
La diferencia entre la visión de un economista y un político ante un problema económico importante es que el segundo se centra en el corto plazo, mientras el primero intenta resolver realmente el problema. También suele ocurrir que el economista, cuando ejerce de político, se ve maniatado por objetivos cortoplacistas de su partido. Por ejemplo, junio suele ser buen mes por contratos de temporada, por lo que se puede anunciar que "baja el paro" (-94.727). Sin embargo, extrayendo el componente estacional, ha subido ligeramente. Similar análisis en cuanto al stock de afiliados a la Seguridad Social (crecen un 0,15% en junio pero se desacelera la tasa interanual. Otro ejemplo: cuando el boom del ladrillo, el economista sabía (o debería) que la bajada del paro no fue estructural, sino cíclica y coyuntural. Obviamente, como en casi todo, hay honrosas excepciones.
Trasladándolo a la coyuntura, estamos lejos de que la recuperación se produzca con un crecimiento sostenible y generador de empleo sólido y asignado a actividades de mayor valor añadido, principal reto de la economía. Faltan, independientemente de factores coyunturales de la oferta que impulsan el PIB (disminución del precio del petróleo y de salarios reales) políticas eficaces que impulsen este tipo de empleo.
El creado desde 2014 se concentra en contratos temporales (91,7% en enero-junio) y sectores de baja productividad. Nos enfrentamos a un problema de largo plazo, como la mayor parte de los problemas económicos, pero el político se centra en el corto. La economía puede crecer en algún momento al 4% (cuestionable, el Banco de España estima un potencial en 2014-2026 entre el 1 y el 1,5% descontando factores cíclicos) pero continuaremos con tasas de paro dramáticas. Según el FMI, por encima del 20% al finalizar 2016. Y de no haberse producido el descenso de activos (-1,1% en 2013 y -1% en 2014) y el aumento del empleo temporal y parcial, el paro equivalente sería más elevado.
Apenas se ha avanzado
De nada ha servido la experiencia de la adversidad porque apenas se ha avanzado en lo importante: el cambio del "modelo productivo" y las políticas activas de empleo, comparativamente escasas y sin apenas evaluación y fiscalización efectivas. La única "reforma estructural" de calado, la laboral, ha servido para romper la resistencia a la baja de salarios reales (y así disminuir el paro "neoclásico"), pero con retrocesos en la productividad aparente según datos del INE, y sin avanzar en una asignación eficiente de tareas. Habrá que esperar a otro gobierno (o a un cambio de planteamiento del actual) porque apenas se vislumbra, ni se espera, una política eficaz para generar empleos cualificados y aumentar la productividad del país, donde, como se ha comentado, se trabaja más horas que Alemania según Eurostat, pero de forma mucho menos productiva.
Problema de fondo que lastra nuestro futuro a plazo cada vez más largo. Es en el crecimiento de la productividad donde radica el verdadero progreso económico. Y no hay otros atajos que no sean el capital humano y el esfuerzo en I+D.
Bien, hay medidas de fácil implantación si existe voluntad política. Como impulsar fiscalmente la contratación de empleos estables, compensándolo con gravámenes superiores en actividades no generadoras de empleo para preservar la suficiencia de ingresos. Con nuestros déficits no procede reducir impuestos, sino reestructurarlos. Dedicamos a gasto público un 44% del PIB, pero los ingresos apenas alcanzan el 38%, datos de Eurostat. Reducir gasto público sin incurrir en mayores tasas de pobreza y exclusión es complicado, por lo que hay que cerrar la brecha por los ingresos, corrigiendo una tributación ineficiente por otra incentivadora del crecimiento y el empleo.
En lo que a competitividad se refiere, el Gobierno ha manifestado qué clase de competitividad persigue. El ministro de Economía suele repetir que la política de I+D no influye en la competitividad sino en la productividad, con lo que reconoce que se está ganando competitividad reduciendo costes (de salarios y créditos).
El problema es que si la productividad, que crece con la intensidad de I+D y decrece con la temporalidad del empleo, no aumenta más que los salarios, no se consigue reducir el componente estructural del paro (solo el coyuntural). Es más, solo se consigue hacer cada vez más difícil la solución del paro estructural y la mejora de la competitividad real, que es la reflejada en aumentos de calidad y valor añadido. Y otro Gobierno hablará de "la herencia recibida".