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La financiación empresarial, un peligroso mundo lleno de soñadores, embaucadores... ¡y bancos!

  • El sector empresarial español se asienta en un cenagal de deuda

Una de las cuestiones universales que afectan a todo negocio, se encuentre éste en sus comienzos, en su etapa de meseta o en la de crecimiento y expansión, es el problema de la financiación. Bien sea porque pretendemos dar vida desde cero a nuestro sueño empresarial, porque ya hace un tiempo que le hemos dado vida y queremos que siga funcionando o porque ha resultado todo un éxito escalable que nos empuja irremediablemente a crecer... ¡necesitamos dinero, más dinero!

Mi primer consejo en este sentido es muy claro: un negocio no debe comprometer su viabilidad presente o futura 'invirtiendo' aquel capital del que no dispone.

Quizás parezca una posición conservadora, pero, aunque no sea la postura de moda, se encuentra bien fundamentada. Y para justificarla, planteo una metáfora fácilmente comprensible: la compra de vivienda y la consiguiente asunción de una deuda hipotecaria.

Si me voy a comprar un piso, dado que se trata de una inversión que generalmente requerirá una parte de capital propio y otra de ajeno, debo tener presente el capital con el que cuento en este momento y aquel con el que presumiblemente contaré durante el periodo de devolución del capital ajeno (deuda). Si calculo mal, o soy muy optimista o un soñador, un inconsciente en suma, me creeré capaz de hacer frente a la adquisición de un chalet de lujo valorado en 350.000 euros, con un capital propio de 30.000 euros ahorrados y una nómina mensual de 1.200 brutos. Evidentemente el coste mensual de dicha operación puede poner en peligro todo mi patrimonio, y no digamos si por alguna eventualidad pierdo mi empleo.

Trasladado a la empresa

En el campo empresarial ocurre tres cuartos de lo mismo. Si quiero emprender, mantener mi negocio, o hacerlo crecer, debo tener en cuenta siempre cuál es la medida real de mis posibilidades.

Es el anterior un punto en el que, como gestores empresariales, debemos poner especial atención, y ser objetivos y realistas (he llegado a ver en planes de negocio, gráficas de crecimiento previsto que eran ascensos continuos año tras año y siempre en el mismo porcentaje. Unas previsiones realizadas por algún soñador irresponsable, y otras por embaucadores cortoplacistas). Considero que las aportaciones de los socios de un proyecto, en primer lugar, y en segundo, los ingresos que el mismo negocio genere, deben ser las vías que financien cualquier posible aventura.

El problema es que a nivel de emprendedor, de pyme, o de gran corporación multinacional... ¡no se tiene en cuenta, y se inflan las posibilidades de ingresos futuros de la empresa, en función de errores de cálculo optimista, o de intereses de los directivos o propietarios del negocio! Y este 'fraude en la gestión' se da desde en el autónomo, hasta en el holding más consolidado, internacional y gigantesco.

Casos sonados

Basta traer a la memoria casos sonados como el de Viajes Marsans, Gowex o Corporación Dermoestética que han acabado en los tribunales; y otros casos de endeudamiento en los que la sangre no llega al río, porque entran dentro de lo que las prácticas que el mercado considera legal y habitual: mantener cierta ratio de deuda neta sobre beneficio bruto de explotación.

Al fin y al cabo, quienes gestionamos somos personas, guiadas en ocasiones por nuestras propias fantasías e intereses. Y el mundo de la empresa, más que el de la literatura, parece ser un campo abonado para una desbordante imaginación contable.

Objetividad, realismo, datos fiables, personas razonables, gestores honestos... conforman el cóctel necesario para tomar decisiones financieras lógicas y viables.

Los cimientos del sector español

Si analizamos con lupa el sector empresarial español, veremos que sus cimientos se asientan sobre un inmenso cenagal de deuda. Un pantano de financiación a corto, a largo y... hasta siempre o para nunca. Esta financiación es en más de un 70% bancaria, y alimenta una enorme burbuja del apalancamiento. Lo que equivale a decir que la banca es dueña de dichos negocios, y que son negocios que se salvan porque los bancos no ejecutan, al vencimiento, las deudas con ellos contraídas, sino que normalmente esta deuda se refinancia ad infinitum. Pero claro, eso vale solo para la gran empresa, a la que la banca no va a desahuciar, pues de ella dependen miles y miles de empleos... y lo que tiene más peso todavía: es en la que se mezclan los intereses empresariales con los políticos.

Si tu negocio es pequeño o mediano, ten por seguro que será liquidado por la banca, la Agencia Tributaria o la Seguridad Social, sin miramiento alguno.

Si analizamos el país icono capitalista, vemos que en EEUU la financiación bancaria de las empresas no alcanza el 20%: ese es el camino que deberíamos haber seguido. El modelo de financiación erróneo es el español, con menos de un 30% de financiación no bancaria; frente al adecuado, el estadounidense, con más del 80% proveniente de fuentes no bancarias.

Así que este es mi segundo consejo: acude a fuentes de financiación no bancarias siempre que te sea posible. En caso contrario, el banco será el verdadero dueño del negocio y de los bienes que sean necesarios para cubrir posibles deudas. La banca es peligrosa cuando de dinero se trata: en tiempos pre-crisis, la banca estadounidense fabricaba 100 dólares virtuales por cada dólar real. Luego vino lo que vino.

Fórmulas alternativas

Por otro lado, existen fuentes alternativas, como los 3F (la familia, los amigos y los creyentes), pero hoy tenemos a nuestro alcance otras como el capital riesgo, el MAB, los business angels, el crowdfunding, líneas de financiación de instituciones y organismos de las distintas administraciones, subvenciones, concursos, premios, becas, préstamos participativos, etc.

En estos casos, aun sin llegar a extremos de precaución que se deben tener con la banca, también hay que fijarse en la letra pequeña: por ejemplo, las exigencias de entrada de un capital riesgo pueden poner en peligro la continuidad de nuestro proyecto, nuestra participación en el mismo, e incluso modificar por completo la idea que le dimos en origen.

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