
Siempre que algo se sale de la norma hay economistas que anuncian la llegada de un nuevo paradigma. Durante la gran depresión, en la crisis energética de los setenta o en épocas de expansión que parece que no acaban nunca -como los años sesenta-, siempre se decreta el fin del modelo tradicional, que no es otro que el de los ciclos económicos.
La crisis de los setenta trajo hiperinflación, un problema que tardó décadas en solucionarse. Pero si alguien le dijera a Paul Volcker, presidente de la Fed en época de Reagan, que la gran preocupación actual de su homólogo europeo Mario Draghi es la posibilidad de una espiral deflacionista en Europa, le preguntaría a su interlocutor que si había desayunado hongos alucinógenos.
El consenso dice que estamos ante una "nueva normalidad". Que lo diga el consenso es para mí motivo suficiente para explorar otras posibilidades.
La cuestión de partida es simple: ¿estamos ante un nuevo paradigma económico?, ¿o lo que estamos es saliendo de una época de abuso de crédito acompañada de una nueva revolución industrial? Si así fuera, no estaríamos ante algo nuevo, sino ante la máxima expresión del ciclo económico tradicional (por magnitud y duración). La teoría económica dice que la economía se mueve por ciclos, cuyo motor es el uso o abuso del crédito. Se empieza con el uso razonable del endeudamiento y se acaba con las subprime.
Luego viene la resaca en forma de recesión o estancamiento, cuya duración es proporcional a los excesos de la noche anterior. Señalemos que en esta ocasión a la última juerga crediticia global se ha unido un fiestero de primera -China- que, pese a ser comunista, no ha tenido problema alguno para entender el concepto de crédito.
Hay, por lo tanto, una primera explicación al fenómeno del bajo crecimiento que no difiere en absoluto de la de épocas anteriores. Y teniendo en cuenta la magnitud del reciente desmadre crediticio no es de extrañar que el periodo de desapalancamiento -desendeudamiento- sea largo, así como sus consecuencias.
Pero en esta ocasión coincide con algo muy potente y bastante menos habitual: una revolución industrial. La revolución digital es una revolución económica comparable, o incluso mayor que cualquiera de las grandes revoluciones anteriores.
Todas las revoluciones industriales tienen su origen en la tecnología, o más concretamente en descubrimientos que marcan un antes y un después tecnológico, llámese máquina de vapor, ordenador o Internet.
Cuando llegaron los ordenadores a las empresas se decía que destruirían empleo de forma irrecuperable. Así fue al principio, pero luego la economía mutó, como siempre, y aparecieron empleos nuevos. Qué duda cabe que, por ejemplo, el comercio electrónico destruye empleo en las empresas de distribución clásicas, pero también genera empleo en otras. Y si no que se lo digan a las empresas de mensajería como UPS. El negocio que pierde El Corte Inglés lo gana Amazon y Ali Baba y los empleos que destruye Uber lo ganan jóvenes conductores en paro de las grandes ciudades. Y así va a ocurrir en casi todos los sectores de la economía, incluido el industrial (por la robotización).
El problema estriba en que en este tipo de revoluciones el empleo se destruye antes de crearse. Pasan años hasta que empieza a generarse empleo neto de calidad. Y más si los Gobiernos mantienen sus excesos de gasto y no animan la demanda con menos impuestos, como es el caso. Y la revolución digital es el paradigma de una revolución tecnológica.
Las revoluciones también afectan a los precios. Y esta es deflacionista. Volviendo al ejemplo del comercio electrónico, aparte de la comodidad, una de sus características es que reduce costes y, en consecuencia, precios de venta. Unamos todo esto al proceso de desendeudamiento -que reduce el consumo- y tenemos el cóctel deflacionista perfecto.
Los economistas que consideran que el estancamiento y la deflación serán para siempre tal vez deberían de cambiar lo de "siempre" por "un muy largo periodo de tiempo". En eso estoy plenamente de acuerdo.
Como veíamos al inicio de este artículo, ha habido ciclos larguísimos de crecimiento, de estancamiento, de inflación o todo a la vez. Pero difiero en que la naturaleza cíclica de la economía haya desaparecido.
Que el modelo económico digital esté para quedarse y haya que adaptarse a él no implica el fin de los ciclos económicos. Que haya años de sequía no significa que nunca vuelva a llover.