
Los comicios inconcluyentes han conducido a un punto muerto político. Aumenta el apoyo a los partidos radicales anti austeridad. El paro masivo y los niveles de deuda siguen subiendo como la espuma. A nadie le sorprende que los mercados, a raíz de los resultados de las elecciones españolas de mediados de este mes, se hayan puesto a vender sus títulos y deshacerse de sus bonos.
Pero esperen un momento: como en otras ocasiones, puede que los inversores lo estén viendo del revés. ¿Y si un breve periodo de caos político fuera el momento de comprar recuperación española? Porque una amplia mayoría de los votantes españoles han apoyado los dolorosos recortes hechos, porque las ventajas de un gobierno fuerte están sobrevaloradas y porque, como hemos aprendido en Grecia, los rebeldes anti austeridad suelen ceder al final.
Mientras tanto, España presenta una de las recuperaciones más sólidas de Europa, una economía reformada y un mercado tirado de precio. Ha atravesado el dolor. Con las elecciones fuera, debería haber ganancias a la vista.
Las elecciones del domingo 20 no han producido los resultados que esperaba el mercado. Casi todos los inversores suponían que al presidente Mariano Rajoy no le costaría formar mayoría, probablemente en coalición con el nuevo partido de centro Ciudadanos pero no ha resultado así. El apoyo al Partido Popular del gobierno de Rajoy se ha desplomado hasta alcanzar apenas el 28%, mientras que el nuevo partido radical Podemos (básicamente, una versión española del griego Syriza) ha pasado de la nada a más de un 20% de los votos.
Teoría del juego
Hay que ser un experto en teoría del juego para ensamblar una coalición que funcione a partir de un resultado tan entreverado. El desenlace más probable podría ser una alianza entre Podemos y los socialistas tradicionales (a lo Syriza), decididos a desafiar a Bruselas y al Banco Central Europeo, y a revertir los recortes del gasto público. Es lógico que los mercados no se emocionen. Solo el lunes pasado el índice madrileño Ibex 35 cayó un 3,6%. A los bancos les golpeó especialmente: tanto el Banco Popular como Caixabank cayeron más del 7%. El diferencial de riesgo de bonos españoles a diez años saltó ocho puntos base a 123, frente a los bunds alemanes.
Todos sabemos lo que pasó en Grecia -el índice ateniense sigue un 24% más bajo en 2015- y nadie quiere verse atrapado en la próxima crisis bursátil. El problema es que ese acto reflejo no ha sido necesariamente el correcto. Enseguida explicamos por qué. Primero, aunque al partido contrario a la austeridad Podemos le haya ido bien, el hecho es que la amplia mayoría del electorado ha respaldado una continuación de la política actual. Los defensores de la moneda única y las restricciones del gasto han ganado 253 de los 350 escaños en el parlamento español. Tras una dolorosa recesión que ha visto cómo el paro alcanzaba máximos superiores al 25% y el desempleo juvenil traspasaba el 50%, tal vez el dato más sorprendente es que tan poca gente haya votado a un partido radical y no al revés.
Desde luego, el rechazo al poder establecido ha sido tanto una protesta contra la corrupción como contra el euro. Después, las ventajas de un Gobierno fuerte suelen exagerarse. Bélgica logró pasar un año entero sin ningún tipo de Ejecutivo y no cambió casi nada. Gran Bretaña vivió unas elecciones inconcluyentes en 2010 y se formó una coalición enrevesada con los conservadores pero su economía se recuperó bien. Hace mucho tiempo que un único partido ganó la mayoría en Alemania pero a la economía le va bien. Lo que importa es que haya un consenso sobre lo que hay que hacer y no qué partido esté al mando.
Enfrentarse a la realidad
Por último, los partidos anti austeridad tienden a cambiar deprisa cuando se enfrentan a la realidad. Acordémonos de Syriza. Resolló y resopló, llevó al país al borde de abandonar el euro para después replegarse y acabar implementando casi las mismas políticas que el Gobierno anterior. Salvo que un partido se comprometa explícitamente a abandonar el euro y Podemos no lo ha hecho -curiosamente, el Frente Nacional francés sí-, nada cambiará por mucho que logre un pedazo de poder. No puede acabar con la austeridad aunque quiera porque no tiene una moneda propia, y a menos que esté dispuesto a dar ese paso, no son más que palabras.
¿El resultado? Las elecciones no cambian prácticamente nada, aparte de unos cuantos políticos que pueden perder su trabajo. Y, en el trasfondo, a la economía española le está yendo considerablemente bien. Se ha expandido un 3% este año, el ritmo más rápido de Europa. El paro ha bajado -las últimas cifras indican otra caída de 27.000- y los salarios reales suben de nuevo. Las exportaciones aumentan y se reduce el déficit comercial. Es cierto que todavía hay muchos problemas. La inversión aun es débil y no ha habido más que una modesta reactivación de la demanda interna.
Podría ser que España esté viviendo un repunte de una recesión muy profunda y le hubiese ido mejor sin la austeridad impuesta por sus socios en la zona euro, pero eso no significa que el crecimiento no sea real. Con el BCE imprimiendo dinero como loco y el euro relativamente barato, no hay motivos reales por los que el repunte no debería alargarse un tiempo. Aun así, comparado con el resto de Europa y sin duda en relación con su reciente rendimiento económico, el mercado español es barato. El índice de Madrid ha bajado casi un 9% este año, frente al general Eurostoxx 600, que ha subido un 4,3% desde enero. El mercado francés y el alemán han funcionado mucho mejor, aunque sus economías no tanto: Francia, en particular, no ha ido a ninguna parte y ahora sufre una sangría de empleos hacia sus rivales más competitivos en España.
No importa quién esté al mando
Es evidente que viene un periodo de tira y afloja político. No sabremos quién estará al mando hasta dentro de un tiempo y podría haber elecciones anticipadas el año que viene, pero eso no importa. España ya está creciendo y su economía ha atravesado reformas importantes que la han situada en mucha mejor forma de lo que estaba. Los mercados todavía no se han dado cuenta pero acabarán haciéndolo.
Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics