en la II República. La clase política actual ha urdido un sistema que la hace impermeable a las fuerzas sociales. Su falta de coraje, de generosidad y altura de miras es manifiesta.
Ni la CEOE, ni los sindicatos, ni el Ibex 35, ni la ciudadanía, ni las Iglesias, ni otras asociaciones civiles, ni siquiera los medios de comunicación -muchos manipulados por los partidos, aunque alardeen de independientes- son capaces de influir en el interior de la fortaleza que se han construido los políticos; una vez elegidos, ahogados en su propia salsa, financiados por los Presupuestos -los impuestos de todos-, dueños de la Administración Pública, olvidan los intereses generales y se rigen por los suyos.
La ley electoral, que dicen querer cambiar y luego consolidan, hace inmunes a sus aparatos partidarios de las opiniones del exterior de su castillo. España se suicida; mejor dicho, la suicidan los elegidos. De lo que no parecen ser conscientes es que eso también es su derrota.
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